al lado de la casa de Faulkner
Casa de Faulkner desde el St.Anthony Garden
El Pirate´s Alley desde la calle Royal, mirando la Jackson Square
En enero de 1925, William Faulkner, oriundo del norte del sureño estado de Mississippi, con la “u” ya incorporada a su apellido y sus veintisiete años, llegaba a New Orleans con la intención de embarcarse rumbo a Europa. Sin embargo, allí viviría un año en el 624 de la Pirate Alley (o Pirate´s Alley). La casa, estilo colonial, con sus balcones y rejas labradas, había sido construida en 1840 en el lugar donde previamente hubo una cárcel francesa que, si mal no recuerdo, se había quemado.
La calle, tan estrecha que en realidad es un callejón, se caracteriza por encontrarse generalmente en sombra, debido al alto muro de la St. Louis Cathedral que la limita en casi toda su extensión, y a los frondosos árboles del St. Anthony´s Garden, ubicados detrás de la catedral.
El callejón, a pesar de estar ubicado en pleno French Quarter, es una isla. Basta poner un pie en él para ser transportado a otro mundo (o a diferentes coordenadas témporo-espaciales). El silencio, la paz y la tranquilidad de la cuadra permiten comprender la razón por la que ese rincón de la menos norteamericana de todas las ciudades norteamericanas, ha sido siempre elegido por los artistas. También les digo que pese a que parece ser fácil encontrarlo, no deben fiarse de los cinco sentidos. Pueden dar vueltas en la zona y no darse cuenta que están a un paso. New Orleáns, es, por si no lo saben, ciudad de magia, fantasmas y vudú. Y si no me creen, vayan y después conversamos.
La extensión del callejón puede ser de una o de dos cuadras. Me explico. Por la acera de la Catedral es solamente una. Por la acera de enfrente a la Catedral, son dos, separadas por otro callejón, el Cabildo´s Alley, que lo une con la calle St. Peter´s. Más allá de este detalle que a nadie quita el sueño, el Pirate´s Alley comienza en la Chartres St., con la Catedral a un lado, y el Cabildo al otro, frente a la Jackson Square, y termina en la Royal St., la más parisina de todas las calles, repleta de casas de antigüedades, galerías de arte y librerías. Si pasan por allí, les prometo que se quedarán horas encantados en cada uno de los negocios.
El callejón debe su nombre a una más de las leyendas de New Orleáns, y que ningún lugareño pone en discusión, al punto que en 1960, dejó su francés nombre (Ruelle d´Orleans, sud) para ser oficialmente llamado “de los Piratas” tal como todos siempre se refirieron a él. Es que parece ser que allí, en 1831, se reunieron el mismísimo General Jackson (el de la famosa estatua ecuestre de la plaza que lleva su nombre) y los temidos hermanos bucaneros Pierre y Jean Lafitte, con el objetivo de planear la defensa de la ciudad contra los ingleses. Además, también se dice que en el St. Anthony Garden, sobre la Royal St., se realizaba la venta de esclavos. Sin mencionar, claro está, ninguna de las mil historias tejidas alrededor del no menor hecho que era la zona donde se encontraba nada menos que la mazmorra, la macabra y subterránea cárcel española.
Ese callejón, en el que durante el día los pasos de los caminantes retumban en el silencio, y en la noche el amarillo sepia de los faroles obligan a los transeúntes a atravesarlo a las apuradas por si los fantasmas ya estuviesen despiertos, debió haber sido mil veces transitado por Faulkner. Sin duda, tiene que haberse maravillado por los mil cambios que sufre. A veces brumoso como si fuese Londres, otras cálido, luminoso, oscuro, frío o fantasmal. Los árboles del enrejado St. Anthony Garden eran, sin duda, parte del paisaje que el recién llegado contemplaba a través de las ventanas de su casa. Y en la primavera, el color y las voces debieron inundar el aire que respiraba, ya que en ese jardín ya se celebraba la Fiesta del Callejón de los Piratas.
