Hace más de dos años, mi amiga brasilera Simone pasó dos semanas trabajando en Montevideo. Era noviembre y mi vida estaba de mal en peor debido a múltiples asuntos que parecían sucederse uno tras otro convirtiendo mi existencia en un verdadero desastre. A semejante montaña de problemas se agregó la muerte de mi padre a fines de setiembre, con lo que mis días eran tan oscuros como mis noches, y éstas una sucesión de pesadillas que me conducían al amanecer tan agotada como en el momento de haber apoyado mi cabeza en la almohada. Me sentía tan triste y devastada que ni siquiera podía concentrarme en la lectura, mi mejor mecanismo para escapar de la realidad, aprendido desde mi infancia.
La presencia de Simone le dio color a mis días ya que cada tarde, una que vez que terminábamos de trabajar, caminábamos por la costa montevideana, a veces en silencio, otras conversando, y a la hora del atardecer compartíamos un café o una cerveza mientras el sol primaveral se prendía fuego sobre el mar. Una de esas tardes me recomendó un libro con la esperanza que renaciera mi amor por la vida, a pesar de todos mis pesares. Me dijo solamente que era un bello relato acerca la amistad entre dos niños. A pesar que agregó que fue best seller en Brasil durante muchos meses y que continuaba encontrándose dentro de los cinco más leídos, dejé de lado mis prejuicios y comenzamos a buscarlo. La tarea no fue sencilla pues estaba agotado desde varios meses atrás. Al final, tuvimos éxito al hallar un único ejemplar perdido en una librería a una cuadra de la costa en el barrio Pocitos, y que tiene el simbólico nombre de Libros de la Arena.
Me zambullí en el libro esa misma noche como si fuese el mar a través del que llegaría a la única isla existente en millones de quilómetros a la redonda. Y el milagro se produjo. No pude despegarme de él hasta que llegué a su última palabra. Simone, con quién nos vemos cada tanto en diferentes rincones del mundo por razones laborales, nos escribimos menos y hablamos poco por teléfono, estuvo a mi lado en el momento preciso con la llave adecuada. Y después me preguntan por qué es mi amiga del alma…
A pesar que la novela, además de salvarme la vida, me hechizó, me llamó mucho la atención que siendo una historia triste, hubiese podido convertirse en best seller. Es cierto que, como dice el uruguayo Galeano, las personas muchas veces necesitamos una excusa para llorar. Pero no era este el caso. El secreto del libro era (es) la esperanza. La esperanza que siempre existe la posibilidad de reparar errores cometidos con las personas queridas. La esperanza que la vida siempre nos presenta la oportunidad de volver a ser buenos, tal como le dice por teléfono Rahim Kan a Amir, punto de comienzo del relato.
Volver a ser bueno. Expiar nuestros pecados.
El pasado doloroso que se pretende olvidar pero que, y a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que se realicen, siempre estará ahí, tan vivo como latente, agazapado en una esquina, listo para sorprender al desmemoriado.
La historia trata de dos niños, dos amigos, Amir y Hassan, unidos por el afecto pero también divididos. Dos niños que crecen juntos pero separados por las diferentes condiciones en que ambos viven pero que ellos consideran normales porque así nacieron y las mamaron desde siempre. Amir, quien posee privilegios económicos y sociales, siente terribles celos del que nada material tiene. Amir, considera inferior a Hassan, se burla de él, lo niega. Hassan, por el contrario, desborda fidelidad hacia Amir y valentía para defenderlo contra quien sea que pretenda atacarlo. Así transcurre la infancia de ambos, unidos pero separados. Jugando y compartiendo, pero en cada oportunidad que se le presenta, Amir denigra a Hassan, mientras que en cada oportunidad que se le presenta, Hassan desafía hasta al más fuerte y poderoso para proteger a Amir. Hasta que una tarde de invierno, Amir, en lugar de defender al Hassan de una brutal agresión, observa de lejos el horror, para luego huir. A partir de entonces, Amir no sólo actúa como si nada le hubiese sucedido a Hassan (y como si no hubiese traicionado a Hassan) sino que se distancia de él todo lo que le es posible, cometiendo cada vez, actos que perjudican más y más a Hassan. Mientras tanto, Hassan sigue demostrándole la bondad y fidelidad de siempre.
Volver a ser bueno. Expiar nuestro pecado de no haber defendido a un ser querido, de haber huido de quien no ayudamos, de haber escapado de nuestra propia vergüenza.
