sábado, marzo 08, 2008

Día Internacional de la Mujer. Porque no alcanza con que existan leyes


Sobre todo en la última década, cada año y cuando se acerca esta fecha, los medios de comunicación retoman un tema que sigue vigente porque aún entrado el siglo XXI sigue sin ser resuelto: la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres. Hasta no hace mucho, un significativo número de varones se burlaban de la conmemoración, exigiendo un día para ellos. Y no lo hacían en broma sino totalmente convencidos que las mujeres, en nuestros reclamos, exagerábamos. No se salvaban los de izquierda, que muy igualitarios se decían, pero a la hora de los hechos, mostraban la misma hilacha machista que los más conservadores. Todavía recuerdo como si fuese ayer a los “cuadros” de ciertos grupos políticos “pogresistas” de mi país, decir que las mujeres no accedían a los puestos de dirección porque no querían. Me sonrío sin que dejen de nublarse mis ojos al pensar en esos varones que “hacían la revolución” dejando en sus hogares a sus hijos...¿Quién se haría cargo de los pequeños si ellos regresaban a altas de la noche, rendidos de tanto pensar?

Hoy, pocos se animan a decir lo mismo en voz alta, pero muchos siguen pensándolo, furiosos a la hora de asegurar un porcentaje de mujeres en las listas electorales de los partidos políticos. El Partido Socialista lo hizo hace unos 12 años y aún algunos de sus hombres maldicen para sus adentros el haber sido desplazados de lugares privilegiados por sus correligionarias féminas. La bronca expresada en la palabra hablada casi no existe, excepto en charlas entre varones y después de algunos tragos. De la misma manera, cada vez menos dan a conocer su opinión que también hay varones adultos víctimas de violencia doméstica, ciegos a la evidencia: la friolera cifra que en este país de 3 millones de habitantes muere una mujer por semana en manos de su marido, ex marido, concubino, ex concubino, novio, ex novio, ex amante, candidato a amante, padre, hermano, padrastro, hemanastro.

La cultura no se cambia de un día para otro. Es un lento, largo y difícil proceso que puede llevar décadas, incluso siglos. ¿Cómo se revierte una idiosincracia que se fue metiendo en el alma y el cerebro a lo largo de la historia?

El artículo 8 de nuestra Constitución expresa: Todas las personas son iguales ante la ley no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes.

No hay leyes ni Constitución de la República que modifiquen la cabeza de la gente. Las leyes y la Constitución están vigentes en este país, pero los jueces, quienes tienen la última palabra, son presos de sus propias mediocridades, frustraciones personales y limitaciones culturales. Y son, justamente los jueces los únicos que pueden cambiar el presente en países en los que existe independencia de poderes. Mientras tanto, las víctimas engrosan las listas. Desde ser asesinadas por varones hasta ser desplazadas de puestos de trabajo, de ascensos, de herencias, de sitios de dirección en empresas familiares. Freud, quién institucionalizó el machismo en la psiquitaría y piscología, sigue siendo la excusa de todos las discriminaciones hacia la mujer. Llora, es histérica, manifiesta sus emociones. Por lo tanto, no tiene condiciones inherentes para ocupar los mismos sitios que el varón.

Las mujeres somos muchas veces frenadas por abogados varones a la hora de iniciar acciones legales cuando somos violentadas en nuestro derecho a la igualdad, es decir, discriminadas. Ningún juez se anima a dejar sentado el precedente. Ni las jueces, mujeres, porque para estar allí, debieron practicar la ley de la jungla, y en el camino se olvidaron que son mujeres. Bajo la excusa que ganan salarios bajos, no estudian ni dedican tiempo a analizar casos que en países europeos o en EUA ni siquiera llegarían a juicio porque los violadores del derecho de igualdad frente a la sola amenaza de la demanda, repararían inmediatamente la ilegalidad. Y los abogados varones, la mejor excusa para detener juicios contra otros varones, o instituciones o empresas machistas. El acoso sexual, forma más burda del acoso laboral, pan nuestro de cada día, obliga a las mujeres a renunciar a sus trabajos o a despidos bajo la carátula de falta de competencia, productividad o idoneidad técnica o moral. Las instituciones tradicionalmente más “progresistas” del país guardan, detrás de sus muros de castillos medievales, una lista de mujeres discriminadas que, no sólo pierden sus puestos de trabajo sino también sufren duarnte muchos años posteriores al despido, todas las consecuencias psicológicas del acoso laboral, estudiado desde hace décadas, primero por el sueco Heinz Leymann, y luego, fundamentalmente el español Iñaki Piñuel.

