Si nos dejamos invadir por la masacre consumista que rodea estas fechas, perderemos el norte y no habrá brújula que nos regrese al sitio que jamás debidos abandonar. Si permitimos que todo se traduzca en objetos materiales, y luces que encandilan, y mesas que desbordan alimentos, y personas que emiten vapores alcohólicos, nos sentiremos pobres por no poder comprar aquello que a alguien se le ocurrió pedirnos, ciegos por no ser capaces de ver el brillo de las estrellas en el cielo, egoístas por no compartir nuestros alimentos con quienes nada tienen, y asqueados por la gula y estupidez de unos cuantos que son muchos.
Transformemos esta época del año en lo que significa para los cristianos. El nacimiento del ser humano nuevo. El que llega con la esperanza de un mundo mejor. El que trae un mensaje de fe y de paz. El que reivindica a los seres humanos de buena voluntad, esos que existen a pesar de los millones de intentos por destruirlos haciéndoles creer que si no se suman al rebaño de la inmundicia serán unos reverendos desgraciados hoy y siempre.
Convirtamos estos días de locura universal en un remanso, en una isla de tranquilidad, en un oasis de encuentros con nuestros semejantes queridos, de silencios cuando sea necesario callar, de palabras si es preciso decir lo que sabemos debemos pronunciar al otro. Compartamos el pan y el vino, la galleta y el agua, la tortilla y el tequila, la ensalada y el café, sin permitir que sean el principio y el final de la reunión.
Aprendamos de los judíos, que tienen su día del perdón, y se acercan a sus conocidos a pedir disculpas por el daño que pudieron haber causado. ¿Por qué no hacerlo en estas horas tan propicias para huir del ruido, de los fuegos artificiales, de los excesos, o sea, para la reflexión y la introspección?
Hubo dolores. Abandonos y enfermedades acompañaron los meses de este año que se está yendo. Penas, muertes, tantas desgracias a nuestro alrededor. También esos instantes, infinitesimales de tiempo, ráfagas que se fueron como vientos huracanados, en los que sin duda disfrutamos la felicidad de estar vivos durante una millonésima de segundo.
Aferrados a esa dicha, aunque efímera, caminemos mirando hacia adelante.
Celebremos, conmemoremos, honremos la memoria.
De eso se trata la Navidad. Sea cual fuera la fe que profesemos.
Este es tiempo de abrazar.
Por eso he regresado.