Seguimos con las fechas cambiadas. Hoy es 19 de abril, miércoles para más datos.
Ana me contó que se despertó a las siete. Quería seguir durmiendo pero comenzó a dar vueltas en la cama. Y su cabeza tenía todas las intenciones de hacer lo mismo. Es que en lo que va de este año, a la pobre Ana le sucedió de todo. Imaginen la suma de una serie de desgracias. Bien, a ella le pasó eso y mucho más. Como ya se conoce, y sabe bien que los laberintos de la mente pueden conducirla a sitios indeseables, se levantó. Por suerte lo pudo hacer. Hace un mes atrás, en pleno temporal, se hubiese dejado llevar por las circunstancias, y enredada en sus pensamientos podría haber terminado colgada de la lámapara de la sala. Pero como ya salió del ojo de la tormenta, y tiene una fortaleza a prueba de huracanes, esta mañana se negó a amargarse desde tan temprano. Saltó de la cama, se lavó la cara, puso sus CDs favoritos en el equipo de audio, y al ritmo de su música preferida abrió las ventanas, ventiló las camas, las tendió, sacudió las bibliotecas, aspiró los pisos, pasó cera en toda la casa y luego, enceró. A las nueve y media, se metió en la ducha. Quince minutos después, se sirvió un completo desayuno con frutas, yogur, tostadas y café, y se dedicó a disfrutarlo mientras hojeaba una revista. Luego, se fumó un cigarrillo mientras miraba el movimiento de su calle a media mañana. Llegó a la oficina espléndida, sonriente, con el buen humor al que nos tenía acostumbrados antes que le tocara vivir la serie de desgracias que no vienen al caso, y así estuvo las ocho horas. Hace un rato la llamé a su casa. Sinceramente, tenía un poco de miedo que cayera en la cuenta de todos sus problemas y se desmoronara. Pero me equivoqué. Quedate tranquila, Laurita, me dijo. Ya pasó lo peor, agregó.
Nuestras abuelas tenían razón cuando nos aconsejaban repiténdonos que no hay mejor terapia que hacer algo. Lo que sea. Cocinar, tejer, correr, jugar a la paleta, nadar, limpiar, coser, regar las plantas, plantar lechugas, lavar el auto, instalar estantes, ordenar el ropero, clasificar los libros, o lo que se nos ocurra. Nada de tirarse en la cama o en un sillón y permitir que nuestra cabeza le de mil vueltas a la encrucijada. Los problemas se irán resolviendo. O no. Pero seguro que no encontraremos la solución embrollándonos más en mil análisis que derivarán en otros y esos en otros y así sucesivamente en una historia sin fin, y que, sin duda, nos dejarán más confundidos, angustiados e impotentes. Ocupándonos en una actividad que nos absorba, despejaremos nuestra cabeza, aunque no aparezca la resolución a nuestro drama. Dicen que es preferible dedicarse a actividades manuales o físicas, pero hay quiénes logran desconectarse a tarvés de la lectura, el cine, ejecutando un instrumento musical e, incluso, estudiando.
Siempre que podamos, cada vez que estemos atrapados en un problema (o por un problema), hagamos alguna actividad para no hundirnos en pantanos que no nos permitirán avanzar y nos dejarán cansados (o agotados), sin haber resuelto nada. Y Cuando alguien cercano se sienta mal, no lo abandonemos, no permitamos que se quede aislado en sus pensamientos. No lo dejemos solo, convencidos que es una persona libre y tiene derecho a vivir su vida a su aire. No confundamos el respeto al otro con la falta de compromiso. Comprometámonos con esa persona y propongámosle hacer algo. Sin obligarlo, siendo pacientes, pero por sobre todo, afectuosos. Sin duda, lo ayudaremos a buscar qué actividad será su terapia, mientras tanto.
No nos olvidemos que todos somos diferentes, y que, no todas las personas son como Ana, que hoy de mañana pudo encontrar la puerta para salir de sus problemas (aunque fuera solamente por un rato), y no se dejó (como tantas otras veces) atrapar por sus propios pensamientos.
Por ejemplo, yo tengo una amiga cuya madre, cuando estaba mal, se ponía a lavar ventanas. Pero esa, esa es otra historia que, por supuesto, se las debo (y van...).