Uno no da para recibir, faltaba más, me dice Analía. Sin embargo, agrega, las relaciones personales deben ser bilaterales y recíprocas, usando lenguaje matemático, deformación profesional que se ha metido bajo su piel después de tantos años de ejercer la ingeniería civil.
Se queda en silencio un rato, y luego me cuenta dolores viejos que se vuelven recién nacidos al convertirse en palabras habladas. Como si conversara consigo misma, recorre historias de un marido egoísta, un novio inmaduro, amigos que solamente pidieron, colegas que se aprovecharon de su generosidad, familiares acostumbrados a su bondad.
Uno no da para recibir, repite. Inmediatamente, y como si yo no entendiese perfectamente lo que entristecía sus ojos moros, pronuncia lo que todos los humanos hemos aprendido en esta vida en la que a veces hay más de cal que de arena: Pero el amor, Laura, el amor se cansa.