sábado, marzo 15, 2008

Clarksdale, donde el Mississippi seduce llorando sus blues


El Delta del Mississippi se encuentra en el noroeste del estado de Mississippi, entre el río de igual nombre y el río Yazoo (bautizado así por el francés La Salle debido a la tribu que allí se asentaba; su significado sería “río de la muerte”). Por más que no es técnicamente un delta, sino una planicie formada por el sedimiento dejado por las inundaciones a lo largo de miles de años, sus tierras son de las más ricas del mundo (más que las del Nilo según muchos autores). Comenzó plantándose caña de azúcar y arroz en el siglo XVIII y luego tabaco en las inmensas y famosas plantaciones tan características del sur de los EUA por el uso de mano de obra esclava. Recién a principios de siglo XIX se inició el cultivo del algodón, siendo su auge entre 1830 y 1850 cuando los cultivos se realizaban como si los recursos naturales del suelo fueran eternos o renovables. Después de la guerra civil, la mano de obra esclava se sustituye por un sistema en el que los inquilinos trabajaban para un único dueño primero, y para corporaciones después, en base a contratos que en muchos casos se diferenciaban poco de la esclavitud en papeles abolida (enmienda 13 de la Constitución, diciembre 6 de 1865). En la década del 20 del siglo XX, y sobre todo después de la depresión, la mecanización fue desplazando a la mano de obra (fundamentalmente afroamericana), causando su emigración a las grandes ciudades, como Chicago y otras del norte de EUA. A pesar que la mecanización a gran escala en el Delta fue un proceso lento, familias enteras abandonaron la zona. La reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial hizo que la producción del Delta experimentara un segundo boom debido a que el devastado viejo continente necesitaba de los frutos de esta tierra. Los 90 llevaron las grandes corporaciones a la región y con ellas el estancamiento de la mayoría de los pequeños poblados. Algunos, lograron repuntar gracias a políticas de educación y salud, así como el fomento del turismo de caza y pesca, y la producción de lácteos, arroz, maíz y los frijoles, básicos en la alimentación del sureño.

Clarksdale, situada en el cruce de las carreteras 61 y 49, es el mismo corazón del Delta. A comienzos del siglo XX supo ser el centro (o la “hebilla” ) del denominado “cinturón del algodón”, con plantaciones fabulosas, destacándose la de la familia Stoval. La mitad del siglo XX llegó con la International Harvester Company y con ella la estación de trenes del pueblo se convirtió en el sitio más frecuentado. El local que supo ser punto de llegada y partida de los ricos y poderosos señores, y que trasladó (aunque no en los vagones de lujo) a esclavos en era de oro del sur del EUA, y luego a trabajadores, se volvió tristemente famosa cuando desde ahí empezaron a irse hacia el norte (y muchos para nunca más regresar) miles de habitantes desocupados, primero, y después, los que huyeron de la violencia del racismo, constiyuendo la mayor emigración norteamericana de la historia moderana. Como ejemplo, alcanza indicar que en 1954 el fiscal Semmes Lucket realizó una demencial defensa a favor de la segregación en las escuelas, en contra de Thurgood Marshall (primer afro americano en integrar la Suprema Corte de EUA) en el caso conocido como Brown vs Board of Education. A pesar que Lucket fracasó, el caso fue reabierto varias veces, siendo la última increíblemente a finales de los 70, y recién concluído bien entrada la década del 90.



