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viernes, mayo 02, 2008

Shoa: Memoria y Legado del Holocausto

Todos los nombres...Sinagoga de Pinkas, Praga


Alcanzó con caminar unas pocas cuadras desde la plaza de la Ciudad Vieja de Praga para llegar al Barrio Judío. Era una fresca mañana de fines de junio con el verano recién estrenado en el hemisferio norte del año 2002. Las arboladas calles se encontraban casi desiertas y el único sonido que se escuchaba era el de mis pasos al apoyarse en los adoquines, una constante en la ciudad natal de Kafka. Recorrí la vieja sinagoga y la de Maisel, el ayuntamiento judío con su emblemático reloj y el antiguo cementerio en el que las lápidas se amontonaron a lo largo de los siglos, comprendiendo un poco más de ese pueblo ancestralmente perseguido. Sin embargo, un sentimiento jamás antes experimientado me invadió al enfrentarme a los nombres, miles, decenas de miles que suman casi cien mil, de cada uno de los judíos de Moravia y Bohemia asesinados por los nazis, escritos en las paredes de una sala de la sinagoga de Pinkas. Un frío polar atravesó mi cuerpo de la cabeza a los pies, mezcla de vergüenza, dolor y terror. Ver los dibujos de los niños que jamás llegaron a ser adolescentes, sus maletas, sus juguetes, sus fotografías, congeló mi sangre. Recuerdo que fueron necesarios varios días para que el sol lograra entibiar mi alma, y mi cuerpo.


Un par de años después, en un octubre que se hacía noche a las cuatro de la tarde, volví a Europa Central y a pesar de mi experiencia en Praga no pude evitar visitar la Sinagoga de Budapest, la más antigua del mundo, la más grande de Europa. Un joven y encantador guía me fue contando la historia del gheto de Budapest a medida que estrujaba mi corazón con cada palabra que pronunciaba para relatar la vida, el martirio, la persecusión y el asesinato de otros casi cien mil judíos húngaros. La visita terminó depositando una piedra junto al árbol de la vida, en cuyas hojas está grabado el nombre de cada una de las víctimas húngaras del holocausto. Llegué helada a Madrid varios días después, y no hubo orujo capaz de calentarme la sangre, a pesar de los desesperados intentos de mis buenos amigos españoles.


Algún día de finales de diciembre de 2005, llegó a mis manos La Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, y a partir de entonces y durante varios meses, casi no leí otra cosa que no fueran libros relacionados con los nazis y el Holocausto del Pueblo Judío.


Fue por eso que en junio de 2006 arreglé el itinerario de mi viaje a Denver, para pasar un día en Washington. Necesitaba ir al Museo del Holocausto. Casi caigo muerta de desilusión cuando una muchacha me explicó que las entradas estaban agotadas para ese día, que se reservan desde varias semanas antes por internet o teléfono, sobre todo en alta temporada. Le conté que llegaba de lejos, solamente para visitar el museo. Una abuela con sus cinco nietos se encontraba en mi misma situación. Sin duda, la muchacha se compadeció de nosotros e hizo una excepcón, que ambas féminas agradecimos varias veces. Poco antes del mediodía, dejé mi maleta de mano en el guardabultos, y, después de recibir orientación de un señor octogenario, sobreviviente de la barabarie nazi, algo que supe sin que me lo contara pues los números en su antebrazo lo identificaban, comencé el recorrido. Primero, me entregaron el pasaporte de una judía asesinada en un campo de concentración, e inmediatamente después, subiendo a un ascensor que recreaba un vagón de los usados para transportar a los judíos a “destino desconocido”. La visita al museo se realiza desde el piso superior hacia los inferiores, transitando corredores de varios metros de ancho, con murales, videos, objetos y fotografías a través de los cuales se cuenta la historia de los judíos en Alemania. Al principio, se escuchaban los pasos e incluso las voces de las decenas de visitantes, gente de todas las edades, desde ancianos hasta bebes llevados por sus padres en cochecitos. Sin embargo, no más de diez minutos después, no volaba ni una mosca. Lo más impactante para mi, fue, sin duda alguna, una montaña de miles de zapatos cubiertos por un polvo gris. Las cenizas. Las piernas se me iban aflojando a medida que avanzaba en los corredores. Debí hacer un par de paradas, respirar hondo, beberme un café, un vaso de agua, distrarme realizando algunas anotaciones, para completar el recorrido. Una vez en la planta baja nuevamente, junto a decenas de niños, entré en la casa de Daniel, y en cada habitación de la misma conocí el Holocausto a través de la historia de un niño judío. Eran las cinco de la tarde cuando salí al exterior, y a pesar que el sol era abrasador, no alcanzó caminar un par de horas por el Mall, incluyendo el memorial de las víctimas de Vietnam, nombre a nombre, arrastrando mi maleta de mano, para que mi cuerpo adquiriese la temperatura ambiente.


Creo que fue en ese mismo viaje que llevé de regalo a mis sobrinas La maleta de Hana, que narra la historia de una maestra japonesa del Museo del Holocausto de Tokio, que, enseñando a los niños acerca del Holocausto, comprendió que éstos necesitaban un objeto, algo tangible, para acercarse al tema. Fue así como después de varias gestiones, consiguió que le envíasen una maleta, réplica de la de una niña judía, Hana Brady. Niños y maestra deciden investigar la historia de la niña. Lo maravilloso es que el hermano de Hana logró sobrevivie a Auschwitz, vive en Canadá, y terminó visitando el Museo de Tokio. Los pormenores de la historia están en el libro, que invito a leer. Un canto a la vida, sin duda, a pesar que Hana fue una de los seis millones de judíos asesinados por los nazis.


Poco después de visitar el Museo del Holocausto de Washington, un mediodía de sábado de julio, me di cuenta que la mesa de trabajo de mi padre estaba repleta de libros sobre el Holocausto y el nazismo. Los dos nos asombramos de estar en sintonía, y conversamos mucho al respecto. Como siempre, aprendí mucho de aquella charla y de las que fuimos teniendo a lo largo de varios sábados. Regresé a casa con varios libros que mi padre me regaló, algo inusual en él ya que, siempre que me interesaba alguno de sus libros, me compraba un nuevo ejemplar, pero jamás se deshacía de los propios. Le pregunté la razón y me respondió Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, título de un libro de Ronald Fraser conteniendo historias orales de la Guerra Civil Española. En este momento me doy cuenta que fue el último tema de conversación que tuve con mi padre, fallecido dos meses después.


Ese mismo año, mi hermano me contó sobre el Projecto Paper Clip, y acerca el documental filmado al respecto. Comencé a buscar acá ese DVD pero no lo encontré. Tuve que conformarme con leer la historia en la página web, y recién ver el documental en setiembre del año pasado con mi cuñada (y enseguida comprarlo por internet). En 1998 en Whitwell, pueblito perdido en el sudeste de la geografía de Tennessee, la directora de la escuela secundaria, inició un programa para que los estudiantes comprendieran el concepto de discriminación ya que más del 97 % de los casi 1.600 habitantes son blancos y cristianos, y los jóvenes no tenían, por tanto, prácticamente contacto con personas de otra religión, color de piel ni cultura (había apenas cinco afroamericanos y un solo latino). Para completar el panorama, a unos sesenta quilómetros de allí, en el condado de County, en 1925, un maestro fue juzgado y apresado por enseñar la teoría de la Evolución de Darwin, y, en Pulaski, a unos ciento y pocos de quilómetros, nació el tristemente célebre Ku Klux Klan. La directora y el maestro de Ciencias Sociales decidieron que para poder comprender el significado del Holocausto y sus 6 millones de víctimas, los jóvenes necesitaban acercarse a un tema que era tan ajeno a ellos a través de algo tangible. Comienzan, entonces, a solicitar paper clips a personas e instituciones. De a poco, comienzan a llegar sobres con uno, dos, diez o veinte paper clips, en memoria de víctimas allegadas a los que enviaban las cartas, pero luego, cajas con cientos, con miles de paper clips. Lo que conmovió a los jóvenes no fue solamente la noción de cantidad, sino también que cada envío tenía, además de paper clips, historias, decenas de miles de historias de víctimas del Holocausto. La tranquila vida del pueblo fue conmocionada (la del cartero ni qué decir) por el continuo llegar de sobres y cajas, y por las historias que esos jóvenes iban conociento y contando a sus familias. Los envíos tuvieron sellos de más de veinte países, y hubo remitentes famosos como Bill Cosby, Steven Spielberg, Tom Hanks y Bill Clinton. En el verano de 2004, se habían acumulado 24 millones de paper clips. Unos años antes, los jóvenes ya habían iniciado una nueva aventura: conseguir un vagón de los usados para transportar a los judíos a los campos de concentración. Actualmente, Whitwell tiene su Memorial del Holocausto, el vagón aloja once millones de paper clips (seis millones de judíos, y cinco millones de gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y otros grupos perseguidos por los nazis), y una escultura diseñada por un lugareño alberga un millón y medio de paper clips en memoria de los niños judíos asesinados por los nazis. El vagón está rodeado de dieciocho mariposas, en honor al niño que, en el campo de concentración de Theresienstadt (a veces nombrado Terezin, el mismo en que Hana y su hermano estuvieron prisioneros, en las afueras de Praga) escribió un poema llamado Nunca ví otra mariposa. Junto a los paper clips, en el vagón, hay una maleta repleta de cartas escritas por los niños a Ana Frank. Mi próximo viaje a Estados Unidos, tiene un destino ineludible: Whitwell, Tennessee.


