No maldigas del alma que se ausenta,
dejando la memoria del suicida,
¿Quién sabe qué oleajes, qué tormentas,
lo alejaron de las playas de la vida?
dejando la memoria del suicida,
¿Quién sabe qué oleajes, qué tormentas,
lo alejaron de las playas de la vida?
Mientras otras adolescentes seducían muchachos, soñando con llegar vestidas de blanco al altar, yo quería que terminara de una buena vez la dictadura, me enamoraba de revolucionarios, y coqueteaba con la muerte. Leía, en forma casi desesperada, todos los libros que pudiesen ayudarme a descifrar los misterios de la existencia, la historia y la política. Y a conocerme. Buscaba la música con la que pudiera identificarme, la que me hablara de libertad, de amores sin límites ni barreras, de entregas a ideales y a hombres. De amor y de muerte.
Así llegué a Eduardo Darnauchans, apenas unos años mayor que yo, cantautor y baladista uruguayo, que de una magistral manera le cantaba al amor, la muerte, el suicidio, la vida. A pesar de no ser un cantante de “protesta”, fue prohibido durante muchos años de la dictadura, transformándose en un mito y en una referencia para los jóvenes de este rincón del mundo, sobre todo, para los que pertenecemos a la denominada "generación sandwich", los que no fuimos ni hippies ni punks. Lo escuché en casetes y discos de pasta, en la soledad de mi habitación o en reunión de amigos que creíamos estar cambiando el mundo. Luego, cuando la censura fue levantada, poco antes de las primeras elecciones democráticas en once años, fui a aplaudirlo en recitales. Solemnes instancias en las que lo reconocíamos como el símbolo de una época en la que había que resistir como diera lugar, aunque fuese con la poesía de sus canciones, siempre enamoradas, siempre íntimas, demasiado profundas. Lo seguí también cuando cantó junto a Bob Dylan y a Paul Simon en Montevideo. Y continué escuchándolo, sobre todo en cada una de esas terribles noches en que vuelvo a sentir deseos de cortarme de un tajo las venas.
El miércoles pasado, me desperté con la noticia de su muerte. Aunque no me sorprendió pues todos sabíamos que estaba muy enfermo, y demasiado solo, quedé shockeada. El mundo entero se detuvo ese día. Ya nunca más, nadie escribiría las canciones que yo no soy capaz de escribir, ni me llevaría con su poesía y su música a la misma esencia de mi propia existencia, ni a las profundidades de mi más aterrador infierno. Pese a que sentí deseos de ir a su entierro, me faltaron las fuerzas para enfrentar esta pérdida, la que implicaba sepultar para siempre una época de mi vida . Nunca he sido buena para las despedidas. Quizás por eso recién esta tarde me he animado a escuchar sus canciones, sobre todo mis preferidas, cuyas letras he copiado aquí, y espero poner los links (cuando aprenda a hacerlo) para que su música permanezca en estas páginas. La única canción que he podido encontrar en internet, es El instrumento.
Así llegué a Eduardo Darnauchans, apenas unos años mayor que yo, cantautor y baladista uruguayo, que de una magistral manera le cantaba al amor, la muerte, el suicidio, la vida. A pesar de no ser un cantante de “protesta”, fue prohibido durante muchos años de la dictadura, transformándose en un mito y en una referencia para los jóvenes de este rincón del mundo, sobre todo, para los que pertenecemos a la denominada "generación sandwich", los que no fuimos ni hippies ni punks. Lo escuché en casetes y discos de pasta, en la soledad de mi habitación o en reunión de amigos que creíamos estar cambiando el mundo. Luego, cuando la censura fue levantada, poco antes de las primeras elecciones democráticas en once años, fui a aplaudirlo en recitales. Solemnes instancias en las que lo reconocíamos como el símbolo de una época en la que había que resistir como diera lugar, aunque fuese con la poesía de sus canciones, siempre enamoradas, siempre íntimas, demasiado profundas. Lo seguí también cuando cantó junto a Bob Dylan y a Paul Simon en Montevideo. Y continué escuchándolo, sobre todo en cada una de esas terribles noches en que vuelvo a sentir deseos de cortarme de un tajo las venas.
El miércoles pasado, me desperté con la noticia de su muerte. Aunque no me sorprendió pues todos sabíamos que estaba muy enfermo, y demasiado solo, quedé shockeada. El mundo entero se detuvo ese día. Ya nunca más, nadie escribiría las canciones que yo no soy capaz de escribir, ni me llevaría con su poesía y su música a la misma esencia de mi propia existencia, ni a las profundidades de mi más aterrador infierno. Pese a que sentí deseos de ir a su entierro, me faltaron las fuerzas para enfrentar esta pérdida, la que implicaba sepultar para siempre una época de mi vida . Nunca he sido buena para las despedidas. Quizás por eso recién esta tarde me he animado a escuchar sus canciones, sobre todo mis preferidas, cuyas letras he copiado aquí, y espero poner los links (cuando aprenda a hacerlo) para que su música permanezca en estas páginas. La única canción que he podido encontrar en internet, es El instrumento.
Dicen los que lo acompañaron, que fue llevado a su última morada por sus amigos, y que, cumpliendo su última voluntad, en la tarde gris de Montevideo, el silencio del Cementerio Central fue interrumpido por aplausos al artista que nos abandonaba, mientras, desde un viejo disco de pasta, Bob Dylan cantaba:
Leave your stepping stones behind, something calls for you.