El legendario cruce de caminos


La famosa línea de trenes que unía Chicago con New Orleans y Birmigham pasaba por allí hasta fines de la década del 60 cuando se creó la Illinois Central Gulf Railroad. El elegante tren Panamá Limited dejó de circular a comienzos de los 70. El actual City of New Orleans que une Chicago con New Orleans sumergió en el abandono decenas de pueblos del sur de EUA tal como sucede en otras partes regiones pobres del planeta, y con ello, las estaciones de trenes y miles de kilómetros de vías, apenas distinguibles debajo de la maleza en muy pocos puntos. Hoy, ningún tren pasa por Clarksdale, pueblo de no más de veinte mil habitantes, con un 70 de afro americanos. En la estación se estableció desde 1999 el Delta Blues Museum. Por él había luchado solo con su alma y contra todos, desde 1979 Sid Grave, director de la Biblioteca Pública Carnegie, y por ese sueño fue despedido a mediados de los 90, abandonando Clarksdale y muriendo en el 2005 en Hattiesburg, Mississippi. Este es una de las miles de historias del sur de EUA de luchas contra la indiferencia (o discriminación) por parte de las aún poderosas (aunque minorías) blancas. La indiferencia de la comunidad sobre la cultura afroamericana, y el blues, llegó a tal extremo que en 1995, Jimmy Walker, entonces director de la cámara de comercio del condado de Cahoma (donde se encuentra Clarksdale) llegó a decir que nadie iría a Clarksdale a escuchar a un negro tocar la guitarra...

Es que Clarksdale es considerado el lugar donde nació el Blues, género musical y vocal que hace referencia a la tristeza, la depresión y los “blue devils” o espíritus caídos. Tiene su orígen en las comunidades descendientes de africanos, desde los negro espirituals (luego el gospel: god spell o llamado de dios) hasta las canciones de trabajo. La existencia del patrón de respuesta y llamada es la clave de la herencia africana (como el candombe, en Uruguay). Se dice que su orígen data de finales de siglo XIX en el dolor de los negros esclavos en las plantaciones de algodón del Delta, aunque muchos autores consideran que recién pudo darse a principios del siglo XX, porque solamente la emancipación de los afro descendientes podía permitir la creación de ese género...

Al hecho de haber sido Clarksdale el centro del cinturón del algodón, y por eso del blues, se agrega la leyenda que fue justamente en el cruce de la 61 y la 49 donde Robert Johnson hizo su pacto con el diablo para tocar la guitarra como pocos. Al parecer, el hombre desapareció un tiempo para regresar dejando a todos con la boca abierta cuando rasgaba su vieja Gibson. Sustenta la leyenda el hecho que tenía la costumbre de tocar e irse inmediatamente y que varias de sus canciones se refieren al pacto con Santán. Sin embargo, algunos estudiosos concluyen que no pudo ser en ese cruce de caminos, antes centro de la vida del Delta, hoy repleto de cables, frente una vieja estación de gasolina y rodeado varios restoranes de comida de chatarra donde Johnson rogase por el diablo, sino más bien algún cruce de caminos imaginario (entre los dioses y satán) ubicado en los fértiles campos del Delta. Como si el demonio solamente pudiese aparecerse en ciertos lugares, o como si no tuviese derecho la gente a crear sus leyendas y disfrutar de ellas. Créase o no, Johnson vivió solamente 27 años, número trágico repetido en la historia del blues (Jimmy Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin y Kurt Cobain murieron a la misma edad).

A pesar de los esfuerzos realizados por los blancos hombres ilustres de Clarksdake para no darle al blues la importancia merecida, el tiempo y la persistencia de la lucha de unos pocos entre los que se destacan su padre (Sid Grave), Panny Mayfied (periodista), Walter Thompson (fiscal), y el éxito que el Sunfower Blues Festival ha tenido gracias a la prensa europea y de EUA, han hecho que Claksdale se haya convertido en una visita ineludible de los amantes de la música, dejando buenas divisas al pueblo que, pese a ello, sigue siendo uno de los más pobres de EUA.