Hace unas semanas, y a partir de la iniciativa de tres jóvenes judíos uruguayos, se inauguró la exposición “ Shoa, Memoria y Legado del Holocausto” en el Subte Municipal en Montevideo. Debo confesar que después de haber visitado las sinagogas de Praga y Budapest, después de todos los libros leídos, después de haber visto el documental Paper Clip Project y unas diez veces La lista de Schlinder, pero, sobre todo, después de haber vivido la experiencia del Museo del Holocausto de Washington, creía que nada respecto al Holocausto del pueblo judío podría conmoverme. Sin embargo, y como tantas veces en lo que a emociones se refiere, me equivoqué. Porque, unos días atrás, me acerqué al Subte Municipal, y al apenas entrar en la exposición, se me puso la piel de gallina, se me hizo un nudo en la garganta, y salí a la luz de la cálida tarde otoñal, llorando y muerta de frío.


Comprendí que, a pesar que la primer herida es la más profunda, como dice la canción, en relación a violaciones de derechos humanos, siempre el dolor es recién nacido, como canta otra canción, y que la única manera de comprender la dimensión de la tragedia humana es hacer todo lo imposible para ponerse en la piel del semejante. Ningún esfuerzo por recordar las barbaries cometidas por los hombres es vano. Ver, tocar y escuchar las historias, una, diez, cien, mil veces, es la forma en que las personas podemos empezar apenas a aprender la lección. La de conocer la historia, la de recordarla hasta el hartazgo, el dolor, la vergüenza y la sangre congelada. Para que nunca más.


Por eso, estas líneas que para muchos pueden parecer más de lo mismo, jamás sobrarán. Apenas cumplo con una deuda que siento tenía con muchas personas judías a quiénes adoro, pero también, conmigo misma, porque en este tema, como en tantos, el silencio es sinómino de complicidad. Apenas, aporto mi granito de arena en contribuir a la shoa. Ojalá todos hiciéramos lo mismo. Porque, como me dijo mi padre aquélla tarde de sábado de julio casi dos años atrás, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

sábado, marzo 15, 2008

Clarksdale, donde el Mississippi seduce llorando sus blues


El Delta del Mississippi se encuentra en el noroeste del estado de Mississippi, entre el río de igual nombre y el río Yazoo (bautizado así por el francés La Salle debido a la tribu que allí se asentaba; su significado sería “río de la muerte”). Por más que no es técnicamente un delta, sino una planicie formada por el sedimiento dejado por las inundaciones a lo largo de miles de años, sus tierras son de las más ricas del mundo (más que las del Nilo según muchos autores). Comenzó plantándose caña de azúcar y arroz en el siglo XVIII y luego tabaco en las inmensas y famosas plantaciones tan características del sur de los EUA por el uso de mano de obra esclava. Recién a principios de siglo XIX se inició el cultivo del algodón, siendo su auge entre 1830 y 1850 cuando los cultivos se realizaban como si los recursos naturales del suelo fueran eternos o renovables. Después de la guerra civil, la mano de obra esclava se sustituye por un sistema en el que los inquilinos trabajaban para un único dueño primero, y para corporaciones después, en base a contratos que en muchos casos se diferenciaban poco de la esclavitud en papeles abolida (enmienda 13 de la Constitución, diciembre 6 de 1865). En la década del 20 del siglo XX, y sobre todo después de la depresión, la mecanización fue desplazando a la mano de obra (fundamentalmente afroamericana), causando su emigración a las grandes ciudades, como Chicago y otras del norte de EUA. A pesar que la mecanización a gran escala en el Delta fue un proceso lento, familias enteras abandonaron la zona. La reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial hizo que la producción del Delta experimentara un segundo boom debido a que el devastado viejo continente necesitaba de los frutos de esta tierra. Los 90 llevaron las grandes corporaciones a la región y con ellas el estancamiento de la mayoría de los pequeños poblados. Algunos, lograron repuntar gracias a políticas de educación y salud, así como el fomento del turismo de caza y pesca, y la producción de lácteos, arroz, maíz y los frijoles, básicos en la alimentación del sureño.

Clarksdale, situada en el cruce de las carreteras 61 y 49, es el mismo corazón del Delta. A comienzos del siglo XX supo ser el centro (o la “hebilla” ) del denominado “cinturón del algodón”, con plantaciones fabulosas, destacándose la de la familia Stoval. La mitad del siglo XX llegó con la International Harvester Company y con ella la estación de trenes del pueblo se convirtió en el sitio más frecuentado. El local que supo ser punto de llegada y partida de los ricos y poderosos señores, y que trasladó (aunque no en los vagones de lujo) a esclavos en era de oro del sur del EUA, y luego a trabajadores, se volvió tristemente famosa cuando desde ahí empezaron a irse hacia el norte (y muchos para nunca más regresar) miles de habitantes desocupados, primero, y después, los que huyeron de la violencia del racismo, constiyuendo la mayor emigración norteamericana de la historia moderana. Como ejemplo, alcanza indicar que en 1954 el fiscal Semmes Lucket realizó una demencial defensa a favor de la segregación en las escuelas, en contra de Thurgood Marshall (primer afro americano en integrar la Suprema Corte de EUA) en el caso conocido como Brown vs Board of Education. A pesar que Lucket fracasó, el caso fue reabierto varias veces, siendo la última increíblemente a finales de los 70, y recién concluído bien entrada la década del 90.



El legendario cruce de caminos


La famosa línea de trenes que unía Chicago con New Orleans y Birmigham pasaba por allí hasta fines de la década del 60 cuando se creó la Illinois Central Gulf Railroad. El elegante tren Panamá Limited dejó de circular a comienzos de los 70. El actual City of New Orleans que une Chicago con New Orleans sumergió en el abandono decenas de pueblos del sur de EUA tal como sucede en otras partes regiones pobres del planeta, y con ello, las estaciones de trenes y miles de kilómetros de vías, apenas distinguibles debajo de la maleza en muy pocos puntos. Hoy, ningún tren pasa por Clarksdale, pueblo de no más de veinte mil habitantes, con un 70 de afro americanos. En la estación se estableció desde 1999 el Delta Blues Museum. Por él había luchado solo con su alma y contra todos, desde 1979 Sid Grave, director de la Biblioteca Pública Carnegie, y por ese sueño fue despedido a mediados de los 90, abandonando Clarksdale y muriendo en el 2005 en Hattiesburg, Mississippi. Este es una de las miles de historias del sur de EUA de luchas contra la indiferencia (o discriminación) por parte de las aún poderosas (aunque minorías) blancas. La indiferencia de la comunidad sobre la cultura afroamericana, y el blues, llegó a tal extremo que en 1995, Jimmy Walker, entonces director de la cámara de comercio del condado de Cahoma (donde se encuentra Clarksdale) llegó a decir que nadie iría a Clarksdale a escuchar a un negro tocar la guitarra...

Es que Clarksdale es considerado el lugar donde nació el Blues, género musical y vocal que hace referencia a la tristeza, la depresión y los “blue devils” o espíritus caídos. Tiene su orígen en las comunidades descendientes de africanos, desde los negro espirituals (luego el gospel: god spell o llamado de dios) hasta las canciones de trabajo. La existencia del patrón de respuesta y llamada es la clave de la herencia africana (como el candombe, en Uruguay). Se dice que su orígen data de finales de siglo XIX en el dolor de los negros esclavos en las plantaciones de algodón del Delta, aunque muchos autores consideran que recién pudo darse a principios del siglo XX, porque solamente la emancipación de los afro descendientes podía permitir la creación de ese género...

Al hecho de haber sido Clarksdale el centro del cinturón del algodón, y por eso del blues, se agrega la leyenda que fue justamente en el cruce de la 61 y la 49 donde Robert Johnson hizo su pacto con el diablo para tocar la guitarra como pocos. Al parecer, el hombre desapareció un tiempo para regresar dejando a todos con la boca abierta cuando rasgaba su vieja Gibson. Sustenta la leyenda el hecho que tenía la costumbre de tocar e irse inmediatamente y que varias de sus canciones se refieren al pacto con Santán. Sin embargo, algunos estudiosos concluyen que no pudo ser en ese cruce de caminos, antes centro de la vida del Delta, hoy repleto de cables, frente una vieja estación de gasolina y rodeado varios restoranes de comida de chatarra donde Johnson rogase por el diablo, sino más bien algún cruce de caminos imaginario (entre los dioses y satán) ubicado en los fértiles campos del Delta. Como si el demonio solamente pudiese aparecerse en ciertos lugares, o como si no tuviese derecho la gente a crear sus leyendas y disfrutar de ellas. Créase o no, Johnson vivió solamente 27 años, número trágico repetido en la historia del blues (Jimmy Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin y Kurt Cobain murieron a la misma edad).

