A veces se quedaba callada, otras conversaba muchísimo, pero siempre irradiando frescura, que la rodeaba y la acompañaba como si fuese su aurea. Preservaba su interior como una fortaleza, entregando su riqueza únicamente a quién le demostrara fidelidad. Quién no la conoció creía que era dura, pero detrás de sus defensas había una mujer exquisita, buena y leal, y frágil como un cristal.
Era derecha como pocos, y nunca se vendió por nada. Prefería el perfil bajo a llamar la atención. Pero cuando se enteraba de una injusticia, se indignaba tanto que el enfando no se hacía esperar, y se le notaba aunque no pronunciara palabra. Su mirada era, sin duda alguna, la ventana de su alma. Todo lo decía con sus ojos. La he visto triste y feliz, pero nunca vencida. Peleaba contra las adversidades como una leona, aunque sabía retirarse a tiempo si el enemigo no valía la pena. Le ha tocado batallar sola contra todo tipo de tempestades, y estaba en su naturaleza no perder la entereza ni la nobleza. Muchas veces he pensado que la vida ha sido muy injusta con ella, poniéndola a prueba una y cien veces en muy poco tiempo, dándole apenas, breves treguas. Era de esa clase de mujeres que merecían ser felices. Y así estaba cuando quedó embarazada. Por fin, estaba cosechando.
Sin embargo, como una burla del destino, una serie de errores humanos la condujeron a un centro de tratamiento intensivo después de dar a luz a una beba prematura.
Hace media hora me avisaron que no pudo ganar la batalla más difícil que le tocó librar.
Ya no abrazará a esa hija tan deseada y tan amada desde antes de ser concebida. Ya no sonreirá con su risa clara y fresca, ni estallará con una carcajada cuando le diga algún disparate. Ya no mirará seria por encima de sus gafas, mientras se las acomodaba con su dedo índice, gesto tan suyo, al ponerse nerviosa, o estar enojada. Ya no escribirá con su mano izquierda, cuidándose de no arrugar la hoja. Ya no abrirá sus enormes ojos, esperando una respuesta frente a una injusticia.
Duele una muerte tan injusta. Duele una muerte temprana. Duele la muerte de una mujer buena. Pero no por la ausencia, o el dolor egoísta, o el vacío que dejó, espacio que nadie podrá llenar nunca. Duele por ella, porque está sola, porque ya no está, porque un día fue a tener a su beba y a las seis horas perdió la conciencia, y diez días después de pelear contra las consecuencias de errores humanos, se fue.
¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es, sin espíritu, podredumbre y cieno? ¡No sé; pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y duelo, a dejar tan tristes, tan solos los muertos.(G A Bécquer)
No me consuela que quedará con los que la queremos. No me consuela que no la voy a olvidar. No me consuela que donde sea que esté, tendrá paz eterna.
No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada, cantó Miguel Hernandez.
Aquí, la esperaba la vida repleta de colores, perfumes, estrellas, caracoles, melodías, sueños y esperanzas. Se había ganado el derecho de beberse la belleza de un sorbo. Lo sabía, pero se fue.
Tardará mucho tiempo en nacer,
si es que nace, un andaluz tan claro,
tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
Federico García Loca.