viernes, diciembre 28, 2007

Tiempo de balances. Que se venga el 2008.



Cuando se acerca fin de año, es inevitable realizar balances. Balances personales y balances de los otros, es decir, de aquellos asuntos que nos tocan por la simple y siempre maravillosa realidad de vivir en este mundo, y porque nada nos es ajeno. Recordar el año del que nos despedimos siempre implica una enumeración de hechos, acontecimientos y vivencias, que nuestro cerebro tamiza en función de nuestros intereses y sensibilidades. A veces lo colectivo pesa más que lo indivudual. O viceversa. A veces lo positivo se prioriza sobre lo negativo. O viceversa.
Soy genéticamente optimista, por lo que a pesar que en lo profesional este 2007 fue maldito, el balance es netamente bueno. La verdad es que me saqué un peso brutal de encima. No se puede trabajar en un ambiente de acoso y persecución. Claro que es espantoso, que eso no debería suceder, que es terrible vivirlo y que sólo quiénes tenemos la desgracia de experimientarlo sabemos el desgaste psíquico y físico que eso implica. Pero que de eso se encargue la justicia, porque por suerte vivo en un país de Derecho, y aún creo en la Justicia, aunque a veces no es tan ciega, aunque a veces demore más de lo que debiera. Yo me salvé. Lo esencial de mí sigue intacto mal que les pese a mis enemigos. Así que ando a un paso de un nuevo año, al borde de un abismo, obligada a dar un salto que, aunque me deje un poco maltrecha, me conducirá a un estado nuevo de las cosas, que estoy convencida será mejor que el que dejo (cualquiera es preferible a la tortura permanente que sufrí durante cuatro años). La certeza que me sacaron del medio porque mi hacer iba por el camino correcto me brinda una fuerza imposible de describir con palabras, y una satisfacción infinita porque lo construído no se borra con un despido laboral. Punto y aparte en lo que a mi respecta. Ya fue, como dicen aquí los jóvenes.
Se mezcla en el balance la situación del mundo y la de mi país. Me siguen doliendo el hambre, las injusticias, la pésima distribución de la riqueza y de la atención médica, la falta de libertades inviduales, las persecusiones, las discriminaciones de toda clase. Aquí y en el resto del planeta. Por eso, no dejaré de luchar para que un mundo más solidario y justo sea realidad. Dicen que mis sueños vuelan alto, y lo mencionan como un defecto, cuando a mi entender, es una de mis virtudes.
Lo bueno en mi país ha sido que terminan el año detrás de las rejas unos cuantos violadores de derechos humanos durante la dictadura militar que sufrimos desde el año 1973 hasta 1985. Demoró, pero llegó. Enhorabuena. Y nunca más, por supuesto.
En lo personal, mi hijo decidió cambiar de rumbo profesional. Abandonó la economía en su segundo año de la universidad y comenzará a estudiar cine en la vecina Buenos Aires el próximo marzo. Se va del paisito, pero atravesar el Río de la Plata es cuestión de unas pocas horas por barco, y menos de sesenta minutos por avión. Así que de las opciones de alejarse del país que lo vio nacer y crecer, es la menos traumática por la distancia, la cultura, el idioma, y la formación en cine muy buena, según dicen los entendidos. Aceptar que los hijos crecen, que tienen derecho a elegir sus propias vidas y que no me pertenecen, ha sido una enseñanza del año que se va. Lo sabía en teoría, pero tuve que practicarlo. Eso constituyó la mayor crisis personal de este año. Mía, claro. Mi hijo, obvio, tuvo la propia. Estoy convencida que el futuro es todo de él. Además, los genes artísticos debían aparecer en mi descendencia. Si mi padre estuviese vivo, estoy segura que se sentiría muy feliz. Mi hija se graduará de médico en unos meses, habiendo hecho su carrera en tiempo récord. Luego vendrá la especialidad, y probablemente en ese interín se independizará definitivamente de mi, y querrá rancho propio, y abandonará el nido. Cada uno de mis hijos está haciendo lo que quiere, son buenos muchachos, y eso no puede hacerme más que feliz.
En relación a la familia grande, la muerte de mi padre hace poco más de un año trajo lo que todas las muertes: un gran dolor, y un duelo que está llegando a su fin cumpliendo su ciclo básico de doce meses (por algo, en otras épocas se llevaba un año de luto y otro de medio luto). Pero en el caso de mi padre, una biblioteca de más de diez mil volúmenes y un archivo literario, histórico y sociológico único en el país, nos dejó a los cuatro hijos con una inmensa responsabilidad. Los primeros meses del 2008 serán de mucho trabajo para la concreción de una fundación que llevará su nombre. La casa donde vivió sus últimos años de vida ya ha sido vendida y será entregada a mediados de abril (una vez mudados libros y archivos), y el don dinero, claro, suele ser motivo de disputas sobre todo cuando los vínculos y los duelos no están resueltos. El amor que siento por mis hermanos y sus familias, así como mis largos años de terapia me están ayudando a transitar esta difícil etapa familiar, por lo que me vuelvo a felicitar por haber invertido tanto tiempo y dinero en diván.
En lo personal, seguí viajando, y en cada despegue y aterrizaje, creciendo un poco más como ser humano. Conocer a Graciela Barrera y a su hija Bethania en Japala, Veracruz; regresar a New Orleans Mon Amour después de varios años y, sobre todo, después de Katrina; encontrarme nuevamente con mi hermano y su familia en Oxford, Mississippi; pisar otra vez Guatemala volviendo a abrazar a mis queridas amigas cubanas Roxi e Ileana; recorrer una vez San Salvador, herida y esperanzada, caminando por calles marcadas por una historia de sangre y de dolor. Viajar es mi destino, mi pasión, mi vicio. Y este año logré hacerlo nuevamente. Más no puedo pedir al respecto.
Tal vez por lo movido que fue este 2007 en tantos aspectos, poco y nada he contado en este espacio sobre esa faceta de mi, la que dio origen al nombre La amante de Bolzano. Quizás porque prefiero escribir sobre otros asuntos porque no me es fácil abrir el corazón de par en par después de tantas batallas libradas, tantas desilusiones, tantos adioses. Soy mujer antes que madre, hija, hermana, amiga y profesional, aunque no lo diga. Pero en el balance de este 2007 es preciso que me confiese. Este año ha sido también de decisiones importantes en lo que tiene que ver con la mujer que soy. He decidido reincidir por tercera vez en ese asunto que es compartir los días y las noches con un hombre. Me da escalofríos pensar que es mi tercera vez, pero por otro lado celebro estar viva en el más completo sentido de la palabra. He puesto todos los pro y contras en la balanza, he independizado esta decisión del abandono del nido de mi hijo y de mi crisis profesional. La decisión es bien simple: a este hombre no lo dejo escapar. Mi miedo no podrá vencer sobre mi amor. No esperaré a estar entre la espada y la pared. Me tiro al agua en pleno uso de mis facultades mentales y con el alma repleta del perfume de las mejores flores que cultivamos entre los dos. La vida no da muchas oportunidades de este tipo, y esta vez mis temores no me ganarán. El 2008 me encontrará plantando un árbol, escribiendo un libro y más viva que nunca. Se los dice Laura Díaz, que por algo es La amante de Bolzano.
Y que se venga nomás el 2008, repleto de sueños, desafíos y esperanza. Es mi deseo para todos ustedes, para el año que está a punto de entrar.