A pesar de los esfuerzos realizados por los blancos hombres ilustres de Clarksdake para no darle al blues la importancia merecida, el tiempo y la persistencia de la lucha de unos pocos entre los que se destacan su padre (Sid Grave), Panny Mayfied (periodista), Walter Thompson (fiscal), y el éxito que el Sunfower Blues Festival ha tenido gracias a la prensa europea y de EUA, han hecho que Claksdale se haya convertido en una visita ineludible de los amantes de la música, dejando buenas divisas al pueblo que, pese a ello, sigue siendo uno de los más pobres de EUA.



La vieja estación de trenes, hoy Delta Blues Museum


Clarkdale no se diferencia de las decenas de pueblos olvidados del planeta, aunque conserva los rasgos distintivos del sur de los EUA en el contraste nacido en su propia historia. El lujo de las mansiones de las plantaciones y de las viviendas de los ricos, juntas pero separados de la pobreza de la que no pueden salir sus habitantes y que quedó en evidencia para quién aún no lo había querido ver, cuando lo golpeó el huracán Katrina y cuyas consecuencias sigue pagando la gente a un costo que nadie quiere asumir pero que dejará huellas indeleble en la vida de esos seres abandonados a la buena de dios, o a la mala del diablo. Las horas transcurren con la lentitud típica de los pequeños pueblos, donde todos se conocen, algunos tienen el sueño de escapar y lo logran para una vida peor, y pocos para mejorar, mientras la mayoría morirá allí. Las iglesias son el centro de la vida de sus habitantes, y para viajar ya no existe el tren. Si no se posee auto propio (muchos más de los que se cree) hay que usar el autobús de la línea Greyhound donde los blancos son casi imposibles de encontrar. La tranquila vida del pueblo se altera apenas por la visita de turistas en busca del secreto del blues y la leyenda del cruce de caminos. La mayoría de los visitantes se quedan hasta altas horas de la noche, o primeras de la madrugada, disfrutando música en vivo en algunos de los locales que han ido abriendo con el paso del tiempo. Otros, aparecen solamente cuando cae el sol, para entregarse a la magia del blues. Los meses de más movimiento son los de primavera pues se concentran varios festivales, aunque bajo las ardientes temperaturas de agosto se lleva a cabo el ya famoso Sunflower River Blues and Gospel Festival, y en otoño (octubre) el Tennessee Williams Festival (en homenjae a uno de los célebres hijos del pueblo).







Para ayudar a revivir el blues, y a Clarkdale, Morgan Freeman (nacido en otro estado del sur, Tennessee) inauguró en 2001 un club de jazz en un viejo local ubicado al lado de la antigua estación de trenes, hoy museo, al que bautizó Ground Zero, porque allí nació el blues. No deja de ser interesante que su socio sea nada menos que Bill Lucket, cuyo apellido debe resultarles familiar. Efectivamente, ese señor es el sobrino mayor del fiscal que en 1954 hizo lo imposible por revivir la segregación en las escuelas de Clarksdake. Es que los tiempos han cambiado, piensan algunos. O no tanto, opinan otros, ya que la prensa del sur de EUA continúa informando sobre hechos de violencia racista, como por ejemplo el caso conocido como los 6 de Jena (pueblo de 2 mil habitantes en Louisina) en diciembre de 2006. Es tal vez mejor decir, negocios son negocios... En Ground Zero se pueden degustar sencillos platos de la cocina sureña mientras se disfruta música en vivo ( aunque para saborear cocina más sofisticada, Freeman y Lucket ofrecen una mejor opción en el restaurant Madidi, considerado uno de los mejores del estado de Mississippi). Y si la sociedad comercial no fuese ya suficiente, cuando las cervezas bebidas entre blues y blues dejan impedido de conducir al visitante de Clarksdale, arriba de Ground Zero hay apartamentos que se alquilar para que el o la conductora descansen como dios manda hasta el día siguiente ya que la oferta de hoteles en el pueblo es muy reducida.







Más allá de esta extraña pareja de negocios, Ground Zero es un sitio fantástico donde la música se siente desde antes de llegar. En enorme galpón está dividido en varios ambientes sin usar pared o tabique alguno. Mesas de billar al entrar. Luego, más adelante y a la derecha, se encuentra la barra. En el centro, mesas para cuatro personas o para diez donde se van ubicando los visitantes donde encuentren lugar libre, apenas pidiendo permiso y saludando a aquellos extraños con quienes compartirán la mesa y la velada. Al fono, el escenario, elevado en una tarima no más de treinta centímetros del suelo. Entre el sitio donde tocará el grupo y las mesas, suficiente espacio para circular, o bailar. Porque allí, cada quién hace lo que le plazca antes o durante la música en vivo. Música que, nadie lo dude, hace vibrar incluso al más ingrato e insensible de los mortales. Algunos siguen conversando en la barra, otros discuten por un tanto en el billar, muchos saborean platos preparados con catfish (el pez de la zona), o carnes acompañados por arroz, frijoles o ensaladas, y unos cuantos se lanzan a bailar. Las paredes del local, escritas de arriba a abajo con frases, firmas y fechas que los visitantes van dejando estampadas ayudados de gruesos marcadores de fibra indelebles que circulan de mesa en mesa, son las únicas testigos de lo que allí se vive noche a noche. Esas cuatro paredes que dan la impresión de venirse abajo en cualquier momento, guardan el secreto del blues, que no es otro que los sentimientos que despierta la música en cada asistente, los recuerdos que es capaz de movilizar, y la posibilidad (aunque momentánea y efímera) de volar a coordenadas témporo espaciales donde cada quién es uno mismo, sin ataduras, magia solamente lograda por la conjunción de sonidos surgidos de los instrumentos con las increíbles voces de los intérpretes.




Más fotografías de Ground Zero una noche de setiembre de 2007


Todos los pueblos del sur de EUA se parecen, me dijo mi cuñada en setiembre mientras caminábamos un sábado de tarde por la calle principal de Water Valley, Mississippi, donde apenas nos cruzamos con un par de jóvenes saliendo de un Video Club. No estoy de acuerdo con Irene. Ella lo sabe, tanto como la seducción que produce en mi la identidad de cada uno a pesar de sus lugares comunes. Pueblos en las que estaciones de trenes ya no acercan ni alejan personas. Pueblos cuya gente se desplaza en autos o en ómnibus Greyhound a través de carreteras todas idénticas en las que los moteles son exactamente iguales, los restoranes imposibles de identificar y las estaciones de servicio se han convertido en el punto de descanso de viajeros que se detienen a estirar las piernas, comer al paso, usar los servicios higiénicos, o comprar bebidas y comida que devorarán a lo largo de viajes interminables, que solamente interrumpirán al llegar al destino o en otra estación de gasolina. Decenas de miles de personas que se cruzan una única vez en sus vidas en un punto en el que todos buscan lo mismo, y siguen sin reparar en ello. Sin pensar tampoco en que nada del paisaje les mostrará la identidad que si tiene cada uno de los pueblos que pasan de largo. Los rasgos distintivos de su gente, de sus historias y de su cultura permanecen escondidas por las carreteras, en las rutas por las que solamente transitan los del lugar, o los que se pierden, ocultando para siempre el verdadero tesoro de los norteamericanos, de los propios ojos de los mismos norteamericanos.








A pesar que desde hace unos años Clarksdale empezó a hacerse conocer, ese pueblo perdido del Delta de Mississippi no se encuentra aún dentro de los destinos turísticos más frecuentes de EUA. Si algún día deciden viajar por primera vez (o en regresar) a ese país que sentimientos tan opuestos suele despertar, no se olviden del sur. Allí encontrarán muchas de las respuestas al presente de EUA. En cada poblado que recorran conocerán el apogeo, la decadencia y la muerte de aquel sur que tan bien mostró Lo que el viento se llevó (aunque muchos sigan creyendo que es solamente una historia de amor) y que aún lucha por sobrevivir (como lo demuestran los famosos y distinguidos bailes en las mansiones del Garden District de New Orleans donde las jóvenes siguen siendo presentadas en sociedad, y de los que poco y nada se dice). Serán testigos de una realidad que no es tratada por la prensa masiva, pero que sigue vigente en las historias de miserias y milagros tan bien escritas por William Faulkner, Eudora Welty, Tennessee Williams, y otros de esa región. En cada pueblo del sur está escrita la historia de olvidos, desesperanzas y renuncias que parece tan imposible de revertir y que tanto se asemeja a la de los pueblos de los países en desarrollo. Dénse una vuelta por Claksdale, quedándose hasta que las estrellas iluminen el cielo del sur del norte y los amos no puedan ya silenciar las tristes historias que llegan del río, los blues de los verdaderos hijos de esas tierras que conducirán vuestros pasos a Ground Zero, pedacito de mundo que nadie debería dejar de conocer antes de morir.



lunes, diciembre 24, 2007

Ventana sobre la memoria


Quien nombra, llama. Y alguien acude, sin cita previa, sin explicaciones, al lugar donde su nombre, dicho o pensado, lo está llamando.

Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del todo mientras no muera la palabra que llameando, lo trae.

