Cometa Mc Naught, tal como se dusfrutó en Uruguay este enero
Exactamente el 7 de abril del año pasado, nació este blog. Fue mi hermano que vive en el norte del mundo, quién me sugirió emprender esta aventura. Y yo, sin entender bien en qué diablos me metía, me zambullí.
Desde entonces, mucha agua pasó bajo el puente. Demasiada, debería agregar. Quién haya visitado con cierta frecuencia estas páginas virtuales lo sabe bien, a pesar que este espacio no ha sido una bitácora ni un diario personal. Porque, aunque Laura Díaz es un personaje, ha sido imposible pasar por alto algunos acontecimientos que me han tocado vivir. Instancias que, tarde o temprano sucederían, pero que, justamente, pasaron a lo largo de este año. Pude haber optado por no comentarlas, pero elegí hacerlo, confundiendo más a quiénes leen La amante de Bolzano.
Es el momento de confesar lo que anticipé en el párrafo anterior, que Laura Díaz es un personaje surgido de esta imaginación que me tocó en el reparto genético. Aunque, no cabe duda que fue, sobre todo, estimulada desde mi más temprana infancia por el mundo de hadas en el que mis padres supieron sumergirme a través de la literatura. Mundo que jamás abandoné, a pesar que muchos que creen conocerme piensen que soy pragmática o más realista que el rey. Es cierto que hubo períodos de mi vida en que viví con los pies bastante plantados sobre la tierra. Pero fueron pocos y, además, siempre marcados por las quimeras o los sueños. Mis incursiones en la realidad jamás fueron exitosas. Más bien todo lo contrario. Debido a ello, lo he pasado mal. Muy mal. Sin duda alguna, horrible. La no aceptación de las reglas del juego de esta sociedad en la que me tocó nacer me condujeron a los peores estados de ánimo que un ser humano puede experimentar. Y esta sociedad, tal como pude comprender mucho después, tiene la mala costumbre de convertir a las víctimas en victimarios. En consecuencia, quiso convencerme que la equivocada era yo, al extremo de diagnosticarme una limitación extrema de adaptación al mundo actual, a sus reglas, a sus pautas, a sus leyes. Y casi me convenció.
Debió transcurrir alguna década para llegar al hoy. Hoy en el que no me arrepiento de no haberme podido adaptar a actuar en base a valores que no profeso, ni profesaré jamás. Nunca seré capaz de aceptar la mentira, ni la mediocridad, ni las intrigas de palacio, ni las mafias, ni el mercantilismo en lo que a relaciones humanas se refiere. Pagué un precio muy alto por ello. Vaya que sí. Pero al menos estoy en paz. Sola como un perro. Pero en paz. Paz, concepto que la sociedad occidental y cristiana recién comienza a comprender, pero que los orientales integran a su vida desde que nacen. Aunque, sé bien, siempre están quiénes a partir de esta soledad en la que vivo, tendrán la más fehaciente prueba que estoy en el mayor de los errores, porque miden el éxito personal o la salud mental de un individuo en base a la aceptación social.
He llegado al punto en que comprendo la razón por la que ciertas personas eligen compartir sus vidas con un perro. Los canes, es bien sabido, son fieles a sus amos siempre que los amos les alimenten, les cuiden del frío y de la lluvia, les rasquen las orejas en señal de cariño. Los seres humanos, es bien sabido, no siempre actúan en esa reciprocidad. Claro que hay excepciones. Pero son solamente eso, excepciones. La mezquindad y el egoísmo, forman parte de la condición humana. Y, en lo personal, me cansé de buscar gente buena. Debe haberlas por ahí, sin duda, pero las decepciones a cierta altura de la vida duelen mucho más, porque son heridas sobre cicatrices abiertas. No tiene sentido extenderme sobre un asunto del que se han escrito ríos de tinta. Y como los sentimientos de cada uno son únicos, es imposible presentar pruebas, porque, además, cabe preguntarse Quiénes serían los jueces o Con qué vara podrían medir mi dolor o mi decepción. Como todos los humanos, lo único que he deseado a lo largo de mi vida ha sido el respeto a mi identidad. Y, como es lógico deducir, no lo logré. Fracaso absoluto por esperar demasiado, según me han dicho los demás.