La vieja estación de trenes, hoy Delta Blues Museum


Clarkdale no se diferencia de las decenas de pueblos olvidados del planeta, aunque conserva los rasgos distintivos del sur de los EUA en el contraste nacido en su propia historia. El lujo de las mansiones de las plantaciones y de las viviendas de los ricos, juntas pero separados de la pobreza de la que no pueden salir sus habitantes y que quedó en evidencia para quién aún no lo había querido ver, cuando lo golpeó el huracán Katrina y cuyas consecuencias sigue pagando la gente a un costo que nadie quiere asumir pero que dejará huellas indeleble en la vida de esos seres abandonados a la buena de dios, o a la mala del diablo. Las horas transcurren con la lentitud típica de los pequeños pueblos, donde todos se conocen, algunos tienen el sueño de escapar y lo logran para una vida peor, y pocos para mejorar, mientras la mayoría morirá allí. Las iglesias son el centro de la vida de sus habitantes, y para viajar ya no existe el tren. Si no se posee auto propio (muchos más de los que se cree) hay que usar el autobús de la línea Greyhound donde los blancos son casi imposibles de encontrar. La tranquila vida del pueblo se altera apenas por la visita de turistas en busca del secreto del blues y la leyenda del cruce de caminos. La mayoría de los visitantes se quedan hasta altas horas de la noche, o primeras de la madrugada, disfrutando música en vivo en algunos de los locales que han ido abriendo con el paso del tiempo. Otros, aparecen solamente cuando cae el sol, para entregarse a la magia del blues. Los meses de más movimiento son los de primavera pues se concentran varios festivales, aunque bajo las ardientes temperaturas de agosto se lleva a cabo el ya famoso Sunflower River Blues and Gospel Festival, y en otoño (octubre) el Tennessee Williams Festival (en homenjae a uno de los célebres hijos del pueblo).







Para ayudar a revivir el blues, y a Clarkdale, Morgan Freeman (nacido en otro estado del sur, Tennessee) inauguró en 2001 un club de jazz en un viejo local ubicado al lado de la antigua estación de trenes, hoy museo, al que bautizó Ground Zero, porque allí nació el blues. No deja de ser interesante que su socio sea nada menos que Bill Lucket, cuyo apellido debe resultarles familiar. Efectivamente, ese señor es el sobrino mayor del fiscal que en 1954 hizo lo imposible por revivir la segregación en las escuelas de Clarksdake. Es que los tiempos han cambiado, piensan algunos. O no tanto, opinan otros, ya que la prensa del sur de EUA continúa informando sobre hechos de violencia racista, como por ejemplo el caso conocido como los 6 de Jena (pueblo de 2 mil habitantes en Louisina) en diciembre de 2006. Es tal vez mejor decir, negocios son negocios... En Ground Zero se pueden degustar sencillos platos de la cocina sureña mientras se disfruta música en vivo ( aunque para saborear cocina más sofisticada, Freeman y Lucket ofrecen una mejor opción en el restaurant Madidi, considerado uno de los mejores del estado de Mississippi). Y si la sociedad comercial no fuese ya suficiente, cuando las cervezas bebidas entre blues y blues dejan impedido de conducir al visitante de Clarksdale, arriba de Ground Zero hay apartamentos que se alquilar para que el o la conductora descansen como dios manda hasta el día siguiente ya que la oferta de hoteles en el pueblo es muy reducida.







Más allá de esta extraña pareja de negocios, Ground Zero es un sitio fantástico donde la música se siente desde antes de llegar. En enorme galpón está dividido en varios ambientes sin usar pared o tabique alguno. Mesas de billar al entrar. Luego, más adelante y a la derecha, se encuentra la barra. En el centro, mesas para cuatro personas o para diez donde se van ubicando los visitantes donde encuentren lugar libre, apenas pidiendo permiso y saludando a aquellos extraños con quienes compartirán la mesa y la velada. Al fono, el escenario, elevado en una tarima no más de treinta centímetros del suelo. Entre el sitio donde tocará el grupo y las mesas, suficiente espacio para circular, o bailar. Porque allí, cada quién hace lo que le plazca antes o durante la música en vivo. Música que, nadie lo dude, hace vibrar incluso al más ingrato e insensible de los mortales. Algunos siguen conversando en la barra, otros discuten por un tanto en el billar, muchos saborean platos preparados con catfish (el pez de la zona), o carnes acompañados por arroz, frijoles o ensaladas, y unos cuantos se lanzan a bailar. Las paredes del local, escritas de arriba a abajo con frases, firmas y fechas que los visitantes van dejando estampadas ayudados de gruesos marcadores de fibra indelebles que circulan de mesa en mesa, son las únicas testigos de lo que allí se vive noche a noche. Esas cuatro paredes que dan la impresión de venirse abajo en cualquier momento, guardan el secreto del blues, que no es otro que los sentimientos que despierta la música en cada asistente, los recuerdos que es capaz de movilizar, y la posibilidad (aunque momentánea y efímera) de volar a coordenadas témporo espaciales donde cada quién es uno mismo, sin ataduras, magia solamente lograda por la conjunción de sonidos surgidos de los instrumentos con las increíbles voces de los intérpretes.