(Ventana sobre la memoria III, Las palabras andantes, Eduardo Galeano)



Feliz Navidad

lunes, diciembre 17, 2007

Cuando veas las barbas de tu vecino arder

El juez Luis Charles procesó al ex dictador uruguayo Gregorio Álvarez por varios delitos de desaparición forzada. Por los mismos delitos también fue procesado el oficial retirado de la Armada Juan Carlos Larcebeau. Jorge Tróccoli, otro ex oficial de la Armada, tiene un pedido de captura nacional e internacional. Hace poco, Álvarez volvió a negar conocimiento sobre los desaparecidos, agregando que "si los hubiera traído yo, si los hubiera mandado a buscar yo, si los aviones y barcos que vinieron dependieran de mí, sería responsable. Pero yo no tenía ni barcos ni aviones". A su vez tampoco admite el plan Cóndor: "El Plan Cóndor yo lo desconozco en absoluto. Nunca tuve contacto con el Plan Cóndor". Creyó que jamás lo procesarían. Sin embargo, esta noche duerme en la cárcel. Y no será la única.
La memoria, León Gieco.

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El olvido, Mario Benedetti

viernes, agosto 24, 2007

Sacco y Vanzetti ochenta años después. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros

Sacco y Vanzetti (http://it.wikipedia.org)

El caso de los dos anarquistas italianos demuestra que las instituciones democráticas más minuciosamente estudiadas no son mejores que los individuos que las usan como instrumento. Albert Einstein.


Policía: ¿es usted un ciudadano?

Sacco: No.

Policía: ¿Usted es comunista?

Sacco: No.

Policía: ¿anarquista?

Sacco: No.

Policía: ¿Usted cree en nuestro gobierno?

Sacco: Sí, aunque algunas cosas me gustan diferentes.


Al principio del juicio, el Juez Thayer dijo al jurado: Señores, ustedes han sido convocados para realizar con el mismo espíritu de patriotismo, valor, y devoción su deber como lo hicieron nuestros soldados.

Fiscal Katzmann: ¿Amaba usted este país en la última semana de mayo de 1917?

Sacco: Me es difícil responder en una sola palabra, Sr. Katzmann.

Fiscal Katzmann: Hay dos palabras que usted puede usar, Sr. Sacco, sí o no. ¿Cual es?

Sacco: Sí

Fiscal Katzmann: ¿Y para mostrar su amor por los Estados Unidos de América cuando estaba a punto de ser llamado como soldado, usted corrió a México?


Después que todas las apelaciones de los acusados se agotaron, el caso llegó a Holmes, en la Corte Suprema, que se negó a revisarlo. El veredicto se mantuvo.


El 23 de agosto de 1927, hace exactamente ochenta años, en la prisión de Charlestown, Massachussets, fueron ejecutados en la silla eléctrica, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti (zapatero uno, y vendedor ambulante de pescado, el otro), emigrantes italianos, acusados de robo y asesinato del pagador de una fábrica de zapatos.


Cincuenta años después, el 23 de agosto de 1977, el Gobernador Michael Dukakis de Massachusetts puso en marcha una comisión para analizar el juicio, que concluyó en los dos hombres no habían tenido un juicio justo.

Una carta, firmada por John M. Cabot (embajador americano retirado) declaró su "gran indignación", señalando que la confirmación de la pena de muerte por el Gobernador Fuller se hizo después de una revisión especial por tres de los más distinguidos ciudadanos de Massachussets (el presidente de Harvard, Lowell, el Presidente del MIT, Stratton y la Juez jubilada Grant). Esos tres distinguidos y respetados ciudadanos fueron vistos de forma diferente por Heywood Broun que escribió inmediatamente en su columna para el New York World después de que la comisión del Gobernador hizo su informe. Sus palabras fueron: No todo prisionero tiene un Presidente de Harvard que aprieta el interruptor para él... Si éste es un linchamiento, por lo menos el vendedor ambulante de pescado y su amigo artesano pueden tener como consuelo para el alma que morirá a manos de hombres en traje de gala o con togas académicas.


Heywood Broun, uno de los periodistas más distinguidos del siglo XX, no continuó como redactor para el New York World.


La ejecución de Sacco y Vanzetti fue llevada al cine en 1971 por Giuliano Montaldo, y tanto la película como la magnífica Balada de Sacco y Vanzetti (con letra de Joan Baez y música de Ennio Morricone) se convirtieron en la década del setenta, en símbolos de libertad en EUA (plena guerra fría), así como en el resto del mundo, también en esta América Latina en la que las dictaduras militares ya comenzaban a hacer sentir el sonido de sus botas.

Todo había comenzado el 15 de abril de 1920, cuando el pagador de una fábrica de zapatos y su escolta fueron tiroteados en los suburbios de Boston. Los autores huyeron en un coche negro, donde aguardaban otras personas. A pesar de lo espectacular del suceso y la abundancia de testigos, la policía no pudo establecer si los asesinos habían sido dos, tres o cuatro, aunque algunos apuntaron que caminaban como italianos.

Ley, no es sinónimo de Justicia, ni en EUA ni en el resto del mundo. Dos mil años atrás, a principios del siglo XX, y actualmente… Pobres, emigrantes, negros, judíos, libres pensadores, opositores a los sistemas establecidos, trabajadores, sindicalistas, anarquistas, comunistas, han sido discriminados y perseguidos históricamente.

Casi a diario se conocen casos de procesos judiciales sesgados, injustos, repletos de errores, que terminan con la vida física o psíquica de seres humanos acusados de delitos que no cometieron. Casi a diario, suceden en el mundo injusticias amparadas en la Ley, de las que no tenemos conocimiento.

En diciembre de 2006, John Grisham, abogado graduado en la Universidad de Mississippi, en Oxford, indiscutible creador de best sellers, publicó su única novela basada en un caso real The Innocent man, a partir de la lectura en los obituarios del New York Times, que Ron Williamson había muerto (2004). En 1982, Debra Sue Carter fue violada y asesinada en Ada, pueblito perdido de la geografía de Oklahoma. Por razones imposibles de establecer, Ron Williamson y Dennis Fritz se convirtieron en sospechosos para la policía, y en una locura imparable, declarados culpables. Williamson fue condenado a la pena de muerte, y Fritz a cadena perpetua. En 1999, tras once años entre rejas, cinco días antes de la ejecución de Williamson, gracias a las acciones iniciadas por uno de los médicos de la cárcel que finalizaron con el contacto de The Innocent Project (fundado en 1992 por Barry C. Scheck y Peter J. Neufeld en la Benjamin N. Cardozo School of Law en la Universidad de Yeshiva, hasta hoy, doscientos seis condenados a muerte han sido absueltos), el proceso se detuvo, revisándose desde el principio, y ambos acusados fueron declarados inocentes. Williamson murió cinco años después. Lo más escalofriante de este caso, uno en millones, es lo que siguen pensando los actores responsables de estas injusticias, y que gracias al milagro de internet se pueden leer en Ada Evening News escribiendo en el buscador Ron Williamson, John Grisham o Bill Peterson… Ada, no se encuentra tan lejos, puede estar a la vuelta de la esquina, y Williamson o Fritz puede ser cualquiera de nosotros…

En 1663, Galileo Galilei, obligado por la Santa Inquisición (comandada por el Papa Urbano VIII) a arrodillarse y retractarse de sus ideas acerca el movimiento de la tierra, dijo en voz baja Eppur si muove ( y sin embargo se mueve). Las últimas palabras pronunciadas por Nicola Sacco, mirando a los testigos, fueron Buenas noches señores, ¡viva la anarquía!...

Es por eso que el 23 de agosto de 1927, debería recordarse como símbolo de la discriminación ideológica y racial, y de todas las injusticias que se cometieron y siguen cometiéndose en el mundo. Además, claro, de todas las persecuciones que se realizan a diario, en todos los rincones del planeta. Las injusticias, siguen existiendo, y a pesar que la pena de muerte es una vergüenza humana, todo daño por procesos injustos es siempre irreparable.


Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.

Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó.

Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó.

Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.

Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde.

Bertolt Brecht (1898-1956)


Homenaje a Sacco y Vanzetti (you.tube)

lunes, agosto 06, 2007

Hiroshima y Nagasaki. Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros


Todos los relojes se detuvieron a las ocho y quince. Era el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima y de sus trescientos cincuenta mil habitantes, murieron doscientos mil. De esta manera el mundo entero supo que existió una bomba de uranio bautizada como Little Boy.

Tres días después, a las once de la mañana, la mitad de los doscientos mil habitantes de Nagasaki perdieron la vida gracias a la plutónica Fat Man.

Algunos hibakusha (como denominan a los sobrevivientes) tienen marcada la piel, otros los genes. Todos, el alma. Sufren pesadillas u otros trastornos psíquicos, incrementaron su chance de padecer cáncer (muchos ya han enfermado de tumores malignos y leucemia, otros enfermarán), y la mayoría ha transmitido a sus descendientes un genoma alterado, por lo que cientos de miles de personas seguirán requiriendo tratamiento médico debido a las secuelas de las dos bombas.


La ciencia, es hora que lo aprendamos, debe estar al servicio de la vida. Lamentablemente, a sesenta y dos años de los incalificables ataques nucleares norteamericanos a dos ciudades japonesas habitadas por más de medio millón de civiles, la humanidad no ha aprobado el examen. A pesar que cada año se recuerda la tragedia, llenado páginas de periódicos y de sitios Web (como el de la BBC que recomiendo especialmente), otros titulares de prensa demuestran que los humanos no nos detendremos hasta extinguirnos.

