Cuando pensamos en Estados Unidos de América, probablemente lo primero que se nos viene a la mente es George W. Bush y la guerra en Irak (también, claro, la de Viet Nam), el 11 de setiembre de 2001, la bomba atómica, el presupuesto destinado a defensa, el consumismo en su máxima expresión, el denominado capitalismo salvaje, la pena de muerte, los inmigrantes (latinos, asiáticos, hindúes), la muralla en la frontera con México, la intervención en países de Latinoamérica o de otras regiones del mundo, y mil aspectos relacionados con las políticas internas y externas llevadas a cabo a lo largo de su historia, o mejor aún, en el siglo XX y lo que va del XXI. También, hay quiénes asociarán esa nación con ciudades como Nueva York y Chicago, con los espectáculos en Broadway, el arte, los museos, el cine, algunos cantautores, Woodstock, o el glamour de la gente que se muestra en las revistas paseando por las calles o cenando en ciertas zonas de California. Quizás alguien piense en los avances científicos obtenidos a partir de investigaciones realizadas en universidades como la de Chicago, la UCLA o Berkeley.
Ahora bien, si nos referimos al sur de Estados Unidos, inmediatamente surge la esclavitud, las guerras de secesión y la lucha por los derechos civiles (Martin Luther King a la cabeza). Las imágenes que suelen invadirnos son las relacionadas con la mezcla cultural surgida de los negros provenientes de África, los españoles que colonizaron parte de esa región, así como de los llegados de otras zonas de Europa. Entonces, nos envuelve la música, y sin darnos cuenta, tarareamos algún blues o intentamos recordar alguna melodía asociada al jazz.
El sur de Estados Unidos, en poco y nada se parece al norte, aunque el producto que nos quieran vender sea otro. Y el signo distintivo está en el santo y seña que africanos y españoles han legado a estas tierras, en el racismo que no ha muerto (al que se ha sumado el nuevo ingrediente: la inmigración, no sólo latina), en el peso que tiene la religión y que hace que en la mayoría de los pueblos las iglesias (fundamentalmente protestantes) sean el centro de la vida de la gente, pero también en su clima, sofocante en los veranos, llevadero en los inviernos.
El sur de Estados Unidos es, sin duda, fuente inagotable de relatos. Es posible abordarlos desde el punto de vista social, político, cultural, musical, religioso, económico o racial. Hay para todos los gustos, como en botica.
Sin embargo, desde que llegué aquí, el viernes 7, hace ya diez días, he querido referirme, en primer lugar, a uno. Sin duda alguna, el menos comprometido de todos, algo poco habitual en quién escribe, lo que llama la atención, claro, y en primer lugar a mí misma. Tal vez, porque el plato fuerte lo tengo reservado para más adelante (y si realizara algún adelanto, este relato puede perder interés).
El sur es insoportable en verano, créanmelo. He estado en muchos sitios del mundo en esta época del año, y, hasta ahora, esta región del planeta se ha ganado con justicia el primer lugar, y espero que al hacer esta afirmación no se inicie un debate competitivo.
Es cierto que no me encuentro en las condiciones habituales de vida del sur de Estados Unidos. En la casa en la que estoy viviendo hay aire acondicionado, en los locales comerciales también, lo mismo sucede en las escuelas y en la Universidad. Pero alcanza con que salga al porche, para ahogarme (y conste que el verano tiene los días contados). Mis incursiones en bicicleta al Square (la plaza del pueblo) o al campus de la Universidad, son un desgaste energético tal que, por más que viene bien a cualquier ser humano, lo dejan a uno necesitando cinco litros de agua por vía digestiva y un buen baño helado de inmersión.
Si bien es cierto que la gente se acostumbra a la humedad y a las temperaturas que sobrepasan los cuarenta grados centígrados, pocos caminan y andan en bicicleta. Si los autos no tienen aire acondicionado, da igual, siempre es mejor que achicharrase bajo el sol. Y casi todos tienen uno en el que desplazarse (mas viejo, más nuevo, pero lo poseen). Es un elemento indispensable, tanto como el agua. Los niños y jóvenes son llevados a estudiar por sus padres, o en los ómnibus de las escuelas y high schools. Ahora se está estimulando a que por lo menos una vez por semana (los miércoles) hagan el camino en bicicleta o caminando. Pero, a pesar que los autos se están consumiendo el combustible que hace tiempo escasea, y que es parte de la razón de las guerras que este país inicia, el éxito es mínimo. Hay que ser valiente para no usar el auto si se dispone de uno. O no tener otro remedio, claro.
De modo que aquí, a pesar que el deporte es un ingrediente básico de la cultura (como la iglesia) y alcanza con pensar en el beisball y el football americano, de caminar o andar en bici, no se habla. Al extremo que los que usan los dos pies o dos ruedas para desplazarse, son mirados como bichos raros. He sido mirada como bicho raro.
El calor, también determina la arquitectura. Imposible no pensar en casas de techos altos, espacios grandes, y, sobre todo, generosos porches (o galerías) orientados convenientemente, muchas veces con ventiladores de techo, en los que las hamacas colgantes constituyen los elementos distintivos. A pesar que en la actualidad existe el aire acondicionado, las casas se siguen construyendo en su casi totalidad con porches, lo que significa que si no son usados como antaño (o como en las zonas pobres del sur), no importa. Esto es el sur.
La primera vez que pisé el sur de Estados Unidos, no pude hacer otra cosa que maravillarme con la arquitectura de las casas, pobres, medianas, ostentosas, todas con sus porches y sus hamacas, en las que imaginé a aquellas mujeres de otros siglos, en las sofocantes tardes de verano, vistiendo ropas asfixiantes, dejando pasar las horas bebiendo té frío, o preparando parte de la cena, sentadas en las hamacas de esos porches.
Todavía se las ve, sobre todo al atardecer, quizás no solas, sino acompañadas de los hombres de la casa, bebiendo cerveza helada además de té frío, esperando que transcurran las horas de mayor calor, rogando por una brisa que alivie, descansado de una larga jornada laboral, preámbulo para el sueño que les permitirá reponer las energías para otro duro día de trabajo, porque aquí, como en todos lados, se trabaja, y mucho.
Me olvidaba de decir que estoy en Oxford, al norte del sureño estado de Mississippi, condado de Lafayette, tierra de Faulkner del que ya he escrito. A pesar de no ser el pueblo más representativo del sur en muchos aspectos (su origen y la Universidad de Mississippi- Ole Miss- marcan las diferencias), en otros, basta rascar un poquito, alejarse algunos kilómetros del centro, y ver con ojos que quieren ver, para encontrar lo bueno y lo malo del sur de esta nación. Aunque, para encontrar los porches y las hamacas, alcanza con dar una vuelta a la manzana. Están en las mansiones centenarias y en las casas de la clase media estrenadas antes de ayer. Porque esto, esto es el sur del norte