La frontera no se traspasa con facilidad. A pesar de su delgadez, es resistente. Algunos la definen como una línea, otros como un hilo. Pero sólo quienes llegaron al otro lado, saben que es como el acero. Y lo que allí existe.
Soy una de ellos. Estoy aquí. De pronto me di cuenta que no me encontraba donde siempre. Los sonidos aturden, los colores encandilan, el agua empapa. El cielo, si aún es cielo, se pegó a la tierra. Yo, en entre ellos.
Caminé mucho. Tal vez poco. No lo recuerdo. La memoria apenas evoca dolores. Uno tras otro. Una muerte. Otra muerte. Un despido. Un adiós. El silencio. Los adioses. La enfermedad. El vacío. La enfermedad.
Pero no el último paso. Lo devoró el olvido. A mi identidad, la oscuridad.
Los otros, no ven. No me miran. ¿Ciegos? No me escuchan ¿Sordos?
¿O acaso fui yo quién desapareció?
A este lado de la frontera no llegan las penas.
No llega nada. No ae siento nada.
Me condujo a este sitio una cadena. Eslabón tras eslabón. Me lo venía venir. Me veía llegar al acero. Empujarlo. Resistirse. Empujarlo. Resistirse. Lo dije. No me oyeron. Pedí ayuda. Empujarlo. Vencerlo. Pero como nada lastima aquí, la ceguera y la sordera de los demás tampoco.
Apenas lo que quedó de quién fui reconoce que alguna vez, donde los otros permanecen, están los afectos más caros.
Los míos.
Los de ellos continúan allá. Al otro lado de la frontera.