Más allá de lo que quieran los políticos, siempre insaciables de poder, los científicos tienen la responsabilidad histórica de investigar para la paz. Moriré proponiendo que antes de graduarse, los científicos prometan como los médicos, algo parecido a un Juramento Hipocrático. Alcanzaría con que recordasen la carta que Einstein envió a Roosevelt en 1939, y de la que el genio y pacifista se arrepintió hasta su último instante en este mundo.

jueves, julio 19, 2007

Inodoro no negocia esta vez. Ha muerto Fontanarrosa, su creador

Roberto Fontanarrosa (clarin.com)


Hace unos días, Lilián, que vive en Santa Cruz de Tenerife desde hace cinco años, cuando la crisis económica más grande de la historia de Uruguay repartió por el mundo cerca de cien mil compatriotas de los menos de tres millones que alguna vez habitamos estos ciento setenta mil kilómetros cuadrados, me pidió en un mensaje de correo electrónico, que esperaba que dejara de enviarle necrológicas. Tenía todo el derecho del mundo a solicitar un recreo porque, últimamente, la muerte ha sido el lugar común de nuestras comunicaciones. Asunto, por cierto, nada menor. En menos de un año han dejado el mundo de los vivos al menos una docena de seres queridos.

La parca anda merodeando, me dije hace poco más de un mes, cuando supe que la muerte había sorprendido a Gerardo un frío sábado de junio, en su casa de Neptunia.

Cada muerte es un nuevo tajo en la herida que no llega a cicatrizar; un enojo por una vida que desaparece, dejando un hueco que nadie, jamás, podrá llenar; un dolor por la riqueza única e irrepetible de ese ser humano que dejó de ser y estar; un desconsuelo porque, al final, el olvido siempre llega y me enfurece que el paso por la vida sea tan efímero, tan breve, tan lábil; una profunda y persistente tristeza porque con cada persona que debo despedir, un pedazo de mi también se desvanece, perdiéndose para siempre, convirtiéndome día a día en una mujer menos tangible, más etérea.

Espero que sea solo una temporada, y que llegue rápidamente la tregua, pues, ya lo sabes, nunca he sido buena para los adioses, le escribí a Lilián hace apenas veinticuatro horas.

Sin embargo, la temible dama anda cerca, y, al parecer, sin intenciones de alejarse, según comprobé hace apenas un rato, cuando los titulares anunciaban que, a los sesenta y dos años, murió Roberto Fontanarosa (El Negro), el más notable escritor y dibujante que ha dado América, y tal vez el mundo.




Su primer libro, Los trenes matan a los autos, no fue tomado en serio pues se lo había encasillado en su brillante obra como dibujante. Sin embargo, con la novela Best Seller, la crítica cambió de parecer. Se estaba frente a un fantástico escritor que dibujaba, o frente a un dibujante que también escribía. Sus demás obras no demoraron en aparecer y ser recibidas con el reconocimiento que merecían: El mundo ha vivido equivocado, El área 18, La Gansada, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de mis defectos, Uno nunca sabe y La mesa de los Galanes.

Nació (Era domingo y el parto había sido normal, salvo por un detalle el bebé resultó negro y canalla, según sus propias palabras), vivió y murió en Rosario, Argentina, hincha a muerte de Rosario Central en particular y del fútbol en general, tema de muchas de sus obras.

Como dibujante, poco puedo decir. Inodoro Pereyra y Boogie el aceitoso, sus famosos y excepcionales comics, hablan por si mismos.

Pereyra por mi mama, Inodoro por mi tata, que era sanitario” se presenta Inodoro Pereyra, el renegau. Siempre acompañado por Mendieta, su perro, y también por Eulogia Tapia, a quien el Negro disgraciau del dibujante le hizo engordar 67 kilos en dos cuadritos. Tanto el remate, como muchos de los chistes intermedios, están a cargo de Mendieta -un animal que anteriormente jue un crestiano, pero una noche de eclipse se emperró- que funciona como la conciencia sensata ("Negociemos, Inodoro") en estas historias de humor errático y absurdo.

Sobre Eulogia, Inodoro supo decir:

-Endijpué de tantos años, si tengo que elegir otra vez, la elijo a la Eulogia con los ojos cerrados. Porque si los abro elijo a otra.

- Acepto que la Eulogia es fulera, pero es de las que demuestran la beyeza por el absurdo.

- Usté no está gorda, Eulogia. Es un bastión contra la anorexia apátrida.

- ¿Puede una persona disaparecer de a pedazos? Porque a la Eulogia le desapareció la cintura.

Conversando con Mendieta:

- Dígame don Inodoro ¿usté está con la Eulogia por alguna promesa?
- Mendieta, uno se deslumbra con la mujer linda, se asombra con la inteligente... y se queda con la que le da pelota.

Frases célebres de Inodoro:

- La historia lo juzgará. Pero tiene el mejor de los abogados: el olvido.

- Eso de "hasta que la muerte los separe" es una incitación al asesinato.

- La muerte nivela a güenos y malos, don Inodoro. Lo malo es que nivela pa' bajo.
- Negociemos Inodoro.





Sobre Boggie, el propio Fontanarrosa, en su página Web, lo describe:

Nombre: Boogie
Alias: el Aceitoso
Fecha de nacimiento: 1972
Lugar de nacimiento: Revista Hortensia
Domicilio: Desconocido
Padre, tutor o encargado: Roberto Fontanarrosa
Estado civil: soltero
Hobbies: comprar armas, disparar a transeúntes desde la ventana de su departamento
Señas particulares: anda todo el día con un cigarrillo en la boca
Personaje admirado: Jack, el destripador
Personaje detestado: el resto de la humanidad
Observaciones: delincuente peligroso



Es imposible no mencionar la intervención de Fontanarrosa en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Rosario en noviembre de 2004. Dejó con la boca abierta a los intelectuales asistentes cuando propuso una amnistía para las malas palabras, además de pedir cuidar de ellas e integrarlas al lenguaje, pues, consideró, que las vamos a necesitar. Este es un ámbito más que apropiado para plantearse ¿por qué son malas palabras? ¿Le pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad, y cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿Quién las define como malas palabras?". Dijo, entre otras genialidades, el escritor y dibujante.
El año pasado, cuando estuve en la ciudad de Rosario, a pesar de saber que la enfermedad neurológica (acerca de cómo se sentía, decía, como su famoso personaje mal pero acostumbrado)que padecía Fontanarrosa lo había alejado de sus rutinas, me acerqué al bar El Cairo. Quería conocer el lugar donde pasó tantas horas, conversando y bebiendo café, escenario de muchos de sus mejores cuentos. El bar, que originalmente era un boliche como tantos, donde se jugaba billar y los varones se reunían a hablar de fútbol, mujeres y políticas, fue restaurado primero en la década del setenta, convirtiéndose entonces en un antro de intelectuales.





La segunda reforma se produjo después del incendio de 2003, y sigue conservando una atmósfera especial que invita a la tertulia, a la intimidad y a la filosofía, tal vez porque es en sí mismo una leyenda urbana, quizás porque el área de exposiciones y la librería que se han incorporado lo convierten en un espacio casi perfecto para dejar transcurrir las horas.





Esta noche (noche de adiós, noche de despedida) Inodoro y Boogie lloran a su creador. Rosario, su ciudad, ya sumergida en la oscuridad, vela a su hijo, símbolo indiscutible de la idiosincrasia y la cultura de esa región del planeta, pero también de ésta, más unida que separada por el Río Uruguay.






Maldigo a la muerte que se llevó a Fontanarrosa, y a pesar que supo hacerme reír, sobre todo de mis propios defectos, porque en sus personajes hay algo de cada uno de nosotros, también lo lloro. Desde este rinconcito de Montevideo, vaya mi mayor homenaje quizás al más grande escritor humorístico que ha dado este mundo. Y en esto, Inodoro, no hay negociación posible.














jueves, julio 05, 2007

Mil novecientos treinta y ocho


Hace unos días, un feto de aproximadamente tres meses de gestación fue encontrado en la zona donde se vierte la basura de la ciudad de Rivera (fronteriza de Brasil, unos quinientos kilómetros al norte de Montevideo). La policía de esa ciudad (comandada por su Jefe, Juan Carlos Soto), ni corta ni perezosa, decidió comenzar la investigación para buscar a la culpable de semejante delito. Lo primero que hizo fue identificar las zonas de donde podría provenir la basura. Acto seguido, pidió a las autoridades sanitarias (Ministerio de Salud Pública) la lista de mujeres embarazas que habitan esos barrios. Luego, concurrió, casa por casa, fingiendo estar realizando un censo, con el objetivo de controlar que todas las señoras siguieran embarazadas. Una, al parecer, no se encontraba en el país (la ciudad brasilera de Libramento queda a unos pasos). Entonces, consiguió una orden de allanamiento de domicilio (expedida por el juez en lo Penal de 1er. Turno, Federico Tobías). Finalmente, y a partir de investigaciones llevadas a cabo en la casa de la ausente (y cuya metodología se desconocen) concluyó que la asesina era la susodicha viajera.