La ley contra la violencia doméstica se votó en el 2002 en nuestro Parlamento. Hacía dos años que iba y venía porque nunca había acuerdo para tratarla. Al final, un día, se aceptó votarla, sabiendo que no se aprobaría. Las apuestas el día anterior eran que no se promulgaba. En la Cámara de Senadores, no alcanzaban los votos. Pero la misma madrugada en que se haría la votación, un hombre asesinó a martillazos a su esposa e hijos. La ley, denominada en los corrilos como “ley del martillo” se votó a “carpeta cerrada”. Nadie se animó a discutir ni un punto ni una coma, y todos levantaron su mano. Sin embargo, siguen muriendo mujeres víctimas de violencia doméstica porque la policía y los jueces son buenos hijos de la cultura machista. Los noticieron continúan titulando como “crímenes pasionales” los que son evidentes casos de violencia doméstica. Muchas mujeres continúan creyendo que la violencia es solamente el golpe físico, mientras los varones, en voz baja, comentan “se dejó pegar porque le gusta”...


Provengo de una familia constituída por un padre dominante, una madre que por su propia historia benefició siempre a sus hijos del sexo masculino, y tres hermanos, varones. Desde que me conozco he tenido que luchar para ser escuchada porque nací perdiendo. Pocos meses antes de morir mi padre me confesó que prefirió que yo sola me hiciese un lugar entre mis hermanos varones que protegerme y darme un trato preferencial. No sé qué hubiese elegido yo, pero la verdad es que mi vida ha sido marcada por la pelea a brazo partido para no dejarme avasallar en mis derechos ni por hermanos, ni por maridos, ni por novios, ni por jefes. Poco fue lo que conseguí, debo admitir, porque los varones, como sabemos, en general, no quieren mujeres que estén a su par. En lo familiar, cuna de parte de esa mujer que soy hoy, me hubiese gustado sentir un poco de protección afectiva, algo que mis hermanos jamás me dieron. Ni cuando me divorcié, ni cuando me despidieron injustamente de mi tabajo, ni cuando he sido víctima de discriminación y persecusión en mi profesión. Es cierto, uno no elige la familia. Será por eso que la mía me ha tildado de rebelde, de contestataria, de reivindicadora, de busca pleitos sin hacerse jamás la autocrítica de la educación que mamamos y bebimos con la leche templada, como canta Serrat. Creo que mis hermanos no usan los espejos y no conversan con las almohadas. Hoy, por ejemplo, ninguno de los tres se ha dignado llamarme, enviarme un sms o un mensaje de correo electrónico, saludándome. Estoy segura que consideran que me amparan los mismos derechos que a ellos, que he dado muestra de no dejarme vencer por discriminaciones, que me vaya al reverendo diablo entonces con eso de la igualdad de géneros. Mientras tanto, yo los observo. El mayor, decidió no dirigirme más la palabra el pasado diciembre cuando por primera vez en mi vida le dije algunas cosas que nunca antes nadie. Mis intentos de charla mano a mano, sólo recibieron negativas o silencios. Nadie me saca de la cabeza que a su esposa, jamás le ha hecho la guerra del silencio, y que en su trabajo eso no lo hace con nadie, menos con una mujer. El solo intento lo dejaría en evidencia pública. De tonto, claro, no tiene un pelo. El menor, grita como pocos. Parece no pensar ni media vez antes de expresar sus opiniones. Su esposa, lo justifica por estrés. El del “medio” desde los diez mil quilómetros que nos separan físicamente, sólo envía mandatos que, si no son cumplidos, amenaza con ejercer su derecho a veto. Veto que ya fue efectivo al no permitir que se publicaran maravillosas cartas de mi padre. En ese fuego cruzado, yo sigo luchando por ser considera una parte en cuatro. Pero no, mi cuarta parte vale menos que las de ellos. En estos días, decidieron donar la biblioteca de más de 10 mil volúmenes de mi padre, a una institución que no es en absoluto afín con la ideología de mi padre. Enconté otra opción, que a pesar que tuvo idas y venidas porque la institución no tiene el mismo poderío económico que la elegida por ellos, finalmente había cumplido con todas las condiciones que mis hermanos exigieron. Sin embargo, tres a uno decidieron ellos. Esta vez, mi derecho a veto no fue tenido en cuenta. Peor aún, mi hermano menor justifica la donación a una institución nada afín a la ideología de nuestro padre, en que nuestro progenitor no dejó testamento ni última voluntad al respecto. Entonces, el respeto al ser humano, no importa. Como bien lo han dicho otros antes que yo, quién no respeta a las mujeres, tampoco respeta a nadie.

