En épocas difíciles, hay quiénes padecen insomnio, mientras que otros, carne de diván, tienen tan alborotado el inconsciente que se pasan la noche soñando. Los primeros, cuentan ovejitas, toman pastillitas de colores que los ayude a descansar (el cuerpo, pero sobre todo la mente) o cargan con ojeras el resto del día, señales que no hay maquillaje que pueda camuflar, imposibles de ser confundidas con las nacidas de una madrugada en brazos del amor. Los segundos, por su parte, se despiertan con imágenes dando vueltas en la cabeza, en las que se mezclan trozos de pesadillas o sueños, mezclados con la realidad que los originó.
En mi caso particular, por suerte o para desgracia, suelo poder dormir. Pocas noches de insomnio recuerdo en mi vida, apenas una pocas, tan pocas que se convirtieron en inolvidables. En consecuencia, en períodos en los que el mundo se me viene encima sin poder detenerlo, en los que mi existencia se me va de las manos, sintiendo que no lograré sobrevivir o que, en el mejor de los casos, si la fortuna me acompaña, seguiré en este planeta más herida, más golpeada, cada vez más alejada de la mujer que un día quise ser, sueño. Sueño un sueño largo, o uno pequeño, o varios, o padezco pesadillas, algunas más tenebrosas que otras. Entonces, al abrir los ojos por la mañana, con los retazos que logro rescatar de la noche en la que no descansó mi carne ni mi alma, mientras tomo coraje para sacar los pies de la cama, junto fuerzas para dirigirme al baño, ducharme, beber un café (o dos) y salir a la calle para emprender mi jornada laboral, intento discernir del mundo onírico el real. Muchas veces, el nudo en la garganta me acompaña a lo largo del día, porque, si me permito la permeabilidad necesaria para interpretarlos, hablan más de mi y de mi mundo cotidiano, que mis propias palabras. Y aparecen respuestas, las que hace tanto estaba buscando sin lograr encontrarlas.
Anoche soñé. Tal vez varios sueños, pero apenas recuerdo uno. Probablemente, porque es el más trascendente, el más representativo de esta época jodida, o el más relacionado con situaciones que duelen más profundamente que el resto de las circunstancias que golpean mi vida actual.
En épocas difíciles, además de tener alterado el tan estudiado círculo circadiano, instancia que resolvemos solos o con ayuda de profesionales, las personas que nos rodean juegan un rol trascendente. Es que los demás, los cercanos, se comportan de diferentes maneras, cada quién como es, respondiendo como pueden o como quieren, frente al dolor ajeno. Confirmamos afectos, los vínculos se afianzan, nos sorprenden solidaridades que jamás creímos existían detrás de relaciones formales, pero, también, desaparecen de nuestra cercanía personas. Esto último es lo más duro de sobrellevar, porque no existe peor pena que no contar con aquellos de los que esperamos apoyo y lealtad. De los que no nos quieren, puede dañarnos un golpe, puede tomarnos por sorpresa una cuchillada, pero jamás nos desilusionan. Nuestros enemigos no nos quieren, muchas veces nos odian, y su objetivo es lastimar. Cualquier comportamiento de su parte es esperable. Sin embargo, si nuestros amigos nos abandonan, la decepción sí nos toma por sorpresa, hiriéndonos más que el resto de problemas que nos agobian.
Hay quiénes dicen que la gente se aleja del que sufre porque nadie quiere ver mal al otro, sea su pareja, su hijo, su familiar o su amigo. La angustia es un estado del alma difícil de acompañar, porque, como afirman los terapeutas, remueven angustias propias. Pero los amigos son amigos, ¿quién sino ellos para estar a nuestro lado, en las buenas y en malas? Son los amigos quiénes permanecen después de todos los naufragios, aún los más terribles, sobre todo los de pareja, pero también los familiares y los laborales.
Anoche soñé tal vez muchos sueños, pero recuerdo apenas uno que me ha oprimido el pecho desde que me desperté. Soñé con la hija de alguien muy querido que se alejó de mí en esta época difícil que me ha tocado transitar. Soñé que la muchacha se reía, mirándome a los ojos se reía, mientras yo estaba caída en la calle pues me había tropezado, se reía. A pesar del dolor que sentía en mi rodilla y en mi tobillo, lo único que yo necesitaba saber era la razón por la que no respondía los mensajes de correo electrónico que le enviaba, con el único fin de querer saber qué era de su vida (y de la de su hermana), en esa ciudad de Europa donde está viviendo desde hace un par de meses. Pero la muchacha no me respondía, sólo se reía. Y así se alejó, riéndose de mí, dejándome tirada en la calle, no solamente no ayudándome a levantarme, sino sin responderme la razón por la que ignoraba mis mensajes de correo electrónico. Y esto último, era, sin duda, lo que más me lastimaba.
Hacía muchos días que pensaba en ese ser querido que se alejó en esta época difícil de mi vida, aún sabiendo que me encontraba herida. El sueño de anoche trajo a su hija en la misma actitud para conmigo, pues viéndome tirada en el suelo, no me extendía su mano.
Sabía, sin necesidad que nadie me lo dijese, que el alejamiento de ese ser querido había recibido la solidaridad de su hija. No sé que parte de la historia del distanciamiento sabe la muchacha, pero sin duda alguna, la que recibió, no fue la mía. Lo que importa es que la muchacha fue solidaria con su sangre, el lazo quizás más indestructible que existe.
Entonces, a pesar de mi dolor, recordé que ese ser querido que se alejó de mí, sufría demasiado porque sus hijas no le demostraban el afecto que sentían, lo que le era muy difícil de sobrellevar. Pero el milagro se produjo, pues a partir de su distanciamiento conmigo, recibió lo que más esperaba, una muestra fehaciente de amor de sus hijas.
La muchacha no responde mis mensajes, quién quiero tanto sigue tan lejos de mi como nunca, sin embargo, sus hijas, allá en Europa, con su silencio para conmigo, le están dando pruebas de amor a quien tanto quiero, más allá de su alejamiento.
En épocas difíciles, hay quiénes sufren insomnio mientras que otros se pasan la noche de sueño en pesadilla. En épocas difíciles, hay quiénes se alejan, mientras otros se acercan. Mueren relaciones, nacen vínculos. Si el dolor que siento por la distancia a la que me condenó este ser querido, tuvo la contrapartida del acercamiento afectivo de sus hijas, bien vale mi pena. Herida que se ha convertido en alegría, porque así es el único amor que soy capaz de sentir.