Actualmente, en la casa que habitó Faulkner viven Rosemary James y Joseph J. DeSalvo, y en la planta baja se encuentra la librería DeSalvo (aunque los marcadores de página dicen “Faulkner´s House Books), donde nunca molestan los curiosos, en la que es posible encontrar libros antiguos valiosísimos, y carátulas de primeras ediciones de novelas famosas escritas en esa ciudad. Casi al lado, en la esquina con el Callejón del Cabildo, hay un precioso café (Pirate´s Alley Café), con varias mesas ubicadas en el exterior, donde es un placer sentarse a disfrutar el micro clima del callejón, tomando café, té helado o cerveza. Da gusto perderse en el tiempo, dejando hablar al silencio, contemplando las figuras escondidas tras las sombras de los árboles del St. Anthony´s Garden, observando el contraste entre la paz de ese rincón del mundo con el movimiento de las calles Royal, St. Peter o Chartres, a menos de cincuenta metros. Si es de mañana, el silencio es total. Al mediodía, si el sol brilla, pueden aparecer los pintores. Al caer la tarde, los fantasmas, verdaderos dueños del callejón, regresan a su reino.
Durante el año que Faulkner vivió allí, inmerso en el silencio del callejón, escribió los ensayos y obras cortas que publicó en el New Orleáns Times-Picayune y en The Double Dealer, la revista literaria en la que participaban figuras de la talla de Hart Crane, Ernest Hemingway, Robert Penn Warren y Edmund Wilson.
Fue en New Orleáns también donde escribió su primera novela, The Soldier´s Pay. Sin duda, parecería ser que se quedó en esa ciudad solamente para debutar como novelista, ya que en agosto, una vez que fue aceptada su publicación, se dio el gusto de subirse a un barco y se marchó a Europa, desembarcando en Génova, viviendo sobre todo en Paris, muy cerca del Jardín de Luxemburgo. Solía frecuentar el café donde iba James Joyce, pero su timidez le impidió dirigirle la palabra. Regresó a Oxford en diciembre, para volver a pasar el invierno en New Orleans. Una vez publicada su primera novela (febrero de 1926), comenzó a escribir la segunda (Mosquitos).
Faulkner, como conté en Yoknapatawpha Country, había nacido en New Albany en 1897, y cuando tenía cinco años su familia se mudó a Oxford, también en el norte del sureño estado de Mississippi. Desde pequeño demostró tener talento para las artes, pero la escuela le aburría demasiado, por lo que no terminó la secundaria.
No solamente fracasó en sus estudios, sino que al muchacho las cosas no le iban bien en general. En abril de 1918, Estelle Oldham, el amor de su adolescencia (su “sweet heart”), se casó con otro. Imaginen la situación. Un pueblito pequeño, en el sur de Estados Unidos y fines de la segunda década del siglo pasado. Si hace un par de meses en Oxford los empresarios publicaban en el periódico local anuncios para la gente no fuese a ver El Código Da Vinci, traten de hacerse una idea de lo que pudo significar para el joven William que su amor se le fuera con otro, que, por supuesto, era un buen partido pues era abogado. Es decir, su rival había “sentado cabeza”, mientras que el desdichado era un aspirante a poeta.
Con el corazón roto y la autoestima bajo cero, alentado por un amigo, se fue a trabajar a New Haven. En su ficha laboral aparece por primera vez el apellido cambiado (Faulkner), aunque dicen que fue un error de escritura. No duró mucho, en ese empleo, pues a esas alturas se le había metido en la cabeza que quería enrolarse en la Fuerza Aérea. Y allá marchó, rumbo a un nuevo fracaso. Parece que su peso fue la causa de haber sido rechazado. En los trámites se hizo pasar por inglés (ya con su apellido cambiado de Falkner a Faulkner), mintiendo su lugar y fecha de nacimiento e, incluso, fingiendo su acento. Comenzó su entrenamiento en Toronto, y en entrenamiento quedó su vida militar, ya que la guerra terminó.