En Uruguay, la ley vigente sobre el aborto data de 1938 (mil novecientos treinta y ocho, leyeron bien), y establece que su práctica es un delito, y por tanto, debe ser penada. Sin embargo, el aborto es una realidad cotidiana, realizándose de forma clandestina. Las mujeres con mayores ingresos acceden a abortos realizados en mejores condiciones sanitarias, mientras que otras, se los realizan de tal forma que ponen en riesgo su salud y su vida. Sí, su vida, porque las muertes por esta causa son el pan nuestro de cada día.

Parece ser que estamos empantanados en 1938 (siendo un Estado laico) sin perspectivas de cambio o progreso en lo que a proteger la salud de nuestras mujeres se refiere. Para completar el panorama, nuestro Presidente (el progresista y radioterapeuta Tabaré Vázquez) amenaza a cada rato con vetar la ley sobre reproducción si llegase a ser aprobada por los legisladores (ley que desde hace años da vueltas y vueltas en el Palacio Legislativo), y aún más, porque ha prometido disolver las cámaras (sí, disolver las cámaras de diputados y senadores) si la Asamblea General osase levantar su veto.

Sin embargo, la Ministra del Interior (la maestra Daisy Tourné) enterada de la investigación llevada a cabo en la ciudad de Rivera, envió una carta al Jefe de Policía de esa ciudad (y máximo responsable del procedimiento), en la que expresa: “no puedo como mujer y como su máxima jerarca, ocultar mi repudio a este accionar policial. Cumpliré –como es menester- con la investigación pertinente y de acuerdo a derecho y una vez sustanciada la misma, sepa usted que procederé con la máxima severidad”.

Es imposible no preguntarse si para la Ministra pesará más su condición de mujer que su lealtad al Presidente. Mientras tanto, nuestra legislación sigue anclada en el año 1938, al tiempo que el aborto es una realidad clandestina en la que cada mujer se juega la vida.

viernes, abril 27, 2007

Lágrimas de sangre sobre Gernika

Gernika, el horror, la ciudad

Gernika, el horror, Pablo Picasso


Cada vez que voy a Madrid, tengo una cita impostergable: ir al museo Reina Sofía y detenerme frente al imponente Gernika de Pablo Picasso. Suelo quedarme un buen rato, observándolo, fijando mi mirada en cada detalle, encontrando normalmente uno nuevo. Siempre me alejo con el corazón estrujado y los ojos al borde del llanto. Vergüenza de ser humana, eso es lo que siento. Luego, una vez que me adapto a la luz exterior, agradezco a Picasso haber inmortalizado, al menos una ínfima parte, del horror cometido por los nazis.

Cada vez que voy a Madrid, tengo una cita impostergable, presentarle mis respetos al Gernika, y revivir la memoria de los crímenes nazis. Para no olvidarme jamás que si una vez sucedió, puede volver a pasar.

Porque fue a partir del bárbaro ataque aéreo a Gernika, que el mundo empezó a darse cuenta de lo que era capaz el nazismo y sus aliados Mussolini y Franco. Aunque, es bien sabido, aún no había sucedido lo peor, lo que ninguna mente sana era, es o será capaz de concebir. Es interesante que Franco haya muerto sin admitir su responsabilidad en la masacre del pueblo vasco.

El 28 de abril de 1937, The Times y The New York Times abrían sus ediciones con el titular: "La tragedia de Gernika, ciudad destruida en ataque aéreo. Relato de un testigo ocular". El joven reportero británico, George Lowther Steer, fue el autor de la nota (“Crónica desde Gernika, George Steer, corresponsal de guerra2, Nicholas Rankin, Siglo XXI Editores argentinos). El mundo recién empezaba a abrir los ojos frente a hechos que hasta un ciego podía ver, pero que aún hoy, hay quiénes niegan.


Se eligió un jueves, día de feria, con todo el pueblo en las calles. Fue el 26 de abril de 1937, en plena Guerra Civil Española, tres semanas después del ataque alemán a la vecina ciudad vasca de Durango. Se cumplen setenta años del horror. Recuperemos la memoria. O no la perdamos nunca. El universo humano está integrado por hombres de la talla de Picasso, que inmortalizaron la barbarie de Gernika. Y de reporteros como George Steer, que informan sin casarse con nadie, pagando muchas veces con su vida la opción de decir la verdad de los hechos. Pero también Hitlers, Mussolinis y Francos. Es esta lección la que tenemos que aprender. Es esto lo que no debemos olvidar.


jueves, abril 19, 2007

Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero (III) Aniversario de la Cumparsita


Por motivos que no vienen al caso, últimamente estoy bastante ocupada, y, en consecuencia, no he tenido tiempo para escribir aquí. Sin embargo, el acontecimiento que hoy se celebra (Noventa años de la presentación pública de La Cumparista), me obliga a recordarlo, aunque sea transcribiendo el texto publicado en Montevideo Com.
Considerado por Astor Piazzola como "el peor de todos los tangos" y rodeado de polémica en torno a su autoría, la popular composición sin embargo ha sido grabada en múltiples versiones y utilizada en películas célebres como "Una Eva y dos Adanes", "El ocaso de una vida" o "Alice".

Los famosos acordes fueron tocados en público por primera vez en 1917, "en vísperas de un feriado, posiblemente antes del 19 de abril", según dijo el propio Matos, en La Giralda, en el centro de Montevideo, por el conjunto del pianista argentino Roberto Firpo, señaló a la AFP el experto Boris Pugo.

Pero la pieza musical instrumental había sido compuesta un año antes por Matos, de 19 años, pianista aficionado y entonces estudiante universitario.

"Según una leyenda que se pasa de boca en boca, pero que no puedo probar, un estudiante llamado Matos Rodríguez compuso una marchita como himno de la Liga" en 1916, contó a la AFP el presidente de la Liga Deportiva Universitaria, Julio Jacob. Otros dicen que fue compuesta como una "mascarada estudiantil" en el Carnaval de 1916 o como una marcha estudiantina, mientras que Pugo asegura que nació como un tango.

El experto señaló que la pieza de Matos sólo tenía dos partes, y que Firpo le agregó una tercera.

Los estudiosos del tema aceptan que la mano de Firpo fue decisiva, pues según él mismo dijo, le introdujo compases de un tango propio titulado "La Gaucha Manuela".

También hay expertos que indican que otros músicos, como el pianista Carlos Warren y el bandoneonista Minotto Di Cicco, ambos uruguayos, le hicieron retoques.

Sobre el origen del nombre, los historiadores especulan con que fue un camarero de origen italiano quien bautizó a la comparsa que constituían el joven Matos y sus amigos, que salían por las noches de ronda a cantar, como "la cumparsita".

Este tango instrumental fue una pieza totalmente olvidada hasta que el argentino Pascual Contursi le puso la primera letra en 1924 ("Si supieras, que dentro de mi alma...") para una obra de teatro llamada 'Un programa de cabaret', "un sainete de esos que había en Buenos Aires, pero la incluye sin la autorización de Matos", contó Pugo.

Matos, que había vendido los derechos de La Cumparsita en 1917 a la editorial Breyer Hermanos por poco dinero, le puso entonces su propia letra ("La cumparsa desfila...") e hizo un reclamo judicial, que se resolvió recién después de la muerte del compositor, en 1948, y cuando Contursi también ya había fallecido, permitiendo la grabación de las dos versiones.

Pero la letra que realmente perduró, más allá de otras composiciones, fue la de Contursi, que Carlos Gardel, apodado el Zorzal Criollo, grabó por primera vez en Buenos Aires en 1924 y luego en España en 1927.

Aunque La Cumparsita es la obra más conocida de Matos, según Pugo no fue la mejor de las 73 que compuso, entre las que destacó "Mocosita", "El Rosal", y "San Telmo".

Pugo recordó que el compositor argentino Astor Piazzola decía que La Cumparsita "era el peor de todos los tangos que se habían hecho".

Al igual que sobre el origen de Gardel -si nació en Tacuarembó, Uruguay, o Toulouse, Francia- La Cumparsita está rodeada de polémica.
Una ley de 1997 la declaró "himno cultural y popular" de Uruguay, pero es considerado en Argentina como "uno de los estandartes de la cultura porteña".

En la Exposición de Sevilla de 1992, en ocasión de los 500 años del descubrimiento de América, la delegación argentina protestó sin éxito porque su par uruguaya puso énfasis en el origen montevideano de La Cumparsita.

En 2000, en los Juegos Olímpicos de Sydney, Australia, la molestia fue de Uruguay, luego que los organizadores emitieron La Cumparsita durante el desfile de los atletas argentinos.

Pugo se ríe. "Es que las fronteras políticas no tienen que ver con las fronteras culturales", afirma.

Deleíntese con este video de antología. ¿Adivinen quién es el intérprete?

jueves, marzo 29, 2007

Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero (II)

Para robarle una sonrisa a E., que ha perdido la fe en el ser humano

Brevísima historia del tango

Montevideo, ciudad besada por nuestro Río de la Plata (tan ancho como mar) fue, como nuestra hermana-enemiga Buenos Aires, cuna del tango. Es que el Río de la Plata une mucho más que lo que la mayoría de los uruguayos deseáramos, pues si nos toman desprevenidos, a la hora del balance primario, nueve a uno, pesa más la estupidez de los programas televisivos, de su cumbia villera, de su jet set, de su vivir mostrándose para afuera aunque no tengan qué comer, que el invaluable aporte argentino a la cultura universal (todos lo sabemos, ¿qué podría decirles que ustedes no sepan, si Borges, Cortázar o Piazzolla surgen solos, sin necesidad de pensar nada?).

