Va la tarde subiendo hacia la noche,
Río opulento y cálido,
Con olor de duraznos y de rosas,
Con rumores de risas y de llantos,
Con el jadeo del miedo,
Con la espiral del canto.
Navío empavesado que me lleva
A la elevada, misteriosa sombra,
Sin nadie que me ciña la cintura
Con poderosa mano protectora.
Erguida estoy, sin voz y sin sonrisa,
Blanca en la inmensa soledad nocturna,
Con la brasa del verso en la garganta
Y en el pecho la sed de la aventura.
Las últimas magnolias del verano
Son el claro escabel de mi fatiga.
La deshilada llama del crepúsculo
Aun se mantiene viva
En la secreta red de las arterias.
Voy al encuentro de las tres Marías.
Ah qué triste, qué calma y valerosa
Esta mujer que asciende hasta la noche
Sin un temblor, y sola cual si fuese
La pasajera única e insomne.
Sabe de los encuentros con fantasmas,
Con los ardidos filos del recuerdo
Y las angustias del dolor humano,
Rizadura del grito en el silencio.
Ha de arribar a la mañana nueva
Desmadejada por el sufrimiento.
Como si hubiera estado en los crisoles
Donde se funde el clamor y el miedo.
Y bajará llorando de la nave
Porque no pudo vislumbrar el cielo.
Juana de Ibarbourou
1892, Melo-1979, Montevideo