Pero eso no lo frustró ni mucho menos. En diciembre de 1918, regresó triunfal a Oxford, vistiendo el uniforme militar que se había comprado con el dinero que se le pagó como despido. Su chaqueta, incluso, lucía condecoraciones, aunque se dijo que jamás llegó a volar solo. Vivió con la gloria de un veterano de guerra, dedicándose a contarle a todo el pueblo las más increíbles historias de su breve pasaje por el servicio militar, algunas exageradas, otras inventadas, como los intolerables y permanentes dolores causados por las heridas recibidas (como una placa de plata en el cráneo) en una guerra en la que nunca combatió. Sin duda, su primera novela ya había comenzado a ser escrita sin que el artista lo supiese. Poco después, gracias a un programa para veteranos de guerra y sin haberse graduado de secundaria, ingresó en la Universidad de Mississippi.
A pesar que el escritor se estaba gestando, Faulkner seguía dedicándose a la poesía. Había publicado varios poemas en el Mississippian (diario de la Universidad de Mississippi), aunque se considera que “L’Apres-Midi d’un Faune” fue el primero “oficialmente” publicado. Sucedió en agosto de 1919 en The New Republic.
Ese mismo año se fue a New York a trabajar en una librería, pero ese empleo tampoco resultó de su agrado. Al regresar a Oxford trabajó en el correo, pero como se pasaba leyendo o jugando a las cartas con sus amigos en lugar de entregar la correspondencia, ahí tampoco duró mucho tiempo. Se podría decir que el joven andaba de aquí para allá, en busca de su destino. Y que éste era un tanto escurridizo.
En diciembre de 1924, poco antes de irse a New Orleans con el propósito de seguir rumbo a Europa, se publicaron mil volúmenes de su libro de poemas, El fauno de mármol.
Después de su breve pero sin duda decisivo período en New Orleáns y París, se establece definitivamente en Oxford. Es en Rowan Oak donde crea Yoknapatawpha, que aparece por primera vez en su tercera novela, Sartoris, publicada en 1929. Parece no ser casualidad que ese mismo año, Estelle se divorciara del exitoso abogado, y que en junio se casara con el poeta fracasado.
La calle, tan estrecha que en realidad es un callejón, se caracteriza por encontrarse generalmente en sombra, debido al alto muro de la St. Louis Cathedral que la limita en casi toda su extensión, y a los frondosos árboles del St. Anthony´s Garden, ubicados detrás de la catedral.
El callejón, a pesar de estar ubicado en pleno French Quarter, es una isla. Basta poner un pie en él para ser transportado a otro mundo (o a diferentes coordenadas témporo-espaciales). El silencio, la paz y la tranquilidad de la cuadra permiten comprender la razón por la que ese rincón de la menos norteamericana de todas las ciudades norteamericanas, ha sido siempre elegido por los artistas. También les digo que pese a que parece ser fácil encontrarlo, no deben fiarse de los cinco sentidos. Pueden dar vueltas en la zona y no darse cuenta que están a un paso. New Orleáns, es, por si no lo saben, ciudad de magia, fantasmas y vudú. Y si no me creen, vayan y después conversamos.
La extensión del callejón puede ser de una o de dos cuadras. Me explico. Por la acera de la Catedral es solamente una. Por la acera de enfrente a la Catedral, son dos, separadas por otro callejón, el Cabildo´s Alley, que lo une con la calle St. Peter´s. Más allá de este detalle que a nadie quita el sueño, el Pirate´s Alley comienza en la Chartres St., con la Catedral a un lado, y el Cabildo al otro, frente a la Jackson Square, y termina en la Royal St., la más parisina de todas las calles, repleta de casas de antigüedades, galerías de arte y librerías. Si pasan por allí, les prometo que se quedarán horas encantados en cada uno de los negocios.
