viernes, febrero 08, 2008

Carnaval uruguayo. Cuando el chico, el piano y el repique llaman


A lo largo de todo el año, cada vez en más barrios de Montevideo y del resto del país, sobre todo al caer la tarde, es posible escuchar un sonido que los uruguayos identificamos muy bien.

Borocotó-borocotó-borocotó-chaschás.

El piano (grave), el repique (medio) y el chico (agudo) son los responsables de ese ritmo que identificamos como nuestro, pese a que apenas el 5 por ciento de la población de Uruguay es afro descendiente.

De los tres tambores recién enumerados, el chico tiene un patrón fijo: un silencio; un golpe fuerte, abierto, de mano izquierda; y dos golpes de palo, el cual se sostiene con la derecha. El piano, a pesar que suele improvisar, dicen los que saben que en realidad acentúa y adelanta una semicorchea el segundo de los cuatro pulsos del compás. El repique, finalmente, es el improvisador por excelencia.

Borocotó-borocotó-borocotó-chaschás.

Es sin duda asombroso, que un rincón del planeta con no más de tres millones de habitantes y menos de ciento cincuenta mil descendientes de africanos, sea la cuna del candombe, que bien se diferencia de otros ritmos derivados de africanos que abundan en toda América Latina, y en otras regiones tristemente célebres por haber recibido esclavos del otro lado del Atlántico (como mi amada New Orleans).

Una vez al año, en Carnaval, las calles Carlos Gardel e Isla de Flores en los barrios montevideanos Sur y Palermo, se visten de fiesta para mostrarle al mundo parte de nuestra cultura, aún negada por muchos.

Barrios pobres a pocas cuadras del centro comercial de la capital y de la Ciudad Vieja, donde tradicionalmente habitaron los afro descendientes desde que dejaron de ser esclavos (a partir de 1825, al menos en papeles). Vivieron en caserones viejos y destartalados, cada familia en una habitación, llamados conventillos. El más emblemático fue el Medio Mundo, demolido por decisión de la última dictadura uruguaya. Barrios pobres que hoy se definen como de gente trabajadora...

En esa zona se lleva a cabo el desfile de Llamadas. El nombre, proviene de finales del siglo XVIII cuando los esclavos se comunicaban entre sí a través del ritmo de los tambores ya que no podían transitar libremente por Montevideo. Una vez abolida la esclavitud, siguieron llamándose las familias de negros para salir por las calles a compartir su cultura, a partir del ritmo del chico, el piano y el repique.

Anoche, fue la primera parte del desfile, porque son tantas las agrupaciones, que desde el año pasado se lo dividió en dos. El calor sofocante de los días anteriores, fue aplacado por el viento que comenzó a soplar desde la tarde del miércoles y que hasta hoy ha nublado el cielo y amenaza lluvia y tormenta. Pero la fiesta no se aguó, y los que tuvimos el privilegio de estar allí, sentimos el ritmo que se nos metía a través de los poros y nos hacía bailar la música que nos regalaban los mal llamados tambores.
Es tan disfrutable el desfile mismo como los preparativos (por estos lares denominamos previa a todo lo que sucede antes de un evento). Al menos una vez hay que ir a eso de las seis de la tarde y recorrer las calles de los barrios Sur y Palermo, y descubrir que el espectáculo empieza mucho antes, mientras al fuego se templan las lonjas de los tamboriles, se cruzan las cintas blancas en las pantorrillas, se maquillan, y se dan los últimos ajustes a la vestimenta y los peinados, al tiempo que los vecinos preparan en sus medio tanques, la mejor parrilla de carne uruguayas, la que se come de pie, en una esquina cualquiera del país.

Cada grupo (comparsa de negros y lubolos, blancos que se disfrazan de negros) es encabezado por gigantes banderas y estandartes identificatorios (incluyendo estrellas), luciendo colores que tienen su que ver, que danzan en la noche montevideana cual alas de mariposas. Ningún movimiento es improvisado, sino estudiado y ensayado. Hay maestros del arte de llevar banderas y estandartes, tanto con la mano como con la boca o el mentón.

Luego, el cuerpo de baile, donde se destacan las niñas pequeñas que danzan emocionando a los demás mortales. Esas pequeñas sin duda llevan el candombe en su sangre. Es importante indicar que a pesar que muchas bailarinas tienen cuerpos privilegiados, la condición necesaria no es la belleza física sino saber bailar, por lo que hay cabida para cualquier mujer, más allá de su peso y sus medidas.

