jueves, octubre 22, 2009

Una deuda: Democracia con mayúscula

Mariana Zaffaroni Islas, secuestrada a los 18 meses en Buenos Aires, 1976,
por quien fue su padre adoptivo. Padres biológicos desaparecidos


2009. Junto a una de sus abuelas, las que la buscaron incansablemente . En 1992 se le regresó su identidad . Su rompecabezas recién empieza a armarse.


Si hay algo que me emociona hasta las lágrimas (que no suelen brotar fácilmente de mis ojos), es la elección nacional. La dictadura cívico-militar que oscureció hasta el negro más profundo a mi país, me obligó a transitar mi adolescencia y mi juventud entre marchas militares, miedo a que Fuerzas Conjuntas te encontraran en la calle sin la cédula de identidad, pésimos profesores y programas de estudio, prohibiciones hasta en el largo de mi falda, familias que lloraban a sus presos, sus muertos y sus desaparecidos, y una credencial cívica que era un mero trámite para ingresas a la universidad porque todas las libertades, incluidas las elecciones nacionales, fueron suspendidas.

Voté por primera vez en el plebiscito de 1980 con el que la dictadura quiso perpetuarse, y a pesar de la campaña masiva a favor del Si, la mayoría de los uruguayos dijimos No. Y así fue como comenzó la cuenta regresiva. Dos años después, con mi hija de seis meses en brazos, voté en las elecciones internas de los partidos políticos, con la izquierda proscripta, pero que igual se manifestó votando en blanco. Llegó noviembre de 1984, y a pesar que muchos líderes políticos seguían proscriptos, presos o exiliados, y estrené mi credencial eligiendo presidente, diputados y senadores.

A partir de entonces, cada elección nacional, para mí, es una fiesta. El tiempo transcurrió, las desilusiones pasaron a ser el pan nuestro de cada día, porque los políticos mienten, prometiendo lo que no cumplen, diciendo lo que luego no hacen, pero llega esta fecha cada cinco años, y por más esfuerzo que haga, y a pesar de no tener militancia política alguna, me siento profundamente feliz de poder ejercer este derecho y obligación cívica. La democracia es un privilegio que disfruto en sí mismo, aunque no me venga bien ningún candidato y sea consciente que votaré al menos malo.

El domingo volveremos a votar. Candidatos a presidente, senadores y diputados, nos bombardean en las calles, la televisión y la radio, hasta la medianoche de hoy. Mañana viernes comienza la veda electoral y cada quien, con su almohada y su consciencia, deshojará la margarita por última vez hasta colocar su voto en la urna el domingo. Dicen las encuestas de opinión que nunca hubo tantos indecisos como ahora. Al parecer, un ocho por ciento de la población aún no sabe a quién votar. También, dicen que tendremos segunda vuelta en noviembre, lo que nos asegura un mes más de carnaval, sablazos a diestra y siniestra entre los dos elegidos que se debatirán cuerpo a cuerpo el último domingo de noviembre.

Sin embargo, lo que más importa, a mi entender, es que el próximo domingo se plebiscitará la anulación de una serie de artículos de la ley denominada de la caducidad punitiva del estado, que no es otra cosa que la impunidad de los militares que cometieron violaciones a los derechos humanos. Si bien esa ley fue aprobada por la mayoría de los uruguayos en otro plebiscito veinte años atrás, todos somos conscientes que primó el miedo. Los partidos políticos amigos de los militares le hicieron creer a la gente que si los militares eran juzgados, la dictadura regresaría al país. Pero ahora, todos los partidos políticos, de izquierda incluidos, están más ocupados en sus bancas en las cámaras, que en garantizar los derechos humanos. O quizás, todos tienen compromisos con los que los violaron. Al extremo imperdonable que el actual presidente, de izquierda, no firmó para derogar la ley. Es cierto que durante este gobierno se han juzgado a muchos violadores a los derechos humanos pues estaban excluidos de la vergonzosa ley (hoy, sin ir más lejos, el ex dictador Gregorio Álvarez, ha sido sentenciado a 25 años de prisión por la desaparición forzosa de 37 compatriotas. Pero no es suficiente. Una democracia no puede tener una ley así. O, con esta ley, la democracia no es íntegra. Es renga, chueca, o le falta una pata. Y avergüenza.

A pesar que quiero que gane el candidato menos malo a quien votaré, lo que deseo profundamente es que se derogue esa maldita ley. Porque el artículo 8 de nuestra Constitución dice Todas las personas son iguales ante la ley no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes. Porque no seremos un país democrático hasta que no se cumpla con ese artículo de la Constitución de la República. Que así sea.