Forget the dead you've left, they will not follow you.
The vagabond who's rapping at your door
is standing in the clothes that you once wore.
Strike another match, go start anew
And it's all over now, Baby Blue.
Final
Cuando te sientas sola
frente a la oscura puerta,
y aquella lluvia incierta
toque tu sien y corra
Recuérdame,
mi mejor vez.
Recuérdame,
la espina no, la flor, la flor
(si es que hubo flor...)
Cuando la luz del día
te recobre sin nadie,
sólo el árbol y el aire
en la plaza sombría
Todo fue andén distante,
sin voces y sin humo,
lugares en que hubo
un triste visitante
Recuérdame,
mi mejor vez.
Recuérdame,
la espina no, la flor, la flor
(si es que hubo flor...)
Ahora que no hay nada
sino fotografías,
cartón donde la vida
es rosa imaginada
Recuérdame,
mi mejor vez .
Recuérdame,
la espina no, la flor, la flor
(si es que hubo flor...)
Balada para una mujer flaca
El sol que sale y sin embargo el frío,
y por los mundos te busco en vano,
entre adoquines de espanto y casas cansadas,
y puertas olvidadas de su voz.
Mis pasos suenan en el alba muda,
y no hay conejos en tu balcón.
Y la soledad gata mía en el umbral
de una catedral de sueños
Como quisiera escribir una canción
que te volviera loca,
y volarte tres años atrás
Mujer flaca,
mujer flaca
Que no asesine el movimiento muerto de los días
tus versos limpios en el cementerio,
escudriñando entre lápidas severas
el nombre del nombre que tuvo la risa.
Un cielo cínico de planos grises inclinados
cubre la plaza como un cielo raso.
Ya no hay mañana, esta mañana por aquí,
bajo las rotas mejillas de abril
Como quisiera escribir una canción
que me volviera otro,
o yo mismo tres años mejor,
mujer flaca
De tu ventana hasta aquel jueves santo ¿cuánto queda?
aquel milagro de carretera,
con el pulgar, paralelo a la sonrisa,
y tu temblándome en e costado
Como quisiera escribir un vuelo,
para volver un canto,
que nos corra el olvido y el fin,
mujer flaca
El sol que sale y sin embargo el frío,
y por los mundos te busco en vano,
entre adoquines de espanto y casas cansadas,
y puertas olvidadas de su voz.
Mis pasos suenan en el alba muda,
y no hay conejos en tu balcón.
Y la soledad gata mía en el umbral
de una catedral de sueños
Como quisiera escribir una canción
que te volviera loca,
y volarte tres años atrás
Mujer flaca,
mujer flaca
Que no asesine el movimiento muerto de los días
tus versos limpios en el cementerio,
escudriñando entre lápidas severas
el nombre del nombre que tuvo la risa.
Un cielo cínico de planos grises inclinados
cubre la plaza como un cielo raso.
Ya no hay mañana, esta mañana por aquí,
bajo las rotas mejillas de abril
Como quisiera escribir una canción
que me volviera otro,
o yo mismo tres años mejor,
mujer flaca
De tu ventana hasta aquel jueves santo ¿cuánto queda?
aquel milagro de carretera,
con el pulgar, paralelo a la sonrisa,
y tu temblándome en e costado
Como quisiera escribir un vuelo,
para volver un canto,
que nos corra el olvido y el fin,
mujer flaca
Ni siquiera las flores
(No maldigas del alma que se ausenta,
dejando la memoria del suicida,
¿Quién sabe qué oleajes, qué tormentas,
lo alejaron de las playas de la vida?)
Un día, cuando decidas marcharte,
cuando no haya devolución,
enfrentando solo el camino iras
por el callejón
Nadie te esperará,
nadie te mirará
Nadie te esperará
nadie te mirará
Luego, en reducido encierro,
tus huesos estarán.
Vendrán a visitarte,
el día, la tarde, la noche
Nadie te esperará,
nadie te mirará.
Nadie te esperará,
nadie te mirará
Y vendrán las flores
Y vendrán las flores
Pero, sin pituitaria, sin ojos,
sin oídos, sin músculos, sin voz,
las flores no podrán
alegrarte la razón
Nadie te esperar,
nadie te mirará.
Nadie te esperará,
nadie te mirará.
Un día…
un día…
un día…
dejando la memoria del suicida,
¿Quién sabe qué oleajes, qué tormentas,
lo alejaron de las playas de la vida?)
Un día, cuando decidas marcharte,
cuando no haya devolución,
enfrentando solo el camino iras
por el callejón
Nadie te esperará,
nadie te mirará
Nadie te esperará
nadie te mirará
Luego, en reducido encierro,
tus huesos estarán.
Vendrán a visitarte,
el día, la tarde, la noche
Nadie te esperará,
nadie te mirará.
Nadie te esperará,
nadie te mirará
Y vendrán las flores
Y vendrán las flores
Pero, sin pituitaria, sin ojos,
sin oídos, sin músculos, sin voz,
las flores no podrán
alegrarte la razón
Nadie te esperar,
nadie te mirará.
Nadie te esperará,
nadie te mirará.
Un día…
un día…
un día…