Hassan, la personificación de la maldad de Amir. Amir, escapando del recuerdo de su propia maldad. Amir, haciendo lo imposible por alejar a Hassan.
Pan de cada día de los seres humanos, en todas las etapas de la vida. Sin embargo, el escritor eligió la niñez como época en la que se produce el instante terrible en que, puesto a elegir, una persona no defiende a otro que tanto le quiere. Quizás haya elegido los últimos años de la niñez, o la temprana adolescencia, porque, a pesar que a esa edad ya se es consciente (y responsable) de los actos que se cometen (y de aquellos en los que no se actúa) lo que se aprende de los padres y del mundo adulto todavía no está completamente tamizado por la razón, pudiendo considerarse normal lo que no lo es (aunque deja bien claro que Amir sabe la diferencia entre ambos).
Volver a ser bueno. Amir tiene su oportunidad muchos años y circunstancias después que descubrirá el lector, cuando, siendo adulto y luego de haber creído que ciertos recuerdos podían sepultarse así, sin más, la llamada telefónica de Rahim Kan, le demuestra que el pasado, tarde o temprano, se abre paso a zarpazos.
Volver a ser bueno. Porque testigo no es solamente quién supo del daño que le causaron a un ser querido y nada hizo. Testigo es, también, quién no fue ayudado. Ese es el peor testigo, el que incomoda, el que molesta, del que se huye, porque su sola presencia recuerda lo que se debió hacer pero no se hizo.
La película Cometas en el cielo, basada en la novela de igual nombre del escritor afgano Khaled Hosseini, se estrenó en Montevideo hace algunas semanas. Ayer fui a verla y, créanme, no tiene desperdicio. Anímense a vencer el prejuicio de los best sellers y de las películas basadas en novelas. Vale la pena. Tanto como no perder cada oportunidad que les de la vida de volver a ser buenos. Porque no debe existir martirio o condena peor que andar por el mundo tratando de escaparle a recuerdos de episodios en los que, pudiendo habernos jugado el pellejo por un ser querido, nos quedamos como Amir, avergonzados testigos detrás de una pared. Porque no debe existir peor martirio o condena que escapar de esa persona a quién debimos ayudar por ser el símbolo o testigo viviente de nuestras mediocridades o de lo peor de nosotros mismos. Nunca es tarde para darnos la oportunidad de dejar de ser aquella persona en que nos convertimos el día que, siendo niños, adolescentes o adultos, comenzamos a alejar, o a querer olvidar, a quien debimos ayudar.
La presencia de Simone le dio color a mis días ya que cada tarde, una que vez que terminábamos de trabajar, caminábamos por la costa montevideana, a veces en silencio, otras conversando, y a la hora del atardecer compartíamos un café o una cerveza mientras el sol primaveral se prendía fuego sobre el mar. Una de esas tardes me recomendó un libro con la esperanza que renaciera mi amor por la vida, a pesar de todos mis pesares. Me dijo solamente que era un bello relato acerca la amistad entre dos niños. A pesar que agregó que fue best seller en Brasil durante muchos meses y que continuaba encontrándose dentro de los cinco más leídos, dejé de lado mis prejuicios y comenzamos a buscarlo. La tarea no fue sencilla pues estaba agotado desde varios meses atrás. Al final, tuvimos éxito al hallar un único ejemplar perdido en una librería a una cuadra de la costa en el barrio Pocitos, y que tiene el simbólico nombre de Libros de la Arena.
Me zambullí en el libro esa misma noche como si fuese el mar a través del que llegaría a la única isla existente en millones de quilómetros a la redonda. Y el milagro se produjo. No pude despegarme de él hasta que llegué a su última palabra. Simone, con quién nos vemos cada tanto en diferentes rincones del mundo por razones laborales, nos escribimos menos y hablamos poco por teléfono, estuvo a mi lado en el momento preciso con la llave adecuada. Y después me preguntan por qué es mi amiga del alma…
A pesar que la novela, además de salvarme la vida, me hechizó, me llamó mucho la atención que siendo una historia triste, hubiese podido convertirse en best seller. Es cierto que, como dice el uruguayo Galeano, las personas muchas veces necesitamos una excusa para llorar. Pero no era este el caso. El secreto del libro era (es) la esperanza. La esperanza que siempre existe la posibilidad de reparar errores cometidos con las personas queridas. La esperanza que la vida siempre nos presenta la oportunidad de volver a ser buenos, tal como le dice por teléfono Rahim Kan a Amir, punto de comienzo del relato.