Más fotografías de Ground Zero una noche de setiembre de 2007


Todos los pueblos del sur de EUA se parecen, me dijo mi cuñada en setiembre mientras caminábamos un sábado de tarde por la calle principal de Water Valley, Mississippi, donde apenas nos cruzamos con un par de jóvenes saliendo de un Video Club. No estoy de acuerdo con Irene. Ella lo sabe, tanto como la seducción que produce en mi la identidad de cada uno a pesar de sus lugares comunes. Pueblos en las que estaciones de trenes ya no acercan ni alejan personas. Pueblos cuya gente se desplaza en autos o en ómnibus Greyhound a través de carreteras todas idénticas en las que los moteles son exactamente iguales, los restoranes imposibles de identificar y las estaciones de servicio se han convertido en el punto de descanso de viajeros que se detienen a estirar las piernas, comer al paso, usar los servicios higiénicos, o comprar bebidas y comida que devorarán a lo largo de viajes interminables, que solamente interrumpirán al llegar al destino o en otra estación de gasolina. Decenas de miles de personas que se cruzan una única vez en sus vidas en un punto en el que todos buscan lo mismo, y siguen sin reparar en ello. Sin pensar tampoco en que nada del paisaje les mostrará la identidad que si tiene cada uno de los pueblos que pasan de largo. Los rasgos distintivos de su gente, de sus historias y de su cultura permanecen escondidas por las carreteras, en las rutas por las que solamente transitan los del lugar, o los que se pierden, ocultando para siempre el verdadero tesoro de los norteamericanos, de los propios ojos de los mismos norteamericanos.








A pesar que desde hace unos años Clarksdale empezó a hacerse conocer, ese pueblo perdido del Delta de Mississippi no se encuentra aún dentro de los destinos turísticos más frecuentes de EUA. Si algún día deciden viajar por primera vez (o en regresar) a ese país que sentimientos tan opuestos suele despertar, no se olviden del sur. Allí encontrarán muchas de las respuestas al presente de EUA. En cada poblado que recorran conocerán el apogeo, la decadencia y la muerte de aquel sur que tan bien mostró Lo que el viento se llevó (aunque muchos sigan creyendo que es solamente una historia de amor) y que aún lucha por sobrevivir (como lo demuestran los famosos y distinguidos bailes en las mansiones del Garden District de New Orleans donde las jóvenes siguen siendo presentadas en sociedad, y de los que poco y nada se dice). Serán testigos de una realidad que no es tratada por la prensa masiva, pero que sigue vigente en las historias de miserias y milagros tan bien escritas por William Faulkner, Eudora Welty, Tennessee Williams, y otros de esa región. En cada pueblo del sur está escrita la historia de olvidos, desesperanzas y renuncias que parece tan imposible de revertir y que tanto se asemeja a la de los pueblos de los países en desarrollo. Dénse una vuelta por Claksdale, quedándose hasta que las estrellas iluminen el cielo del sur del norte y los amos no puedan ya silenciar las tristes historias que llegan del río, los blues de los verdaderos hijos de esas tierras que conducirán vuestros pasos a Ground Zero, pedacito de mundo que nadie debería dejar de conocer antes de morir.