El callejón debe su nombre a una más de las leyendas de New Orleáns, y que ningún lugareño pone en discusión, al punto que en 1960, dejó su francés nombre (Ruelle d´Orleans, sud) para ser oficialmente llamado “de los Piratas” tal como todos siempre se refirieron a él. Es que parece ser que allí, en 1831, se reunieron el mismísimo General Jackson (el de la famosa estatua ecuestre de la plaza que lleva su nombre) y los temidos hermanos bucaneros Pierre y Jean Lafitte, con el objetivo de planear la defensa de la ciudad contra los ingleses. Además, también se dice que en el St. Anthony Garden, sobre la Royal St., se realizaba la venta de esclavos. Sin mencionar, claro está, ninguna de las mil historias tejidas alrededor del no menor hecho que era la zona donde se encontraba nada menos que la mazmorra, la macabra y subterránea cárcel española.
Ese callejón, en el que durante el día los pasos de los caminantes retumban en el silencio, y en la noche el amarillo sepia de los faroles obligan a los transeúntes a atravesarlo a las apuradas por si los fantasmas ya estuviesen despiertos, debió haber sido mil veces transitado por Faulkner. Sin duda, tiene que haberse maravillado por los mil cambios que sufre. A veces brumoso como si fuese Londres, otras cálido, luminoso, oscuro, frío o fantasmal. Los árboles del enrejado St. Anthony Garden eran, sin duda, parte del paisaje que el recién llegado contemplaba a través de las ventanas de su casa. Y en la primavera, el color y las voces debieron inundar el aire que respiraba, ya que en ese jardín ya se celebraba la Fiesta del Callejón de los Piratas.
Actualmente, en la casa que habitó Faulkner viven Rosemary James y Joseph J. DeSalvo, y en la planta baja se encuentra la librería DeSalvo (aunque los marcadores de página dicen “Faulkner´s House Books), donde nunca molestan los curiosos, en la que es posible encontrar libros antiguos valiosísimos, y carátulas de primeras ediciones de novelas famosas escritas en esa ciudad. Casi al lado, en la esquina con el Callejón del Cabildo, hay un precioso café (Pirate´s Alley Café), con varias mesas ubicadas en el exterior, donde es un placer sentarse a disfrutar el micro clima del callejón, tomando café, té helado o cerveza. Da gusto perderse en el tiempo, dejando hablar al silencio, contemplando las figuras escondidas tras las sombras de los árboles del St. Anthony´s Garden, observando el contraste entre la paz de ese rincón del mundo con el movimiento de las calles Royal, St. Peter o Chartres, a menos de cincuenta metros. Si es de mañana, el silencio es total. Al mediodía, si el sol brilla, pueden aparecer los pintores. Al caer la tarde, los fantasmas, verdaderos dueños del callejón, regresan a su reino.
Durante el año que Faulkner vivió allí, inmerso en el silencio del callejón, escribió los ensayos y obras cortas que publicó en el New Orleáns Times-Picayune y en The Double Dealer, la revista literaria en la que participaban figuras de la talla de Hart Crane, Ernest Hemingway, Robert Penn Warren y Edmund Wilson.
Fue en New Orleáns también donde escribió su primera novela, The Soldier´s Pay. Sin duda, parecería ser que se quedó en esa ciudad solamente para debutar como novelista, ya que en agosto, una vez que fue aceptada su publicación, se dio el gusto de subirse a un barco y se marchó a Europa, desembarcando en Génova, viviendo sobre todo en Paris, muy cerca del Jardín de Luxemburgo. Solía frecuentar el café donde iba James Joyce, pero su timidez le impidió dirigirle la palabra. Regresó a Oxford en diciembre, para volver a pasar el invierno en New Orleans. Una vez publicada su primera novela (febrero de 1926), comenzó a escribir la segunda (Mosquitos).