Por eso nació Laura Díaz. Su nombre surgió de la novela del genial Carlos Fuentes, conocedor como pocos del alma de la mujer mexicana, que tiene tanto en común con la latinoamericana en general. Porque Laura Díaz es sin duda alguna, latinoamericana. No de pura cepa, porque en sus raíces hay sangre española, como en cuántas mujeres de este sitio del planeta. Laura Díaz existe en mi corazón, por lo que parte de sus vivencias son similares a las mías, esta otra mujer latinoamericana de genes gallegos y asturianos que le dio vida. Laura Díaz ama por sobre todas las cosas, por eso se presenta como La amante de Bolzano. Ama la vida, antes que nada, aunque cada tanto quiera cortarse de un tajo las venas. Ama a su familia, pese a que sus hijos bastante creciditos se creen muy independientes pero no piensan en trabajar a mediano plazo. Ama al ser humano, aunque le duelan la indiferencia y las traiciones. Ama sus orígenes y la tierra en que camina cada día. Ama su profesión, aunque sus jefes y colegas le propinen puntapiés a cada rato. Ama la literatura, considerándose una adicta a la lectura, al extremo de sentirse un cero a la izquierda sin el perfume de las páginas de lo que considera un buen libro; de ahí que su nombre surga de la literatura, y que se presente a través de un libro del excelente escritor húngaro Sándor Marai. Y ama, por sobre todo, a los hombres, aún con una enorme lista de desilusiones en su currículum vitae.
En suma, Laura Díaz es un personaje, y todo punto de contacto con su creadora, es pura casualidad, con excepción de no más de tres o cuatro acontecimientos y/o personajes. Aunque, como es mujer y de este país, nada es imposible. Solamente quién la inventó, sabe qué es realidad y qué fantasía.
En este cumpleaños, deseo agradecer a mi hermano por proponerme esta idea, y a todos los que vienen a visitarme. Sepan que, gracias a este espacio, he podido seguir en esta vida. Este espacio virtual es un refugio. Un mundo paralelo en el que habito. Tan real como el cotidiano. O un sueño. Sueño que alimento con mi imaginación. Porque sin sueños el ser humano no puede vivir. Como a los otros me los han asesinado, me he inventado este. Créanme. Se los confieso de todo corazón, yo, la creadora de Laura Díaz, La amante de Bolzano.
Exactamente el 7 de abril del año pasado, nació este blog. Fue mi hermano que vive en el norte del mundo, quién me sugirió emprender esta aventura. Y yo, sin entender bien en qué diablos me metía, me zambullí.
Desde entonces, mucha agua pasó bajo el puente. Demasiada, debería agregar. Quién haya visitado con cierta frecuencia estas páginas virtuales lo sabe bien, a pesar que este espacio no ha sido una bitácora ni un diario personal. Porque, aunque Laura Díaz es un personaje, ha sido imposible pasar por alto algunos acontecimientos que me han tocado vivir. Instancias que, tarde o temprano sucederían, pero que, justamente, pasaron a lo largo de este año. Pude haber optado por no comentarlas, pero elegí hacerlo, confundiendo más a quiénes leen La amante de Bolzano.
Es el momento de confesar lo que anticipé en el párrafo anterior, que Laura Díaz es un personaje surgido de esta imaginación que me tocó en el reparto genético. Aunque, no cabe duda que fue, sobre todo, estimulada desde mi más temprana infancia por el mundo de hadas en el que mis padres supieron sumergirme a través de la literatura. Mundo que jamás abandoné, a pesar que muchos que creen conocerme piensen que soy pragmática o más realista que el rey. Es cierto que hubo períodos de mi vida en que viví con los pies bastante plantados sobre la tierra. Pero fueron pocos y, además, siempre marcados por las quimeras o los sueños. Mis incursiones en la realidad jamás fueron exitosas. Más bien todo lo contrario. Debido a ello, lo he pasado mal. Muy mal. Sin duda alguna, horrible. La no aceptación de las reglas del juego de esta sociedad en la que me tocó nacer me condujeron a los peores estados de ánimo que un ser humano puede experimentar. Y esta sociedad, tal como pude comprender mucho después, tiene la mala costumbre de convertir a las víctimas en victimarios. En consecuencia, quiso convencerme que la equivocada era yo, al extremo de diagnosticarme una limitación extrema de adaptación al mundo actual, a sus reglas, a sus pautas, a sus leyes. Y casi me convenció.
