viernes, julio 28, 2006

Una semana de siete días

Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aqui,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando
María Elena Walsh, Como la cigarra
Cuando en abril comencé este blog a sugerencia de uno de mis hermanos, me entusiasmó la posibilidad de expresarme a través de la palabra escrita, algo que hacía en privado o que apenas compartía con un grupo muy reducido de familiares y amigos, a través de aquellas maravillosas cartas que iban y venían por el mundo gracias al viejo y querido (y lamentablemente en desuso) correo postal, y luego, en mensajes de correo electrónico (una vez que no pude resistirme a los encantos de la era de la computación).

Desde que inicié esta aventura me oculto detrás de un seudónimo, lo que me permite expresarme con libertad, resguardada fundamentalmente de los enemigos que me he ganado por haberme dedicado a una profesión en la que se tejen intrigas de palacio entre mafias económicas y políticas. Por eso, este blog se convirtió en esperanza, en una oportunidad única de separarme de todo lo que me dañaba, en un muro o una barrera que no podrían ser atravesados por aquellos que bien supieron destruirme. Es justo reconocer que así ha sido. Y debo agradecer sobre todo a mi hermano que me impulsó a meterme en este baile, pero también a mis amigos (pese a que no se animan a realizar comentarios aquí, aunque sí me los hacen por correo electrónico o en las conversaciones cotidianas), y, sin duda, a todos los que se han ido acercando a este espacio, con los que, a decir de varios, constituimos algo así como un club en el que nos sentimos hermanados.

Pocas semanas después de estrenado este blog, mi hermano me aconsejó que disfrutara La amante de Bolzano, y que, sobre todo, no lo considerara como una obligación. Sabio consejo, como suelen ser los consejos que nos brindan los que bien nos quieren. Como me propuse disfrutar este escape, este oasis, este pequeño paraíso terrenal, he escrito únicamente cuando he sentido deseos de hacerlo. Carezco de método, poco sé de códigos o técnicas, menos aún de reglas, usos y costumbres sobre temas, extensión y frecuencia de las publicaciones (o posts, como se denominan). Lo hago a mi manera, de lo que se me ocurre, con la cantidad de palabras y de fotografías que me vienen en ganas. Por eso es que pueden transcurrir varios días sin que ingrese ningún texto nuevo, aunque en alguna ocasión he sido víctima de ataques que me llevaron a ingresar varios en una misma noche, generando comentarios originales y graciosos de más de un visitante (como alsenbert y kafkaprocesado).

Ahora transito un período de ausencia en este espacio, aunque sigo visitando a los miembros del club, sin perder mi costumbre de dejar todos los comentarios que se me ocurren en sus posts. No puedo argumentar que estoy carente de inspiración, ya que eso solamente pueden confesarlo (incluso con desesperación) los escritores y los poetas. Mi caso es muy diferente porque de escritora no tengo nada.

Esta semana me he dedicado a los asuntos de siempre. He ido a trabajar como dios manda, cada día al estudio, soportando al arquitecto como una lady; he mirado algunas películas que tenía en la lista de espera; he contribuido en la disminución de la altura de la pila de libros que me acompaña en mi mesa de noche (y en el suelo); he intentado dormir las recomendadas y siempre sagradas ocho horas diarias; y he estado un poco más sociable con mis amigos de aquí y del resto del mundo. Nada me lo he propuesto, simplemente ha sucedido. A pesar que los que nos expresamos mejor con la palabra escrita que con la hablada, solemos necesitar (reivindicar y exigir) espacios en soledad para volcar palabras en un papel o en la pantalla de la computadora, a veces ocurre que vivimos casi de la misma manera que el resto de las personas (aunque no lo parezca, somos seres casi normales).

Sin embargo, esta semana ha tenido características especiales que, a la primera que asombran es a mi misma. Y es tan atípico que no dejo de sorprenderme, porque tiene que ver con mi estado de ánimo en relación a mi profesión. Después de dos años y medio (largos y difíciles treinta meses, para ser bien sincera aunque suave a la hora de adjetivarlos), me he vuelto a entusiasmar con mi trabajo. No quieran saber cómo ni porqué pasó porque no lo sé. Pero pasó. Todos sabemos que una vez que nos golpean, no queremos ni acercarnos a quien nos propinó la trompada. Es decir, nos alejamos. De la distancia a la desidia hay un paso. De modo que fui perdiendo las ganas, la energía e incluso la voluntad. Apenas hacía lo estrictamente necesario. Soñar y tejer proyectos, implicaba generarme expectativas que luego los mafiosos destruirían en un abrir y cerrar de ojos, dejándome más dolida, más desilusionada y decepcionada que antes. Pero bueno, esta semana he tenido un empuje de entusiasmo. Quizás haya sido porque los duelos suelen durar dos años, tal vez porque me he permitido (inconscientemente) regresar al menos un poco a lo que ha sido mi apuesta profesional de los últimos veinte años. No lo sé. Lo cierto es que he transitado unos días atípicos, ocupada en menesteres que había abandonado cuando, con un único y certero golpe, mis enemigos me dejaron bien claro quién es el que manda y quién es el mandado.

Ahora que soy consciente de este estado de ánimo diferente, del que realmente me había olvidado que era capaz de experimentar, quiero escribirlo. Tengo claro que no me haré ilusiones. Nada en el exterior ha cambiado. Sin embargo, sin duda alguna, en mi interior mucho se ha modificado. Y a pesar que no me colgaré nuevamente de ninguna nube rosada, realmente celebro que parte de mi capacidad innata de soñar haya sobrevivido al naufragio. Y eso es lo que realmente me importa.
Julio está llegando a su fin, agosto se aproxima también con sus treinta y un días. Es invierno en el hemisferio sur, y sus días más crueles aún están por llegar. En estas latitudes es época de mucho trabajo, porque parecería ser que el frío estimula la producción, incluso de ideas. A pesar de ser consciente que mi período de entusiasmo profesional tiene los días contados, intentaré concluirlo con alegría, aunque más no sea porque de él surgirá algún viajecito, adicción más letal que cualquier droga para esta servidora.

También llega a su fin este texto que tiene mucho de divague, algo de confesión y un poco de de explicación de mi ausencia por este sitio. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Quién ha escrito es Laura, Laura Díaz, La amante de Bolzano.