Siempre fue una ciudad ideal para andar en bicicleta por tener colinas ni montañas, por lo que no hay repechos que sufrir, ni extremas pendientes que descender que obligan a frenar de manera arriesgada en esquinas y semáforos.
Sin embargo, durante, y después de Katrina, la bicicleta incrementó su popularidad. Primero, debido a la falta de gasolina. Luego, dada la facilidad con que era posible escabullirse de los cercos militares (o cruzarlos). Finalmente, por la comodidad que ofrece para ser estacionada. Así fue como se quedó, otorgándole a la herida ciudad un toque diferente, distinguiéndola de todas las demás de EUA, en las que la bicicleta es un elemento apenas usado por niños, algún que otro deportista, o snobs.
Dos años después de Katrina, duele ver las calles más vacías que nunca, aún en las zonas turísticas por excelencia, y los que siempre amamos esa ciudad, corremos el riesgo de convertirnos en eternos melancólicos, recordando lo que fue, y comprobando lo difícil que será recobrar lo que el agua, la desidia y la corrupción se llevaron.
Sin embargo, durante el día, y en las primeras horas de la noche, una nueva habitante otorga color, y una brisa de esperanza que la vida, de a poco, regresa, y en su mejor expresión. Recorrer el French Quarter, el Faubourg Marigny (pegadito al anterior, cruzando la calle Esplanade, barrio bohemio desde que los famosos se instalaron en el primero), así como la calle Magazine (paralela a la St. Charles, unas pocas cuadras hacia el río- el Missississippi, claro) es ahora una invitación a cruzarse, a cada rato, con bicicletas, circulando o estacionadas. Y a pesar que es difícil al extremo sentir alegría en la devastada Nouvelle Orleáns, estos vehículos de dos ruedas se han convertido en el símbolo (junto con las indestructibles música y cocina creole) que el alma de esta ciudad no será asesinada tan fácilmente por el olvido de la que es víctima.
Sin embargo, durante, y después de Katrina, la bicicleta incrementó su popularidad. Primero, debido a la falta de gasolina. Luego, dada la facilidad con que era posible escabullirse de los cercos militares (o cruzarlos). Finalmente, por la comodidad que ofrece para ser estacionada. Así fue como se quedó, otorgándole a la herida ciudad un toque diferente, distinguiéndola de todas las demás de EUA, en las que la bicicleta es un elemento apenas usado por niños, algún que otro deportista, o snobs.
Dos años después de Katrina, duele ver las calles más vacías que nunca, aún en las zonas turísticas por excelencia, y los que siempre amamos esa ciudad, corremos el riesgo de convertirnos en eternos melancólicos, recordando lo que fue, y comprobando lo difícil que será recobrar lo que el agua, la desidia y la corrupción se llevaron.
Sin embargo, durante el día, y en las primeras horas de la noche, una nueva habitante otorga color, y una brisa de esperanza que la vida, de a poco, regresa, y en su mejor expresión. Recorrer el French Quarter, el Faubourg Marigny (pegadito al anterior, cruzando la calle Esplanade, barrio bohemio desde que los famosos se instalaron en el primero), así como la calle Magazine (paralela a la St. Charles, unas pocas cuadras hacia el río- el Missississippi, claro) es ahora una invitación a cruzarse, a cada rato, con bicicletas, circulando o estacionadas. Y a pesar que es difícil al extremo sentir alegría en la devastada Nouvelle Orleáns, estos vehículos de dos ruedas se han convertido en el símbolo (junto con las indestructibles música y cocina creole) que el alma de esta ciudad no será asesinada tan fácilmente por el olvido de la que es víctima.
Apenas quedó el cuadro, pero los collares del Mardi Gras permanecen
En Magazine Street, junto al Café de la Course, el primero que abrió en la zona después de Katrina
En Royal St. (French Quarter), al mediodía, bajo el sol abrazador del final del verano
En Royal St., frente al famoso restaurant The Court of Two Sisters
En Royal St., a la sombra de la mañana
En Pontalba Buildings, los más antiguos de EUA, rodeando la Jackson Square
Junto al Café Pontalba en Pontalba Buildings