Debió transcurrir alguna década para llegar al hoy. Hoy en el que no me arrepiento de no haberme podido adaptar a actuar en base a valores que no profeso, ni profesaré jamás. Nunca seré capaz de aceptar la mentira, ni la mediocridad, ni las intrigas de palacio, ni las mafias, ni el mercantilismo en lo que a relaciones humanas se refiere. Pagué un precio muy alto por ello. Vaya que sí. Pero al menos estoy en paz. Sola como un perro. Pero en paz. Paz, concepto que la sociedad occidental y cristiana recién comienza a comprender, pero que los orientales integran a su vida desde que nacen. Aunque, sé bien, siempre están quiénes a partir de esta soledad en la que vivo, tendrán la más fehaciente prueba que estoy en el mayor de los errores, porque miden el éxito personal o la salud mental de un individuo en base a la aceptación social.
He llegado al punto en que comprendo la razón por la que ciertas personas eligen compartir sus vidas con un perro. Los canes, es bien sabido, son fieles a sus amos siempre que los amos les alimenten, les cuiden del frío y de la lluvia, les rasquen las orejas en señal de cariño. Los seres humanos, es bien sabido, no siempre actúan en esa reciprocidad. Claro que hay excepciones. Pero son solamente eso, excepciones. La mezquindad y el egoísmo, forman parte de la condición humana. Y, en lo personal, me cansé de buscar gente buena. Debe haberlas por ahí, sin duda, pero las decepciones a cierta altura de la vida duelen mucho más, porque son heridas sobre cicatrices abiertas. No tiene sentido extenderme sobre un asunto del que se han escrito ríos de tinta. Y como los sentimientos de cada uno son únicos, es imposible presentar pruebas, porque, además, cabe preguntarse Quiénes serían los jueces o Con qué vara podrían medir mi dolor o mi decepción. Como todos los humanos, lo único que he deseado a lo largo de mi vida ha sido el respeto a mi identidad. Y, como es lógico deducir, no lo logré. Fracaso absoluto por esperar demasiado, según me han dicho los demás.
Por eso nació Laura Díaz. Su nombre surgió de la novela del genial Carlos Fuentes, conocedor como pocos del alma de la mujer mexicana, que tiene tanto en común con la latinoamericana en general. Porque Laura Díaz es sin duda alguna, latinoamericana. No de pura cepa, porque en sus raíces hay sangre española, como en cuántas mujeres de este sitio del planeta. Laura Díaz existe en mi corazón, por lo que parte de sus vivencias son similares a las mías, esta otra mujer latinoamericana de genes gallegos y asturianos que le dio vida. Laura Díaz ama por sobre todas las cosas, por eso se presenta como La amante de Bolzano. Ama la vida, antes que nada, aunque cada tanto quiera cortarse de un tajo las venas. Ama a su familia, pese a que sus hijos bastante creciditos se creen muy independientes pero no piensan en trabajar a mediano plazo. Ama al ser humano, aunque le duelan la indiferencia y las traiciones. Ama sus orígenes y la tierra en que camina cada día. Ama su profesión, aunque sus jefes y colegas le propinen puntapiés a cada rato. Ama la literatura, considerándose una adicta a la lectura, al extremo de sentirse un cero a la izquierda sin el perfume de las páginas de lo que considera un buen libro; de ahí que su nombre surga de la literatura, y que se presente a través de un libro del excelente escritor húngaro Sándor Marai. Y ama, por sobre todo, a los hombres, aún con una enorme lista de desilusiones en su currículum vitae.
En suma, Laura Díaz es un personaje, y todo punto de contacto con su creadora, es pura casualidad, con excepción de no más de tres o cuatro acontecimientos y/o personajes. Aunque, como es mujer y de este país, nada es imposible. Solamente quién la inventó, sabe qué es realidad y qué fantasía.
En este cumpleaños, deseo agradecer a mi hermano por proponerme esta idea, y a todos los que vienen a visitarme. Sepan que, gracias a este espacio, he podido seguir en esta vida. Este espacio virtual es un refugio. Un mundo paralelo en el que habito. Tan real como el cotidiano. O un sueño. Sueño que alimento con mi imaginación. Porque sin sueños el ser humano no puede vivir. Como a los otros me los han asesinado, me he inventado este. Créanme. Se los confieso de todo corazón, yo, la creadora de Laura Díaz, La amante de Bolzano.