jueves, agosto 03, 2006

Shakespeare and Company

Libros desde la vereda, 37 Rue de la Boucherie, París 5

Todos los piratas tienen un lorito que habla en francés

(y todas las librerías un gato)


La emblemática leyenda


En el tercer piso, tea party


George, una tarde de domingo, disfrutando de su casa


De día, libros, de noche, soñadores


De día, también soñadores


La cocina del tercer piso


Uno de los tantos rincones para escribir


En París hay una librería fascinante. Hasta ahora no he conocido otra similar. Allí no solamente se venden libros, sino que pueden ser leídos en cualquier rincón que uno encuentre disponible, y si no hubiese espacio libre donde sentarse, los que llegaron primero se hacen a un lado y nos dejan un sitio. También es una biblioteca ya que una considerable cantidad de títulos no se venden. Parece increíble pues, a pesar que los estantes guardan un tesoro de títulos antiquísimos (y carísimos), todos los volúmenes pueden ser leídos, incluso llevados a la vereda o a la pequeña plaza que se encuentra enfrente. La confianza es la consigna.

Como si esto fuera poco, la librería está repleta de camas que durante el día suelen alojar libros, o al gato negro que deambula como sonámbulo por sofás, mesas y estantes, pero en la noche, a cualquiera que necesite descansar. Artistas, aspirantes a bailarines, escritores, poetas, músicos de todo el mundo, sobre todo jóvenes, han dormido en alguna de esas camas. No solamente después de la medianoche, cuando la librería cierras sus puertas, sino que también a cualquier hora, siempre que el cuerpo necesite reposar. Para quedarse, alcanza con saludar a la gente que anda por ahí, sobre todo en alguna de las pequeñas cocinas. Nadie pregunta nada, aunque generalmente cada uno que aparece cuenta su propia historia. Entre tés y cafés las confesiones van y vienen. A veces son estudiantes, otras simplemente jóvenes (o no tanto) buscando sueños, promesas, respuestas, y también, más de uno escapando de mil situaciones o personas.

Este paraíso nació en 1950, cuando la zona donde se encuentra era un bajo barrio bajo, con artistas callejeros y hoteles de mala muerte. Su creador es el bostoniano George Whitman, que hace bastante cumplió los noventa años. Pero los orígenes de su emblemático nombre datan de 1919, cuando Sylvia Beach, oriunda de New Jersey fundó en la Rue de l´Odeon lo que llamaba su hogar lejos del hogar. Fue allí donde se publicó por primera vez el Ulyses de Joyce, por ser considerada en aquel entonces obscena por los ingleses. En 1941, durante la ocupación nazi, Sylvia se negó a vender un libro a un oficial alemán. La represalia fue la confiscación de todos los libros. Cuando los aliados liberaron París, quién “liberó” la librería fue nada menos que Heminway. Sin embargo, nunca más se reabrió, a pesar que Sylvia vivió hasta 1961, cuando falleció a los setenta y cinco años. Entonces, George Whitman decidió bautizar su librería situada en la rivière gauche del Sena, con el nombre que él consideraba el mejor de los nombres.

Tres apartamentos ubicados en el número 37 de la Rue de la Boucherie. Tres pisos cuyas paredes están tapizadas de libros, sus rincones de mesas, mesitas, sillones, sillas y camas, y sus ventanas ofrecen una maravillosa vista de la Notre Dame.

El edificio data de 1611, cuando alojaba a un fraile que era responsable del encendido de las luces al atardecer. George, me contó sonriendo esa historia, agregando que él también es un iluminador, pero de todos aquellos que aman la literatura y las artes.

Conocí a George un domingo de un junio sofocante. Uno de los chicos que atendían la librería me invitó a una “tea party” que se estaba celebrando. En mi recorrida en búsqueda del tercer piso, lo encontré leyendo, recostado en su cama, vistiendo su pijama a las dos de la tarde. A pesar de su edad, me habló con una frescura digna de un joven. Me contó sobre sus viajes por Latinoamérica, su amor al Nuevo Continente, y los pocos libros que tiene en español, su gran asignatura pendiente. Me explicó su filosofía, basada en creer ciegamente en las personas, en abrir las puertas de su casa a todos, en ayudar a quién lo necesite, en jamás perder la fe en el ser humano. Mientras el hablaba, yo recordaba la frase escrita en la pared, encima del marco de una puerta “Be not inhospitable with strangers, lest they be angels in disguise”, probablemente basada en palabras de Henry Miller, uno de sus ilustres visitantes habituales, “The only thing we are missing are angels. In this vast world, there is no place for them. And anyway, would our eyes recognize them? Perhaps we are surrounded by angels without knowing it”.

Después de una hora de conversación, me dirigí a la fiesta. El clima era cálido, amistoso y cordial. Dos docenas de jóvenes de entre veinte y treinta años me recibieron como si me conocieran de toda la vida, me sirvieron una taza de té y me acercaron una silla para unirme a la charla. Muchos estaban viviendo allá desde hacía unos meses, otros habían llegado unos días atrás, algunos estaban de visita, como yo. Hablaban de libros, de cine, de viajes, de esperanzas, de futuro. Entre ellos volví a sentirme de veinte años, comprendiendo que no hay edad para disfrutar la literatura y los sueños, propios o ajenos. Y, sobre todo, volví a creer en algo que había olvidado, que los libros y la solidaridad siempre estarán vigentes, hermanando gente, pueblos y culturas.

Si van por París, no dejen de acercarse a este paraíso. Recórranlo y disfrútenlo sin prisas, permitiéndose saborear cada rincón y cada confesión que les harán sin que lo pidan. Y, por supuesto, compren todos los libros que puedan, para que George logre adquirir el edificio, antes que una multinacional o algún capitalista latinoamericano (como él teme) lo transforme en vaya uno a saber qué. Es cierto que sus paredes, libros, sillones y máquinas de escribir guardan secretos de Miller, James Joyce, Heminway, Bernard Shaw, TS Elliot y cuántos más ilustres visitantes. Sin embargo, la verdadera seducción del lugar, está en las pequeñas grandes historias personales de cada uno de los desconocidos que, buscando descanso, alguna vez durmieron en sus camas, soñando quimeras tan humanas como nosotros.