lunes, octubre 01, 2007

William Faulkner hubiese cumplido 110 años. Celebración de la vida y de la lectura en Rowan Oak

El 25 de setiembre, el Centro para el estudio de la Cultura Sureña (Center for the Study of the Southern Culture) de la Universidad de Mississippi (Ole Miss), celebró el cumpleaños número 110 de William Faulkner. La cita fue en Rowan Oak, Oxford, Mississippi, la casa construida en 1840 y que Faulkner compró en 1930, donde vivió desde entonces y hasta su muerte en 1962 (y que su hija Jill vendió en 1972 a Ole Miss, y que fuese reinaugurada con bombos y platillos el 1º de mayo de 2005).
Cartel en Old Taylor Road
Desde antes de llegar a Oxford, sabía que, por primera vez, mi estadía en esa ciudad del norte del sureño estado de Mississippi, coincidiría con una celebración relacionada con el creador de Yoknapatawpha, por lo que estaba pendiente de las actividades. En la primera visita a Square Books (librería en la que suelo perderme horas) me enteré de los detalles de la fiesta de cumpleaños.


Portón en la entrada de Rowan Oak


Entusiasmada, y convencida que no sería defraudada, tempranito en la tarde, casi ahogada por los treinta y cinco grados (a pesar que el verano se había retirado un par de días atrás), llegué a Rowan Oak para sumarme a la fiesta. En realidad, llegué después de haberme perdido, tras dar varias vueltas en un radio de pocas manzanas (y conste que ya había ido varias veces). El problema radica en que la casa se encuentra en una zona cuyas calles terminan en el bosque, por lo que tomar por la ruta equivocada, conduce, inevitablemente, al fracaso. Durante mi período de desorientación, intenté imaginarme Oxford setenta años atrás, por lo que no tuve dudas que la dificultad para acceder a la casa debió ser una de las razones por las que Faulkner eligió ese sitio para vivir.


A lo lejos, la casa
La tranquila calle (Old Taylor Road) en la que se ubica la casa, estaba invadida de autos estacionados de los que continuamente descendían visitantes. El enorme jardín que es preciso atravesar para acceder a la vivienda, estaba siendo recorrido por decenas de personas que disfrutaban del fresco obsequiado por los centenarios robles que dan el nombre al lugar (Faulkner nombró la casa “Rowan oak" debido a la leyenda que aparece en The Golden Bough, escrito por James Frazer; según la historia, los campesinos escoceses colocan una cruz de madera de roble –oak- sobre los umbrales de sus puertas, para espantar a los malos espíritus y brindar refugio, privacidad y paz a los que allí viven; el roble proporciona fortaleza, y el serbal- rowan-, serenidad).


El camino de robles que conduce a la casa


El camino de robles desde el balcón principal de la primera planta

En primer lugar, paseé un rato por el jardín que, pese a tener una concurrencia mayor a lo habitual, se encontraba en absoluto silencio, escuchándose, apenas como un lejano murmullo, las voces que llegaban desde el ala este de la vivienda. Luego, entré a la casa, recorriendo cada una de las habitaciones en las que se exhiben objetos personales del escritor y su familia. Sin duda, el estudio de Faulkner con su máquina de escribir (regalo de su madre) y los carteles colocados en la pared en los que, con su puño y letra, organizaba su trabajo de cada día, es el rincón de la vivienda que mayor fascinación provoca, como si sus paredes conservaran el misterio de la creación de ese gigante de la literatura (se puede realizar un recorrido virtual de Rowan Oak a través de internet).


El estudio del Faulkner

Luego, rodeé la casa con el objetivo de acercarme al porche "este", donde Faulkner solía pasar los atardeceres y festejar los cumpleaños, y por lo tanto elegido para la fiesta. Antes de llegar a destino, me abordó una joven, preguntándome si iba a leer. Por supuesto que no, le respondí, ya que me aterraba sólo imaginarme pronunciando con un acento que en nada se parece al sureño. Creo que se dio cuenta de mi susto. Sin embargo, haciendo gala de la famosa cordialidad sureña, me sonrió como diciéndome No hay problema, y volvió a ubicarse en la mesa debajo de la carpa blanca colocada para la ocasión a un lado del jardín del ala sur de la casa. Me senté en la última fila de sillas azules perfectamente colocadas mirando al porche "este", y comencé a observar al público. Había gente de todas las edades, desde adolescentes recién salidos de las high schools (con sus enormes mochilas a cuestas, un mal universal) hasta casi octogenarios que tal vez conocieron personalmente al homenajeado.


