La Semana Santa terminó. Cristo, como cada año, tuvo su última cena, fue traicionado por (el que podría pasar a ser de ahora en más el bueno de) Judas, negado tres veces por Pedro, crucificado, y resucitó al tercer día.
Pasó también El Pésaj. Se recordó la diáspora, se comió el Karpás, se dividió el matzá, se recitó la Hagadá, se bendijo y comió el matzá, se bendijo y comió el marorse, se ingirió el afikomán oculto, se tendió la mesa y celebró la cena, una vez finalizada, fue bendecida. Por último, todos dijeron El próximo año en Jerusalén reconstruida.
La Semana Criolla, también llegó a su fin. Algunos caballos fueron domados y más de un domador está ingresado en el hospital.
La Semana de Turismo, tuvo su broche de oro al mediodía del domingo pasado con el final de la Vuelta Ciclista y la ingesta de los hipercalóricos huevos de Pascua.
Dicen que en Uruguay el año recién comienza con la llegada del último ciclista, pero como ayer lunes fue feriado, el inicio del año se demoró veinticuatro horas más de lo habitual.
Y como quién dice veinticuatro dice cuarenta y ocho, Tres canciones de amor aparecen en el blog con la fecha del sábado y no con la de ayer, día en que ingresé el texto.
Lo cierto es que el tiempo parece estar confundido, como turista que llega a estas latitudes por primera vez y no entiende qué diablos celebramos la semana pasada. Uruguay. Tierra bendita. Tierra de migrantes. Españoles, italianos, católicos, republicanos, judíos, agnósticos, ateos. Un crisol, mire usted.
Y como se borró todo lo demás que había escrito, intentaré resumir la idea!
Como cada vez me cuesta más empezar a trabajar de golpe, sin anestesia, después de unos días de descanso, me concedí el permiso de ir al centro comercial en lugar de preparar un informe que debo presentar mañana a mi jefe.
Un desierto. Eso era el centro comercial. No había un alma. Claro, la gente estaba compenetrada con el año recién iniciado, de lo contrario, el país no progresa y no saldrá nunca de ser uno en vías de desarrollo.
Me sentí como una extraterrestre. O una turista. Aproveché la oportunidad para recorrer a mi aire las tiendas, probarme zapatos, pantalones, blusas y hasta sombreros! Las vendedoras estaban encantadoras. O aburridas. Era la oportunidad para comprarme todo lo que vi y me mostraron. Me traían blazers para combinar con la falda, carteras para las botas, cinturones para los pantalones. Según las vendedoras, todo me quedaba fantástico. Un lujo para la autoestima.
De pronto, comencé a ver lo que nunca porque la multitud habitual lo impide. Ellas, las vendedoras, todas flaquitas, de nalgas perfectas, piernas esbeltas, cero grasa en el abdomen, me querían convencer a mi que la ropa que ellas lucían espléndidas me sentaba bien.
De más está decir que me fui sin comprar nada, saboreando un helado de chocolate y crema con nueces, deseosa de llegar a casa para quitarme los tacos y ponerme las pantuflas.
Ahora, que los míos ya devoraron la cena, dejando una pila de platos que no se lavan solos, terminé de preparar el informe para mañana y espero que en la televisión empiece el programa No te lo pongas (versión British, of course). Ahí sí veré mujeres reales, con cuerpos reales, piernas cortas y celulitis donde dios manda, grasa abdominal como corresponde y lolas caídas.
Concluyo con que no hay nada más educativo que permitirse, cada tanto, ir contra la corriente. Mi trasgresión (inocente decisión de ir al centro comercial) fue cuasi revolucionaria, por sus consecuencias. Por mucho tiempo, mi economía familiar estará garantizada. Ni loca me compraré ropa. Total, si el arquitecto las únicas piernas que mira son de la flaca esa, que tiene una cola perfecta, que debe pesar cuarenta kilos mojada, y que, sin duda, cuando tenga mi edad tampoco irá de compras después de semana de turismo, cuando el año recién empieza.