Para Pablo, Maia y Silvana (hijo, sobrina y cuñada), queridos escorpianos nacidos en noviembre
Hay quiénes prefieren pasar por alto el día de su cumpleaños, desapareciendo de sus lugares habituales o encerrándose bajo cuatro llaves sin contestar el teléfono. Otros, por el contrario, esperan su onomástico para tirar la casa por la ventana. Entre esos dos grupos, se encuentra una gama infinita, formada por aquellos mortales que, cada año, viven y sienten de manera diferente el hecho de cumplir un año más, normalmente influenciados por la forma como ha soplado el viento (o la fuerza con que los ha abatido) los doce últimos meses de sus vidas.
Si es cuestión de confesar, soy genéticamente fiestera. A mi modo, claro está. Reuniones pequeñas, con gente bien cercana que me asegure (y asegure a los demás) que todos pasaremos un buen rato. También debo decir, Señor Juez, que de un tiempo a esta parte ando bastante insociable. Las razones son varias y no vienen al caso, pero reconozco que una vez que me obligo a compartir ratos con mis buenos amigos, jamás me arrepiento. Sufro algo así como una cierta clase de pereza. Pereza de moverme. Eso es todo. De todas formas, espero que sea transitoria. Y sino, en fin, tendré que acostumbre a ella.
Lo cierto es que a pesar que evito el contacto con la gente, cuando alguien querido cumple años, soy la primera en insistir hasta el cansancio con que tan importante acontecimiento se celebre como dios manda. Y dios manda, al menos, una torta con velitas para ser sopladas después de pedir tres deseos. Una torta que debe ser especial, y para mí, especial significa que sea elaborada las manos de alguien que quiere al homenajeado, es decir, con mucho amor.
Muchas personas le temen a la cocina, y más aún a la repostería, privándose de poder hacer un regalo único, y privando a los demás, de la felicidad de recibir un inigualable obsequio. La mayoría de los miedos culinarios tienen su origen en maquinaciones elaboradas en la mente del desgraciado, o en recuerdos de alguna experiencia de fracaso. De modo que lo primero que deben hacer es espantar a los fantasmas a escobazo limpio (ya que en la cocina estamos). Luego, cerrar los ojos y repetir nueve veces que lo van a lo lograr. A continuación, comprar los ingredientes y tenerlos a temperatura ambiente, junto con los utensillos que necesitarán. Una vez que todo está listo sobre la mesa de la cocina para empezar a jugar, encender el horno a unos 200 grados centígrados, y ponerse el delantal.
En un bowl, batir 180 gramos de azúcar con 180 gramos de manteca (la batidora es de gran ayuda para que la mezcla quede bien cremosa). Agregar de una, siempre batiendo, 8 yemas de huevos grandes.
Si es cuestión de confesar, soy genéticamente fiestera. A mi modo, claro está. Reuniones pequeñas, con gente bien cercana que me asegure (y asegure a los demás) que todos pasaremos un buen rato. También debo decir, Señor Juez, que de un tiempo a esta parte ando bastante insociable. Las razones son varias y no vienen al caso, pero reconozco que una vez que me obligo a compartir ratos con mis buenos amigos, jamás me arrepiento. Sufro algo así como una cierta clase de pereza. Pereza de moverme. Eso es todo. De todas formas, espero que sea transitoria. Y sino, en fin, tendré que acostumbre a ella.
Lo cierto es que a pesar que evito el contacto con la gente, cuando alguien querido cumple años, soy la primera en insistir hasta el cansancio con que tan importante acontecimiento se celebre como dios manda. Y dios manda, al menos, una torta con velitas para ser sopladas después de pedir tres deseos. Una torta que debe ser especial, y para mí, especial significa que sea elaborada las manos de alguien que quiere al homenajeado, es decir, con mucho amor.
Muchas personas le temen a la cocina, y más aún a la repostería, privándose de poder hacer un regalo único, y privando a los demás, de la felicidad de recibir un inigualable obsequio. La mayoría de los miedos culinarios tienen su origen en maquinaciones elaboradas en la mente del desgraciado, o en recuerdos de alguna experiencia de fracaso. De modo que lo primero que deben hacer es espantar a los fantasmas a escobazo limpio (ya que en la cocina estamos). Luego, cerrar los ojos y repetir nueve veces que lo van a lo lograr. A continuación, comprar los ingredientes y tenerlos a temperatura ambiente, junto con los utensillos que necesitarán. Una vez que todo está listo sobre la mesa de la cocina para empezar a jugar, encender el horno a unos 200 grados centígrados, y ponerse el delantal.
En un bowl, batir 180 gramos de azúcar con 180 gramos de manteca (la batidora es de gran ayuda para que la mezcla quede bien cremosa). Agregar de una, siempre batiendo, 8 yemas de huevos grandes.