Les siguen la mama vieja (representa al ama de llaves en el Montevideo colonial, vistiendo habitualmente de blanco, moviendo puntillosos abanicos y luciendo vistosas sombrillas), el gramillero (viejo curandero, de barba blanca y frac) y el escobero (bastonero de la tribu africana). Cada uno de ellos, se desplaza por las angostas calles de los barrios Sur y Palermo, actuación ensayada, pero en la que siempre hay lugar para la improvisación.

Las vedettes, son generalmente negras que bailan como diosas, y es una incorporación de mediados del siglo XX. Estas mujeres usan ropa mínima, con mucho brillo y plumas, y son dueñas de cuerpos esculturales, aunque lo que se valora es su baile, su gracia, su ritmo.

Las vedettes, anteceden a los músicos, o cuerda de tambores. Los músicos calzan alpargatas (zapatillas con suela de yute y cuerpo de lona) que asemejan las que, cuando eran privilegiados, usaban los esclavos. Llevan medias largas negras que imitan la piel de los negros, cruzadas con cintas blancas que alrededor de las pantorillas dibujando los latigazos que recibían. El pantalón, bien amplio (parecido a la bombacha de los gauchos) y la chaqueta, suelta con vivos colores, que se llama dominó.

Además del ritmo que logran con el chico, el repique y el piano, es impresionante la forma en que se trasladan los músicos. El paso, corto y cadencioso, tiene su orígen en que la mayoría de los esclavos eran amarrados por grilletes en los tobillos, que prácticamente les impedían caminar.

Los bailarinas y los músicos, en su danza y en su andar al ritmo del candombe, mantienen viva la historia y la cultura de los esclavos. El baile no se parece a ningún otro latinoamericano. A pesar que en el desfile los bailarines deben trasladarse, la danza se caracteriza por realizarse en un mínimo espacio de suelo. Las piernas se mueven mucho más que los hombros y casi tanto como los brazos, mientras que los pies se deslizan muy poco. Las caderas siguen a las piernas, pero no con la rapidez de la samba brasilera ni el vaivén de la salsa caribeña. Las pelvis en el candombe tiene su propia cadencia, al compás del chico, el piano y el repique, por tanto, única en el planeta.

Anoche hubo dos comparsas que, a mi modesto sentir, se destacaron de las demás. La Figari (honrando a nuestro célébre pintor de escenas de candombe), oriunda del barrio Malvín, que les presento en un video del desfile de anoche que alguien colocó en youtube, invitándolos a apreciar el movimiento de los músicos al ritmo de sus tambores, y las particularidades de la danza, que no creo haber podido transmitir con palabras. Y, La Melaza, primera (y hasta ahora única) comparsa integrada completamente por mujeres, que hizo su debut.
Lamentablemente, toda fiesta popular tiene sus adeptos de última hora, los que se suben al carro cuando el evento trasciende fronteras o cuando las vuetas de la vida los convierte en personajes. Nuestras Llamadas no están ajenas a este triste fenómeno, al extremo que la ministra de salud se ha sumado a una comparsa integrando la cuerda de tambores, y otros políticos, encabezados por el Presidente de la República, esta noche van a concurrir, lo que nunca hicieron mientras eran ciudadanos comunes y corrientes. Me da un poco de asco, debo confesarlo.

Se sabe que el Carnaval tiene su orígen en fiestas paganas, y que se celebra justo antes de la cuaresma católica en la que se prohíbe, entre otros asuntos, la ingesta de carne. Por esa razón, sigue siendo muy mal visto esa fiesta de color, baile y desenfreno de los sentidos que caracteriza al carnaval a lo largo y ancho de todo el mundo (alcanza con recordar que New Orleans siempre ha sido vista como la cuna de los pecados de EUA, sobre todo por su Mardi Gras, aunque hasta los más devotos religiosos y puritanos personajes públicos de ese país, han sabido disfrutar de lo que ellos mismos pregonan como pecados) . Alguna vez comenté, que de niña quise ser reina del carnaval infantil de Uruguay, algo que no pudo ser pues mis progenitores, como tantos intelectuales de esa época (y estas) tenían un concepto clasista de la cultura. Más como mi concepto de cultura es diferente, sigo siendo amante de estas fiestas paganas y populares, sobre todo de las murgas y llamadas uruguayas, y del Mardi Gras de New Orleans, por supuesto. Por eso, para esta noche en que el desfile de llamadas tendrá su segunda parte, es mi deseo que la lluvia se retrase lo suficiente permitiendo que el ritmo, el color, y la alegría, llegue nuevamente a los barrios Sur y Palermo, llamando.
La Melaza, ensayando para las Llamadas 2008. Tengan en cuenta que los tamboriles pesan, y mucho.
La Figari, anoche en las Llamadas. Presten atención a los pasos de los músicos.