El tango no ha sido la causa de la idiosincrasia que nos caracteriza a los habitantes de ambas ciudades portuarias (Montevideo y su majestad la Reina del plata), sino su consecuencia. Compartimos una historia común de desavenencias sufridas desde que los recién llegados inmigrantes (españoles, italianos, y europeos en general), se amontonaron en casuchas cercanas a los puertos, donde el hambre y la mugre, los sueños destruidos por la realidad y la nostalgia por las tierras que habían dejado, fueron marcando un perfil del que ya no pudimos escapar.

La música, acompañaba las veladas después de las largas jornadas laborales. Los blancos, escuchaban y bailaban habaneras, polkas, mazurcas y algún que otro vals, mientras que los negros esclavos se movían al ritmo del candombe, danza en la que la pareja no se enlazaba siguiendo los ritmos marcados más por la percusión que por la melodía.

Se encuentra a fines del siglo XIX (por el 1800) el nacimiento del tango, que no se produjo de un día para otro, sino que fue parte de un proceso, iniciándose como una nueva manera de bailar.

Los pobladores, ejecutaban la música con los instrumentos que tenían a mano, es decir, violín, flauta y guitarra. Incluso, usaban el peine, convertido en instrumento de viento, gracias a la ayuda de un papel de armar cigarrillos que, en manos de un experto soplador, servía para marcar el ritmo. El mítico bandoneón, es necesario aclarar, no llega al tango hasta un par de décadas después de su nacimiento, en 1900 aproximadamente, en las valijas de los inmigrantes alemanes, y poco a poco, sustituye a la flauta.

Con esos instrumentos reproducían melodías conocidas, que fueron bailándose primero en los tugurios o cuchitriles que rodeaban los puertos, cuna de prostíbulos. Ambiente de mala muerte, por cierto. Por eso, las primeras mujeres que bailaban esta nueva danza no eran damas de la sociedad criolla (que seguían dale que te dale con las mazurcas) sino las desgraciadas camareras y prostitutas, únicas representantes de mi género que frecuentaban esos perigundines. Y como las chicas eran expertas (o intentaban serlo) en las bondades del físico, el nuevo baile nació provocador, cercano, explícito. Es decir, opuesto a lo que la sociedad aceptaba…

Las primeras letras de los tangos no eran santas, como se imaginarán, sino más bien son obscenas, con títulos dejan lugar a pocas dudas: "Dos sin sacarla", "Qué polvo con tanto viento", "Con qué tropieza que no dentra", "Siete pulgadas", “Vaselina en punta”, “Mordeme la oreja izquierda”, “El 69” “Metele fierro hasta el fondo”... Incluso el famoso "El Choclo", que literalmente significa mazorca de maíz, en sentido figurado y vulgar, equivale al castellano "chocho" o "coño"...

Tal vez ahora, las letras de esos tangos denominados “prostibularios”, solamente nos hagan reír un poco. Sin embargo, si intentamos viajar hasta finales del Siglo XIX, no dudaremos en definirlas como escandalosas. Así que, retrocedamos en el tiempo y leamos, “Por salir con una piba / que era muy dicharachera, / me han quedado las orejas / como flor de regadera” ...(en realidad, no era “salir” lo que lo el mozo hacía con la piba, sino más bien lo contrario, ...y lo que quedó como flor de regadera.. tampoco fueron sus orejas…).

Musicalmente, el tango se conoce como de «dos por cuatro», o sea en compás de dos cuartos (2/4), pero en realidad la mayoría de los tangos están en compás de cuatro cuartos (4/4), y el nombre, se supone, surge despectivamente del “tangó”, que eran las reuniones de música y danza de negros.

Las letras van tiñéndose de la idiosincrasia de la que surgen, y entonces el tango, que sigue bailándose sensualmente, comienza a ser tan triste y desgarrador, que cuesta creer que la pareja logre encontrar en esas letras un ambiente propicio para un encuentro sin duda, erótico. Pero lo logra.

Vaya uno a saber porqué, el tango tan rechazado en el Río de la Plata, se apodera de los salones europeos a principios del siglo XX. Uno de los tantos misterios de este mundo, sin duda alguna.

A pesar que hay tangos con letras picarescas, la inmensa mayoría son grises como las madrugadas de las ciudades portuarias donde nació, inmersas en la niebla marítima, desbordantes de la nostalgia por el pasado, la perdida juventud, el amor que un día se sintió, la madre… Los malevos, personajes tangueros por excelencia, temidos en los barrios de mala muerte que frecuentan por su valentía y su andar, facón en mano, listo para empuñar contra quién sea, lloran a la viejecita y a la mina (mujer), tanto pebeta (muchacha) como percanta (mujer de quinta categoría, pero de la que se enamoraban hasta los huesos). De la mina se enamoran, pero los abandona, yéndose casi siempre detrás de un hombre rico. Y se llora, si señores y señoras, se llora mucho. Los malevos, tan valientes, derraman lágrimas como niños, encontrando refugio normalmente en los amigos (aunque la mayoría ya se hayan ido), en el cafetín o boliche, en el barrio (pese a que ya no sea el mismo que antaño) y, obvio, en el recuerdo de un viejo amor. Se llora con lágrimas o con despecho, con dolor o con rencor, por lo que los tangos deben ser escuchados y no leídos, y hay cantantes que mejor interpretan un tema que otro. Casi todas las letras de tango tienen términos lunfardos rioplatenses, muchos de los cuales seguimos usando en nuestro cotidiano lenguaje, y del que nos sentimos orgullosos, porque nos identifican.

El tango es triste, gris y nostálgico hasta límites insospechados. Lo mismo que el blues y el jazz. Basta pensar dónde y en qué ambientes surgen los tres géneros musicales, para que no nos quede la menor duda que los más sufrientes y desprotegidos de la sociedad encuentran en la música su forma de expresar ese dolor tan antiguo como desconsolado, que se termina adueñando de la forma de ser de esa sociedad, y que después resulta imposible erradicar.

Sin embargo, el tango como danza es una maravillosa muestra de erotismo y sensualidad, por eso es tan difícil bailarlo. Se pueden aprender “pasos” básicos, y algo más, pero si no se entrega el alma, y si no existe comunión entre la pareja, el resultado es una serie de técnicas ejemplares, pero nada más. Nada tiene el tango que ver con las piruetas y acrobacias que se exportan al mundo. El tango mejor bailado, el verdadero, se encuentra en los barrios de Montevideo y Buenos Aires, ejecutado por personas comunes y corrientes, y en algunos (pocos) espectáculos para turistas, en los que no se pierde la esencia ni la magia de la danza.

Próxima entrega El humor en el tango. Como adelanto, van estas letras y músicas. El lunfardo es una constante, recuerden usar el diccionario.

Esta noche me emborracho (1928)

…¡Y pensar que hace diez años,
fue mi locura!
¡Que llegué hasta la traición
por su hermosura!
Que esto que hoy es un cascajo
fue la dulce metedura
donde yo perdí el honor;
que chiflao por su belleza
le quité el pan a la vieja,
me hice ruin y pechador.
Que quedé sin un amigo,
que viví de mala fe,
que me tuvo de rodillas,
sin moral,
hecho un mendigo,
cuando se fue

…Durante la semana, meta al laburo
y el sabado a la noche sos un doctor...
Te encajas las polainas y el cuello duro,
y te venis al centro de rompedor.

Garufa!
Pucha que sos divertido.
Garufa!
vos sos un caso perdido.
Tu vieja...
dice que sos un bandido
porque supo que te vieron,
la otra nocheen el Parque Japones...
…¿Querés qué me deschave
y diga quién sos vos?
Vos sos, che, vagoneta,
el que atrasó el reloj...