Volver a ser bueno. Expiar nuestros pecados.
El pasado doloroso que se pretende olvidar pero que, y a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que se realicen, siempre estará ahí, tan vivo como latente, agazapado en una esquina, listo para sorprender al desmemoriado.
La historia trata de dos niños, dos amigos, Amir y Hassan, unidos por el afecto pero también divididos. Dos niños que crecen juntos pero separados por las diferentes condiciones en que ambos viven pero que ellos consideran normales porque así nacieron y las mamaron desde siempre. Amir, quien posee privilegios económicos y sociales, siente terribles celos del que nada material tiene. Amir, considera inferior a Hassan, se burla de él, lo niega. Hassan, por el contrario, desborda fidelidad hacia Amir y valentía para defenderlo contra quien sea que pretenda atacarlo. Así transcurre la infancia de ambos, unidos pero separados. Jugando y compartiendo, pero en cada oportunidad que se le presenta, Amir denigra a Hassan, mientras que en cada oportunidad que se le presenta, Hassan desafía hasta al más fuerte y poderoso para proteger a Amir. Hasta que una tarde de invierno, Amir, en lugar de defender al Hassan de una brutal agresión, observa de lejos el horror, para luego huir. A partir de entonces, Amir no sólo actúa como si nada le hubiese sucedido a Hassan (y como si no hubiese traicionado a Hassan) sino que se distancia de él todo lo que le es posible, cometiendo cada vez, actos que perjudican más y más a Hassan. Mientras tanto, Hassan sigue demostrándole la bondad y fidelidad de siempre.
Volver a ser bueno. Expiar nuestro pecado de no haber defendido a un ser querido, de haber huido de quien no ayudamos, de haber escapado de nuestra propia vergüenza.
Hassan, la personificación de la maldad de Amir. Amir, escapando del recuerdo de su propia maldad. Amir, haciendo lo imposible por alejar a Hassan.
Pan de cada día de los seres humanos, en todas las etapas de la vida. Sin embargo, el escritor eligió la niñez como época en la que se produce el instante terrible en que, puesto a elegir, una persona no defiende a otro que tanto le quiere. Quizás haya elegido los últimos años de la niñez, o la temprana adolescencia, porque, a pesar que a esa edad ya se es consciente (y responsable) de los actos que se cometen (y de aquellos en los que no se actúa) lo que se aprende de los padres y del mundo adulto todavía no está completamente tamizado por la razón, pudiendo considerarse normal lo que no lo es (aunque deja bien claro que Amir sabe la diferencia entre ambos).
Volver a ser bueno. Amir tiene su oportunidad muchos años y circunstancias después que descubrirá el lector, cuando, siendo adulto y luego de haber creído que ciertos recuerdos podían sepultarse así, sin más, la llamada telefónica de Rahim Kan, le demuestra que el pasado, tarde o temprano, se abre paso a zarpazos.
Volver a ser bueno. Porque testigo no es solamente quién supo del daño que le causaron a un ser querido y nada hizo. Testigo es, también, quién no fue ayudado. Ese es el peor testigo, el que incomoda, el que molesta, del que se huye, porque su sola presencia recuerda lo que se debió hacer pero no se hizo.
La película Cometas en el cielo, basada en la novela de igual nombre del escritor afgano Khaled Hosseini, se estrenó en Montevideo hace algunas semanas. Ayer fui a verla y, créanme, no tiene desperdicio. Anímense a vencer el prejuicio de los best sellers y de las películas basadas en novelas. Vale la pena. Tanto como no perder cada oportunidad que les de la vida de volver a ser buenos. Porque no debe existir martirio o condena peor que andar por el mundo tratando de escaparle a recuerdos de episodios en los que, pudiendo habernos jugado el pellejo por un ser querido, nos quedamos como Amir, avergonzados testigos detrás de una pared. Porque no debe existir peor martirio o condena que escapar de esa persona a quién debimos ayudar por ser el símbolo o testigo viviente de nuestras mediocridades o de lo peor de nosotros mismos. Nunca es tarde para darnos la oportunidad de dejar de ser aquella persona en que nos convertimos el día que, siendo niños, adolescentes o adultos, comenzamos a alejar, o a querer olvidar, a quien debimos ayudar.