Este caso personal de discriminación hacia la mujer en el seno de la propia familia que se dice moderna y progresista, avanzado ya el siglo XXI, es un buen ejemplo de lo que sucede en tantas familias, en tantos pueblos, en tantas culturas. Mis hermanos, estoy segura, no lo consideran discriminación. Para ellos es un asunto de votos de la mayoría, olvidándose del veto ya ejercido por uno de ellos. Las mismas excusas de todos los que discriminan por sexo, religión, color de piel o posición política. Y todavía existen quiénes se preguntan ¿por qué se un Día Internacional de la Mujer?

El 8 de marzo de 1857, cientos de mujeres de la fábrica de blusas Triangle de Nueva York organizaron una marcha en contra de los bajos salarios y las condiciones inhumanas de trabajo.

A partir de entonces, bajo el lema "Pan y Rosas", en el que el pan simbolizaba la seguridad económica y las rosas la calidad de vida, las mujeres extendieron sus protestas hacia el derecho al voto y el fin del trabajo infantil. Las pioneras fueron las socialistas y las sufragistas.

Otro sábado también, el 25 de marzo de 1911 un incendio en la misma fábrica de blusas Triangle, causó la muerte de 146 trabajadoras y dejó a decenas heridas. Había sido la crónica de un desastre anunciado pues sus obreras, un par de años antes protagonizaron una larga huelga para conseguir conciones seguras de trabajo, solidarizándose con ellas, en varias instancias por sufragistas y trabajadoras de otras fábricas (la más importante fue la denominada “Marcha de las 20 mil”).

Las Naciones Unidas eligieron el 8 de marzo de 1977 como el primero en que se celebraría el Día Internacional de la Mujer. Treinta y un años han transcurrido desde entonces, y en países con culturas muy diferentes a la nuestra, y en mi propia familia, siguen siendo avasallados los derechos de las mujeres. Siempre tienen excusas los varones, pero ninguna es aceptable cuando no somos consideradas en plano de igualdad a la hora de ejercer nuestros derechos constitucionales. Y que nadie confunda. No se refiere este día a que las mujeres y varones seamos iguales. Se refiere a derechos y oportunidades.

No debería existir un Día Internacional de la Mujer, porque su propia existencia es la prueba de todo lo que está mal, de las desigualdades nuestras de cada día, de las leyes inexistentes en muchos países o de las que no se cumplen en otros. En diferentes grados que jamás deben compararse, las mujeres somos discriminadas y violentadas en nuestros derechos acá, en este país que algún día fue La Suiza de América, como en el resto de América Latina, en África, en el resto de los continentes, no salvándose Europa ni EUA, a pesar de los esfuerzos gubernamentales y de ONGs que pisan fuerte.

Pero existe. Y es deber de toda mujer trasmitir a sus congéneres y a los varones, lo que este día significa. El largo, tortuoso y complejo camino recorrido en la concreción de la igualdad de derechos y oportunidades, y que lo que queda por transitar, por oscuro y por estar repleto de fracasos, como el de mi propia historia, no debe ser impedimento para seguir andando, y menos aún, para considerarlo imposible.