¿Con qué herramienta te ganás la vida?
¿Con qué ventaja te ponés mis ropas?
Ya se acabó el reparto e' salvavidas,
cachá esta onda, se acabó la sopa…

sábado, noviembre 25, 2006

Viena, o ese imperial sabor del café

La torta que les presenté en Este año, chocolate, es la famosa Sacher torte vienesa, inventada por Franz Sacher, allá por 1832. Franz, debió obedecer un caprichoso decreto real del Principe Wenzel Clemens Metternich, y sustituir a su jefe enfermo en la cocina. El resultado fue la sin igual torta que lleva su nombre, y que llevó a Franz a la gloria, pues la receta se mantuvo en secreto (excepto la delgada capa de mermelada de damasco), por lo que comenzó a ser solicitada en Europa central primero, y en el resto del viejo continente, después. Fama y dinero. Y también hijos que heredaron, además de la fortuna en metal, el amor de su padre a la repostería.
Fue así que Eduard, en 1876, compró un palacio en la Philharmoniker Strasse 4, a pasitos de la coqueta y transitada peatonal Karntner Strasse, es decir, mismo enfrente de su majestad, la Wiener Staastsoper, es decir la Ópera estatal de Viena, conocida comúnmente por “la” Ópera de Viena, a la que se entra por la paralela a la calle Philharmoniker, esto es, el emblemático Opernring (el anillo de la ópera). En el palacio abrió primero un cafecito, donde se degustaban delicias dulces varias, y cafecitos, también varios. Eduard se casó con una mujer de brillante visión empresarial, y así nació el Sacher Hotel, el más famoso de toda Viena, que en la actualidad sigue deslumbrando a quien a él se acerque. También sigue el Café Sacher, en la planta baja del hotel, con entrada independiente, igualito que cuando se fundó.
Poco importa que la viuda de Sacher haya muerto en 1930, un año después de la quiebra del hotel, ni que en la Viena de la segunda guerra mundial el hotel fuese una base nazi. Menos aún que los rusos convirtieron su majestuoso hall en una caballeriza. Debo confesar que a pesar que nada tengo de monárquica, cada vez que voy a Viena no puedo resistirme a la tentación de hacer lo mismo que la Emperatriz Elizabeth, mejor conocida como Sissi. Disfrutar de la ópera y luego cruzar hasta el café del hotel Sacher para deleitarme con un trozo de la famosa torta servida con un copo de crema doble amarga bien batida, bebiendo lo que corresponde, café Elizabeth, preparado desde siempre con partes iguales de café y licor de naranja, sobre el que flota un copito de, por supuesto, crema doble amarga batida.

Sacher tort. La coquetería sabor chocolate


Es que Viena es la ciudad del café. No hay otra en el mundo que pueda llevarse el título mayor, o la corona. De Viena se puede decir que es demasiado perfecta para ser de verdad; que de tan impecable parece habitada por seres no humanos, porque los austriacos, al igual que los alemanes, no tiran ni un papelito en sus calles, convirtiendo a la capital del imperio austro-húngaro en algo así como un laboratorio aséptico; que hay tanta historia tan perfectamente conservada que llega a marear e incluso, dar vértigo. Pero nadie puede discutir que el café es Viena, y Viena es el café.En 1683 los turcos sitiaron Viena. La historia cuenta que perdieron la guerra con las cimitarras, pero, en realidad, la ganaron con el café. Cuando las tropas del entonces imperio austrohúngaro hicieron huir a los derrotados turcos, descubrieron que en los campamentos habían dejado de todo. El tesoro no estaba constituido por los mapas ni las bitácoras, sino por 500 sacos de unos granos negros que nadie sabía qué diablos eran, pero que sospecharon importantes pues eran celosamente cuidados por sus dueños. Por suerte, Kolschitzky, soldado él, como buen espía, había observado mucho de las tropas invasoras, incluyendo la manera como preparaban aquellos granos. Ni corto ni perezoso, los pidió en pago a los servicios prestados a la ciudad. Así es como comienza la historia del exquisito café vienés, que llegó con las armas de los turcos, los segundos en comenzar a preparar café. Los primeros fueron los árabes (aunque el origen del café es, probablemente, etiope). El café entró para quedarse en Europa por la puerta de Venecia, desde el puerto de Moka, a finales del siglo XVII.

La historia filosófica del café es demasiado vasta y entretenida como para resumirla acá. Sin embargo, es importante destacar que se creía que producía efectos casi demoníacos en quienes lo bebían. Por eso, el emir Kahir Bey lo prohibió en 1511 en La Meca, cerrando las cafeterías. Los demonios entonces se manifestaban, clínicamente, estimulando el intelecto, fomentando el intercambio de ideas entre los hombres. Cuando hizo su triunfal aparición en Venecia, el papa Clemente VIII fue aconsejado de prohibirlo. Pero, alcanzó con probarlo para sentenciar que era demasiado delicioso como para privar a los fieles de semejante elixir. De este modo, infieles y fieles, fueron iguales a los ojos de dios. Para saborearlo. Y escucharlo, pues nada menos que Bach le escribió una cantata, divertimento al café, o mejor dicho, al placer de beberlo (cantata 211 Schweigt stille, plaudert nicht, conocida también como Kaffeekantate).

Volvamos a Viena, porque esta ciudad merece un justo reconocimiento pese a que muchos no la quieren nada. La primera cafetería vienesa está íntimamente ligada con otro exquisito producto originario de la ciudad de los valses. Regresemos al sitio turco de Viena. Los panaderos vieneses, en honor a los defensores de su ciudad, crearon la media luna (si, con la que los franceses se llenan la boca de ser sus inventores, cuando la nombran croissant, frunciendo los labios, haciendo alarde de un invento que no les es propio). Media luna creciente, o kipfel, que es, ¡oh maravilla!, un pastel hojaldrado (como solamente los vieneses saben prepararlo) con forma del emblema del estandarte del imperio otomano. Así fue como comenzaron a saborearse las medias lunas en el mundo, que luego humedecieron en el cafecito preparado con los granos abandonados por los turcos, en la primera cafetería vienesa, fundada por Johannes Diodato, en 1685, bautizada como La botella azul, porque era el nombre de la casa. Quien preparaba el café era el mismísimo Kolschitzky, cuya suerte cambió a partir de unos granos que actualmente constituyen el segundo producto más comercializado del mundo, después del petróleo, claro. Y que nadie intente confundirlos, sucedió en Viena.


Café Hawelka, Viena.



En Viena también sucedió que en el 2002, en una sofocante tarde de finales de junio, la paz sabatina fue interrumpida por una sorprendente algarabía. Autos enarbolados por banderas rojas luciendo la media luna que crece alrededor de una estrella, invadieron Viena. Era yo la única que no entendía nada, porque los vieneses bien saben que la otrora capital del imperio austro húngaro, es la ciudad con más cantidad de migrantes turcos. Las vueltas que da la vida, diría mi tía Delia, tantas como las de los turcos aquella tarde, celebrando en su segunda patria, que su país había obtenido el tercer lugar en la copa mundial de football.

De Viena, el café marchó, con Diodato, a la mágica Praga, donde solamente se vendía con recta médica en las boticas. Ahí, a unos pasos del puente de Carlos, abrió una cafetería en la casa de las Tres Avestruces Doradas. Durante un buen tiempo, Diodato salía a ofrecer su café por las calles, llevándolo en un sartén que mantenía a la temperatura adecuada con brasas. Era un hombre de negocios, sin duda, y pasó a la historia, pues luego fundó la primera cafetería de Praga, en la casa de la Serpiente de Oro, justo en la esquina de la calle de Carlos y la de los Lirios.

Fue de esta manera como Viena se convirtió en la ciudad del café. Los cafés están en cada esquina, y en cada terraza en los meses cálidos. Los más famosos son el Karlsplatz, el Frauenhuber, el Central, el Hawelka, el Imperial, el Prückel, el Sperl, y el Landtmann. Unos con música en vivo, otros caracterizados por sus tertulias de intelectuales, o por poseer toda la prensa para leer, o por la repostería, o por haber sido frecuentado por Freud, o por el mobiliario, o por esto, o por lo otro. Pero todos tienen mobiliario de época, son majestuosos, repletos de espejos, rinconcitos cálidos que propician la confesión de los más profundos secretos, mozos que atienden gentilmente, convencidos que en el buen trato al cliente radica el encanto y la fama de esos lugares, siempre llevando el café a la mesa sobre una pequeña bandeja plateada que hace sentirse rey (o reina) al visitante, generando una adicción a regresar, mayor que la producida por la misma cafeína. Y regresamos. Nunca por un café, así, a secas. Aprendemos que eso es una deshonra para los vieneses. Regresamos un día por un Grosser Einspäner (café negro caliente con un copete de crema batida), otro por un Eiskaffe (café negro frío, con hielo, una bola de helado de vainilla y crema batida, servido en vaso), otro por un Melange (café con leche y copete de crema batida), otro por un Kurzer (expresso negro y fuerte), otro por un Kapuziner (Capuccino), otro por un Türkischer Kaffe (el típico café a la turca, al que también llaman Mokka)…



Café Hawelka, marzo 2003. Afuera, nevaba.

Viena, la ciudad que la mayoría reconocen por el Danubio o por sus valses, es, fundamentalmente, la ciudad del café. Café originalmente turco pero enriquecido con la sabiduría vienesa, y luego por la de su vecina Italia. Para desgracia de los amantes del valioso grano negro, ha comenzado a ser asediado por la globalización, que no lo ha salvado de la invasión de los Starbucks…

De modo que no lo duden, anímense a obsequiar al querido cumpleañero con la Sacher Tort, que, aunque pueden encargarla por Internet y llega a cualquier lugar del mundo en perfecto estado en una preciosa caja de madera por unos treinta y seis euros (la más grande) más gastos de envío (unos ocho euros para Europa), nunca tendrá el inigualable valor de lo que preparamos con nuestras manos, nuestro amor, e incluso, con nuestros inconfesables temores.
Prepárenla la noche anterior, colóquenla en la heladera no más de ocho horas, retirándola del frío un par de horas antes de ser presentada en sociedad. Sírvanla en trozos pequeños con un copo de crema doble batida sin azúcar. Y no olviden el café Elizabeth ó el Mélange, para potenciar su sabor, y hacer honor a la ciudad que con total gentileza, la comparte con el mundo.