En otro recipiente, derretir una barra de 180 gramos de chocolate negro y amargo (pueden hacerlo en el micro, 3 minutos es suficiente, pero antes corten la barra de chocolate en pequeños trozos para facilitar el proceso). Esperan un poco hasta que se entibie (no lo dejen enfriar pues se endurecerá de nuevo, porque tendrán que iniciar el proceso otra vez). Una vez tibio, lo agregan a la mezcla anterior, y baten bien (bien de bien).
Luego, agregan de a poco, siempre batiendo, 180 gramos de harina y tres cucharaditas de polvo de hornear. Cuando la mezcla esté homogénea, incorporan 50 gramos de polvo de almendras. Finalizada esta etapa, incorporan las 8 claras de los huevos grandes, previamente batidas a punto nieve. Las claras a nieve tienen que ser agregadas a la mezcla bien despacito (nada de batidora) para que no pierda el aire, logrando así una masa esponjosa, bien flu flu. Con paciencia, hasta que el color del chocolate y el blanco de las claras a punto nieve, se defina en un tono más suave. Y ya está.
Vierten la mezcla aireada en una asadera circular de 25 cm de diámetro y de unos 8 cm de alto, previamente enmantecada. Al horno ya calentito a 200 grados, en el medio del horno (ni arriba ni abajo). Con cuarenta minutos es suficiente, pero como este asunto depende de cada horno, a los veinte minutos echarle un vistazo. Lo mismo a los treinta minutos. Para probar si está cocida, con un palito finito (los de las escobas de antes son los más adecuados) la prueban. Si no queda masa adherida, está lista. Crece hasta el borde, o más aún en el centro. La retiran del horno, y la dejan enfriar sobre un apoyo de madera (para que no sufra un cambio brusco de temperatura.
Mientras se enfría, preparan el baño. En una cacerola, a fuego lento, calientan 180 gramos de crema de leche (la que se denomina “doble”, es decir, la más espesa que encuentren). Agregar de a poquito, tres medidas de brandy; bien de a poquito, para que la crema no “se corte”, es decir, no se separe. Incorporar luego, despacito, revolviendo bien, en pedacitos pequeños, 180 gramos de chocolate en barra, negro y amargo. La mezcla se espesará, ahí estará lista, y la retiramos del fuego.
Volvamos a la torta, ya a la temperatura ambiente. La cortamos al medio, y la rellenamos con tres o cuatro cucharadas de mermelada de damasco. Será una capa delgada de mermelada, pero suficiente para darle un toque de sabor especial, inconfundible, y lo mejor, inolvidable.
Ahora llega el momento de bañarla. Despacio, esparcen el baño en los lados y en la parte superior. Tienen que ser valientes y resistir la tentación de cortar un trozo antes de la celebración. Pueden prepararla la noche anterior, conservándola en el refrigerador no más de ocho horas (no es una torta helada, eh?), y sacándola del frío dos horas antes del momento de la ingestión. La temperatura ambiental óptima es 18 grados Celsius.
Preséntenla en sociedad homenajeando al (a la) cumpleañero (cumpleañera). Una vez que haya salido de la fantástica sorpresa que le obsequiaron, recuérdenle que debe pedir tres deseos antes de soplar la velita (que queda más elegante ubicada en un lado de la torta). Una vez cumplido el rito, sírvanla acompañada de un copo de crema doble batida sin azúcar a un costado del plato (no encima de la torta).
Para que la fiesta sea inolvidable, sirvan café. Pero no cualquier café. Están terminantemente prohibidas las bebidas colas, los vinos, las cavas, y cualquier beberaje alcohólico que no sea brandy. Tengan paciencia, en la próxima entrega les explicaré.
Volvamos a la torta, ya a la temperatura ambiente. La cortamos al medio, y la rellenamos con tres o cuatro cucharadas de mermelada de damasco. Será una capa delgada de mermelada, pero suficiente para darle un toque de sabor especial, inconfundible, y lo mejor, inolvidable.
Ahora llega el momento de bañarla. Despacio, esparcen el baño en los lados y en la parte superior. Tienen que ser valientes y resistir la tentación de cortar un trozo antes de la celebración. Pueden prepararla la noche anterior, conservándola en el refrigerador no más de ocho horas (no es una torta helada, eh?), y sacándola del frío dos horas antes del momento de la ingestión. La temperatura ambiental óptima es 18 grados Celsius.
Preséntenla en sociedad homenajeando al (a la) cumpleañero (cumpleañera). Una vez que haya salido de la fantástica sorpresa que le obsequiaron, recuérdenle que debe pedir tres deseos antes de soplar la velita (que queda más elegante ubicada en un lado de la torta). Una vez cumplido el rito, sírvanla acompañada de un copo de crema doble batida sin azúcar a un costado del plato (no encima de la torta).
Para que la fiesta sea inolvidable, sirvan café. Pero no cualquier café. Están terminantemente prohibidas las bebidas colas, los vinos, las cavas, y cualquier beberaje alcohólico que no sea brandy. Tengan paciencia, en la próxima entrega les explicaré.