El porche "este" desde el parque al frente de la casa

Debajo del porche, se habían colocado dos atriles, y un excelente sistema de amplificación permitía que las voces llegaran con claridad y un nivel de volumen agradable que se mezclaba con los cantos de los pájaros en perfecta armonía. Es que en esos atriles se ubicaban los participantes de la maratón de lectura de Go Down, Moses (Desciende, Moisés, publicado en 1942, y que originalmente era una serie de relatos), forma que se decidió tuviese la celebración del cumpleaños ciento diez de Faulkner. La maratón, publicitada a lo largo de todo el mes a través de la página web de Ole Miss, de la National Public Radio y de tarjetas repartidas en diferentes centros comerciales del pueblo, había comenzado a las siete de la mañana, y se extendería hasta las cinco de la tarde. Cada diez minutos, sonaba un timbre y cambiaba el lector (su sonido se puede escuchar en el video). Cuatro minutos antes del plazo, algunos de los organizadores (que seguían atentos la lectura debajo de la carpa blanca) se acercaban al siguiente lector y, si no estaba leyendo en su propio libro, le entregaban uno. Dos minutos después, se acercaba al atril libre, y aguardaba su turno. Una vez que iniciaba la lectura, el lector anterior abandonaba el atril. Y así, sucesivamente.



Un participante de la maratón lee mientras espera el relevo

Además de una celebración de la vida, se celebró la lectura. Se eligió Go Down, Moses, pues es la novela con la que se lanzó Mississippi Reads, proyecto creado a partir de una iniciativa del Estado, que cada año fomentará la lectura de un libro de un escritor de esa región. Lectura para todas las edades, en colegios, secundarios, universidades, bibliotecas y clubes de lectura, guiados por recomendaciones dadas en su página web.



El jardín "este" de la casa


Por los acentos de los participantes de la maratón, era muy fácil reconocer su origen y comprobar que habían llegado de todo Estados Unidos, y del resto del mundo. Me arrepentí, entonces, por no haber aceptado integrado la maratón, pero ese sentimiento quedó de lado frente a la maravilla de comprobar que la literatura no ha pasado de moda, y que algunos escritores tienen seguidores que nada deben envidiar a los de actores o cantantes de moda.



El porche este de la casa, una lectora participa mientras el siguiente aguarda


Permanecí casi dos horas, disfrutando la lectura, la sombra de los cipreses y el canto de los pájaros, observando a las personas ir y venir del patio este, pasear por el jardín, pero sobre todo acercarse, ya que a las cinco de la tarde, la celebración finalizaría con la actuación del coro de la Iglesia Bautista San Pedro Misionero (del condado de Lafayette, donde se encuentra Oxford) cantando el Feliz Cumpleaños (faltaba más) así como Go Down, Moses, el negro espiritual del que Faulkner tomó el nombre para su novela. La bebida elegida fue Pepsi Cola, que abundaba bien helada para quien quisiera saciar su sed. Dicen que era la favorita del homenajeado, aunque pocos nos lo creímos pues es sabido que era un gran bebedor de whisky, al punto que existe la tradición de dejar, cada 25 de setiembre, una copa del mismo junto a su tumba en el Saint Peter´s Cemetery (también en Oxford).


Por razones que no vienen al caso, me retiré antes del final de la fiesta, lo que no impidió sentirme inmensamente feliz de saber que la literatura y los lectores siguen gozando de buena salud, y que un pueblo de menos de treinta mil habitantes es capaz de congregar a centenas de personas, llegadas de todos lados, muchas más de las que participaron directamente en la maratón (esa lista se cerró varios días antes). Me fui caminando despacio, bajo el terrible sol de los primeros días del otoño del norte del mundo, preguntándome, como siempre, qué enfermedad sufre mi país, que a pesar de los excelentes escritores que ha dado al mundo, no es capaz de organizar ningún evento de esa naturaleza. El nombre de Juan Carlos Onetti, dada su admiración por Faulkner, quedó en mi cabeza durante varias horas, recordando que nuestra Biblioteca Nacional ni siquiera posee las condiciones físicas para albergar los manuscritos recientemente donados por la viuda del creador de Santa María. A pesar de todo, la inteligencia, la imaginación y el genio de aquellos que honran a la especie humana, no tiene fronteras. Por suerte.