Una de las sensaciones más fuertes que tuve desde las primeras horas que recorrí New Orleans el mes pasado fue que el mundo sigue su curso como si no existiese esa ciudad casi fantasma, destruída desde que pocas horas que Katrina la golpeó, los diques se quebraron.
La sensación, se convirtió en un pensamiento recurrente, que sigue asaltándome a cada rato. El mundo sigue su curso a pesar de la ciudad ahogada, de San Diego en cenizas, del hambre en los países del tercer mundo, la guerra en Irak, las dictaduras, los niños sin atención médica, los condenados a muerte, los sistemas judiciales corruptos...
Desde que estuve en New Orleans después de Katrina, el mundo entero tal como es, quedó al descubierto, no existiendo justificación para el olvido con el que los seres humanos nos comportamos frente a las desgracias ajenas, ni consuelo que calme la impotencia que se ha adueñado de mí.
Esta mañana, al despertarme, por mi ventana entra el mismo sol de ayer, maravilloso y brillante, el de esta primavera hermosa que disfrutamos en el sur, a orillas del Río de la Plata.
Por un instante, tan breve como el tiempo en que se producen los fenómenos nucleares, creí que lo que viví anoche, solamente había sido una pesadilla. Pero no, fue real. Real y dolorosa. Tanto, como el hambre en el mundo, los niños sin vacunas, los negocios de las industrias de medicamentos, los gobiernos corruptos.
Me han quebrado. No fue un mal sueño. Pero el sol brilla igual que ayer. La gente no se da cuenta de mi desintegración. El mundo, sigue su curso, que no significa lo mismo que el show debe continuar. Es la indiferencia de los otros frente a un dolor profundo y sin consuelo. La felicidad que sé sentirán otros por este golpe que me han dado, me deja a la deriva, sin nada de lo que aferrarme. Hay muchas formas de morir porque la salud es el bienestar físico, psíquico y social. Ayer, he muerto. Y el mundo, indiferente, sigue su curso.
Y porque la realidad supera cualquier fantasía, ya no podré refugiarme en este espacio.