Faulkner, como conté en Yoknapatawpha Country, había nacido en New Albany en 1897, y cuando tenía cinco años su familia se mudó a Oxford, también en el norte del sureño estado de Mississippi. Desde pequeño demostró tener talento para las artes, pero la escuela le aburría demasiado, por lo que no terminó la secundaria.
No solamente fracasó en sus estudios, sino que al muchacho las cosas no le iban bien en general. En abril de 1918, Estelle Oldham, el amor de su adolescencia (su “sweet heart”), se casó con otro. Imaginen la situación. Un pueblito pequeño, en el sur de Estados Unidos y fines de la segunda década del siglo pasado. Si hace un par de meses en Oxford los empresarios publicaban en el periódico local anuncios para la gente no fuese a ver El Código Da Vinci, traten de hacerse una idea de lo que pudo significar para el joven William que su amor se le fuera con otro, que, por supuesto, era un buen partido pues era abogado. Es decir, su rival había “sentado cabeza”, mientras que el desdichado era un aspirante a poeta.
Con el corazón roto y la autoestima bajo cero, alentado por un amigo, se fue a trabajar a New Haven. En su ficha laboral aparece por primera vez el apellido cambiado (Faulkner), aunque dicen que fue un error de escritura. No duró mucho, en ese empleo, pues a esas alturas se le había metido en la cabeza que quería enrolarse en la Fuerza Aérea. Y allá marchó, rumbo a un nuevo fracaso. Parece que su peso fue la causa de haber sido rechazado. En los trámites se hizo pasar por inglés (ya con su apellido cambiado de Falkner a Faulkner), mintiendo su lugar y fecha de nacimiento e, incluso, fingiendo su acento. Comenzó su entrenamiento en Toronto, y en entrenamiento quedó su vida militar, ya que la guerra terminó.
Pero eso no lo frustró ni mucho menos. En diciembre de 1918, regresó triunfal a Oxford, vistiendo el uniforme militar que se había comprado con el dinero que se le pagó como despido. Su chaqueta, incluso, lucía condecoraciones, aunque se dijo que jamás llegó a volar solo. Vivió con la gloria de un veterano de guerra, dedicándose a contarle a todo el pueblo las más increíbles historias de su breve pasaje por el servicio militar, algunas exageradas, otras inventadas, como los intolerables y permanentes dolores causados por las heridas recibidas (como una placa de plata en el cráneo) en una guerra en la que nunca combatió. Sin duda, su primera novela ya había comenzado a ser escrita sin que el artista lo supiese. Poco después, gracias a un programa para veteranos de guerra y sin haberse graduado de secundaria, ingresó en la Universidad de Mississippi.
A pesar que el escritor se estaba gestando, Faulkner seguía dedicándose a la poesía. Había publicado varios poemas en el Mississippian (diario de la Universidad de Mississippi), aunque se considera que “L’Apres-Midi d’un Faune” fue el primero “oficialmente” publicado. Sucedió en agosto de 1919 en The New Republic.
Ese mismo año se fue a New York a trabajar en una librería, pero ese empleo tampoco resultó de su agrado. Al regresar a Oxford trabajó en el correo, pero como se pasaba leyendo o jugando a las cartas con sus amigos en lugar de entregar la correspondencia, ahí tampoco duró mucho tiempo. Se podría decir que el joven andaba de aquí para allá, en busca de su destino. Y que éste era un tanto escurridizo.
En diciembre de 1924, poco antes de irse a New Orleans con el propósito de seguir rumbo a Europa, se publicaron mil volúmenes de su libro de poemas, El fauno de mármol.
Después de su breve pero sin duda decisivo período en New Orleáns y París, se establece definitivamente en Oxford. Es en Rowan Oak donde crea Yoknapatawpha, que aparece por primera vez en su tercera novela, Sartoris, publicada en 1929. Parece no ser casualidad que ese mismo año, Estelle se divorciara del exitoso abogado, y que en junio se casara con el poeta fracasado.